Una puesta en escena bufa para il Trovatore en Berlín

Una puesta en escena bufa para il Trovatore en Berlín
Una puesta en escena bufa para il Trovatore en Berlín. Foto: Bettina Stöss

Hay producciones de ópera – cada vez menos – que se aferran al libreto y nos ofrecen visiones realistas e historicistas de la obra. Hay otras que pretenden poner la acción al día, traspasando la acción a tiempos más modernos, sin mayores pretensiones. Las hay también – cada vez más – que aportan la propia visión del director de escena, en una dramaturgia en parte o en todo ajena a la trama. Ejemplos de estas últimas las vemos un día sí y otro también en los teatros de ópera. Lo que nunca había experimentado es una producción que convierte una ópera seria o dramática en una ópera bufa. No se trata de que la concepción del regista sea original o profunda, sino que simple v deliberadamente quiere poner en evidencia lo absurdo del texto. Esto es lo que ha ocurrido en Berlín y ante un espectáculo así no caben sino dos reacciones: rasgarse las vestiduras ante semejante atropello o pasar un buen rato con lo absurdo que se ve en el escenario. Confieso que mi reacción ha sido esta última y me he divertido en este Trovador.

Muchas veces hemos leído comentarios sobre el argumento de esta ópera y lo poco afortunado que resulta el mismo. Hans Neuenfels, el director de escena de esta producción, parece compartir esta visión y ha decidido ridiculizarlo, convirtiendo la obra en una ópera bufa en el mejor estilo con el que podría representarse una ópera de este género de Rossini.

La producción que nos ocupa se estrenó aquí hace ya 20 años y supongo que los berlineses saben perfectamente qué es lo que viene a ver, cuando se anuncia este Trovatore. Cosa muy distinta es lo que ocurre con los visitantes de la ciudad, como es mi caso. Yo había visto algunas fotos de la producción, que me resultaban chocantes, pero no imaginaba la realidad del espectáculo. Como digo más arriba, es ni más ni menos que ofrecer en escena una ópera bufa, aunque con unas dosis de originalidad y atractivo escénico fuera de toda duda. Era digna de verse la escena inicial con los coralistas en trajes medievales y luciendo unas barbas enormes, como las que usaban los viejos capuchinos, cuando yo era niño. El movimiento del coro nos pone ya en la pista del tipo de producción de que se trata, con unos movimientos jocosos y originales. A continuación nos encontramos con Leonora vestida de Menina que canta su aria para aparecer seguidamente los dos hermanos, ambos vestidos de toreros, aunque no es tan difícil distinguirlos como pareciera por el relato de Azucena, puesto que el Conde Luna tiene una pierna ortopédica. Para el enfrentamiento de los dos hermanos no tiene mejor idea Neuenfels que hacer bajar del techo dos grandes punching-balls, de los que usan los boxeadores para entrenar. Resulta inenarrable la escena del convento, con una gran urna, en la que hay una santa, que en un momento dado y ante el ruido de las tropas, se reincorpora para volver luego a tumbarse. Por supuesto, los dos hermanos siguen vestidos de toreros. La entrada de Leonora es espectacular, rodeada de monjas en un auténtico desfile de modelos en clausura, una auténtica exhibición de vestidos de monjas en todos los colores imaginables, apareciendo finalmente un crucificado, quien, al escuchar lo de sei tu dal ciel disceso o in ciel son io con te, se baja de la cruz y se pone a baliar con el obispo, haciendo lo mismo los barbudos soldados con las vistosas monjas. Debo decir que me lo pasé en grande ante tanto disparate escénico.

Una puesta en escena bufa para il Trovatore en Berlín
Una puesta en escena bufa para il Trovatore en Berlín. Foto: Bettina Stöss

Lamentablemente, la imaginación de Hans Neunenfels pareció agotarse en la segunda parte de la ópera y asistimos a unos dos último actos no diré que tradicionales, pero mucho menos disparatados que los dos primeros, aunque no faltó la traca final, consistente en ver al torero Conde di Luna disparando como un loco mientras caía el telón.

La dirección musical corrió a cargo de Roberto Rizzi Brignoli, que llevó la obra adelante con corrección, a veces con tiempos un tanto lentos y a veces abusando algo de volumen, pero en conjunto de manera satisfactoria. Buena la prestación de Orquesta de  la Deutsche Oper Berlín. El Coro de la Deutsche Oper se lució más actuando que cantando.

Una vez más fue Carlo Ventre el intérprete de Manrico y repitió su anodina interpretación de siempre. La voz tiene anchura, casi demasiada, y cierto brillo por arriba, pero resulta poco expresivo. El aria Ah, si ben mío fue un puro trámite y no nos enteramos de que en la misma hay supuestas agilidades. En cuanto a la Pira, constó como es habitual en su caso, de un solo verso y bajada de tono.

Lo mejor en términos vocales fue la actuación de la soprano americana Angela Meade en la parte de Leonora. La voz tiene calidad y anchura suficiente y está muy bien manejada, ofreciendo piani de calidad en sus intervenciones. Su hándicap mayor es su figura y que tampoco es un dechado de habilidad en escena.

Dalibor Jenis fue el Conde Luna y cumplió con su cometido sin mayor brillantez, con una voz adecuada, aunque un tanto basto.

No me convenció la mezzo soprano Dana Beth Miller como Azucena. La voz no está sobrada de calidad, resultando bastante apretada por arriba. Estuvo mejor en el último acto que en la escena del campamento gitano.

Marko Mimica lo hizo bien en Ferrando, con una voz adecuada.
Entre los comprimarios el mejor fue Burkhard Ulrich como Ruiz. Cumplió bien Rebecca Jo Loeb como Inez.

La Deutsche Oper ofrecía una entrada de alrededor del 75 % de su aforo. El público se divirtió y aplaudió con fuerza a los artistas, siendo las mayores ovaciones para Angela Meade.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 46 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 7 minutos. Siete minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 97 euros, habiendo butacas de platea desde 55 euros. La localidad más barata costaba 31 euros.

José M. Irurzun