Una gran Giselle en el Teatro de la Zarzuela, con Elisa Badenes y Gonzalo García

Una gran Giselle en el Teatro de la Zarzuela, con Elisa Badenes Por Cristina Marinero

Teatro de La Zarzuela. 12 de diciembre. Los espectadores que abarrotaban el teatro de la calle Jovellanos el sábado, para la cuarta representación de Giselle que la Compañía Nacional de Danza (CND) estrenó el miércoles 9, compraron sus entradas sin saber el elenco de esa cita. Y se encontraron con una velada mágica protagonizada por dos excelentes bailarines que ofrecieron una noche para recordar.

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Elisa Badenes y Gonzalo García en el 2º acto de Giselle.                                                                   Foto: Alba Muriel

Elisa Badenes y Gonzalo García, como Giselle y Allbrecht, han interpretado este clásico romántico versionado por Joaquín de Luz con tanta altura artística que hasta hicieron olvidar los grises de esta ambientación del clásico en la España de Gustavo Adolfo Bécquer, en los años 1860. Y si ya en el primer acto Badenes y García constataron que en sus cuerpos de bailarines hay mucha danza clásica de muchos años y de alto nivel, en el segundo confirmaron su grandeza artística para interpretar la personalidad de los personajes y las emociones por las que pasan en este ballet estrenado por primera vez en 1841 que nunca ha dejado de estar en escena.

Nacida en Valencia, y graduada de su Conservatorio Profesional de Danza, Elisa Badenes es primera bailarina del Stuttgart Ballet desde 2013, prestigiosa compañía alemana en la que baila desde 2010, tras haber estudiado en la escuela del Royal Ballet con la beca obtenida en el Prix de Lausanne de 2008.

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Elisa Badenes en el 2º acto del ballet Una gran Giselle en el Teatro de la Zarzuela, con Elisa Badenes Foto: Alba Muriel

Invitada por Joaquín de Luz, como en 2015 lo hizo José Carlos Martínez para su Don Quijote, Badenes dio carnalidad inocente al primer acto, el terrenal, donde la joven aldeana vive ilusionada por su amor hacia Albrecht, quien le engaña sobre su condición social burguesa y el hecho de que está prometido con su igual Bathilde, lo que desencadena el drama. Este se personifica en la famosa escena de la locura de Giselle, que es para el ballet como el monólogo de Hamlet para el teatro, un momento sagrado. La bailarina del Stuttgart Ballet tiene en su adn la interpretación de este trascendental momento –ha bailado Giselle en la original de Coralli, Perrot y Petipa- y el tiempo se paró en la noche del sábado para admirarla. Sobran, por ello, las proyecciones de video en el telón de fondo, no hay que sumar movimiento al movimiento.

A Gonzalo García hemos podido admirarle en las recientes funciones de la Compañía Nacional de Danza en el Teatro Real, en noviembre. Allí nos hizo vibrar con Concerto DSCH, de Alexei Ratmansky sobre Shostakovich, y con Apollo, coreografía pilar de Georges Balanchine sobre la partitura creada para ballet de Igor Stravinsky.

Nacido en Zaragoza, estudió con María de Avila y su hija Lola de Ávila, quien le proporcionó el pasaporte al mundo del ballet de Estados Unidos, tras haberse perfeccionado con ella en la escuela del San Francisco Ballet y ganar la medalla de oro del Prix de Lausanne. Después de haber sido primer bailarín de la compañía californiana desde 2002, es primera figura del New York City Ballet desde 2007 y maestro de su prestigiosa School of American Ballet. La invitación de Joaquín de Luz le ha proporcionado darse a conocer más en Madrid y cumplir su sueño de bailar en el Teatro Real. Y a los españoles nos ha dado su arte, macerado por veinticinco años estudiando y bailando con los grandes, e interpretando el amplísimo repertorio de clásicos que dan base sólida a las dos compañías norteamericanas con las que ha triunfado.

Gonzalo García en el aire, durante su solo del 2º acto. Foto Alba Muriel
Gonzalo García en el aire, durante su solo del 2º acto.                                                                       Foto:Alba Muriel

El Albrecht interpretado por García alcanzó también en la noche del sábado altas cotas. En el primer acto compaginó el virtuosismo de sus solos con la actitud trabajada en gesto y cuerpo de joven de clase alta que quiere pasar por el aldeano enamorado de la protagonista. En el segundo, se transmutó en el ser desolado por la muerte de Giselle, al que las willis, con Myrtha, su reina, al frente –interpretada por Kayoko Everhart– quieren abatir haciéndole bailar. Es la venganza de estas níveas espíritus hacia los hombres que las han abandonado y por los que han fallecido, quedándose en ese limbo maléfico. Así vemos que hacen antes con Hilarión (encarnado por Isaac Montllor), el cazador también enamorado de Giselle y quien le descubre que Albrecht no es quien dice.

Elisa Badenes y Gonzalo García ofrecieron un paso a dos del segundo acto absolutamente sublime. Su excelente técnica se conjugó con la emoción de la interpretación y todos en el teatro observaban en sobrecogedor silencio cómo Giselle suplica a Myrtha por la vida de Albrecht. Bailando este paso a dos, que es la expresión de su inmenso amor, la joven ya convertida en un ser del más allá se hace corpórea para interceder por Albrecht. La sensación al ver a los bailarines, cuando son grandes intérpretes los que asumen los personajes, es que están en trance. Y, todo, resolviendo la dificultad técnica de las variaciones, su discurso para lograr salvarle. ¡Qué gran Giselle, Elisa Badenes y Gonzalo García!

Badenes y García en el 1º acto de Giselle. Foto- Alba Muriel
Badenes y García en el 1º acto.         Una gran Giselle en el Teatro de la Zarzuela, con Elisa Badenes Foto: Alba Muriel

Joaquín de Luz se ha rodeado de profesionales de reconocido prestigio que han colaborado con producciones privadas y públicas, también con el INAEM del Ministerio de Cultura, su terreno es el teatro –ya sea de texto o musical- y no tienen experiencia con el ballet clásico. Este arte tiene sus propias reglas y están afianzadas desde hace siglos porque funcionan. Además de “retocar” la música junto a Oliver Díaz, Joaquín de Luz ha contado, para la dramaturgia, con el escritor teatral Borja Ortiz de Gondra; para el vestuario, con Rosa García Andújar, y en el terreno de la escenografía, con Ana Garay, entre otros.

En este sentido, en esta Giselle los elementos que sobran son los que no se adecúan al universo del ballet. Los trajes de las aldeanas del primer acto deberían ser más estilizados, sin tantas faldas y sobrefaldas, sin esas medias grises con rodilleras, sin esos pañuelos en la cabeza. Las bailarrinas no pueden bailar bien con tantos elementos y están afeadas. El ballet, aunque hable de personas de una aldea, debe ofrecer belleza en su caracterización. En lo escenográfico, se ha diseñado lo corpóreo, lo que serían las casas o cabañas del primer acto, demasiado minimalista y es complicado para los bailarines salvar su escalón. Y sobran proyecciones de video en toda la obra, además de la voz en off (ya se ha quitado parte) y esos prólogo y final que no suman, restan potencia.

Necesitamos, como siempre he dicho, los ballets clásicos en nuestra compañía estatal porque son los títulos por los que los bailarines pueden seguir avanzando, con ellos crecen artísticamente y se convierten en las figuras que el público sigue, por los que compran las entradas y llenan teatros, cuando son programados: el Teatro de La Zarzuela tiene agotadas todas las localidades de Giselle de sus doce funciones. Si ofreciera doce más, también se llenarían: la Compañía Nacional de Danza debe ofrecer estos títulos durante temporadas más largas porque afianzarían el arte del ballet. Son cientos de miles los espectadores que quieren estos títulos y más serían si pudiera estar la CND en el Teatro de La Zarzuela –su sede oficiosa porque se quitó en los estatutos de hace diez años que sea su sede oficial- tres o cuatro veces al año.

Giselle, Don Quijote, La bella durmiente, El lado de los cisnes y todas las coreografías clásicas –que si siguen en cartel es porque el público las quiere seguir viendo- son la base de todas las grandes compañías internacionales. Son sus pilares. Y, por supuesto, a ellas se suman los clásicos del siglo XX y las coreografías de nuevo cuño que, como siempre ha sucedido, volverán a reponerse y podrían convertirse en nuevos clásicos del XXI si el público da su beneplácito.

La Compañía Nacional de Danza debe seguir por esta senda de clásicos del XIX, del XX y novedades del XXI reiniciada por José Carlos Martínez –tras los veinte años de estilo casi único de Duato y la transición de Hervé Palito- y que ahora continúa Joaquín de Luz. El público así lo reafirma con su aplauso y, como sucedió en la noche del sábado, poniéndose de pie al final para constatarlo.