Una refrescante «Aida» en el Met

Por Carlos Javier López Sánchez

Pese a anunciar su retirada la temporada pasada, el Met repone la grandiosa producción de «Aida» de la directora inglesa Sonja Frisell, con un reparto encabezado por Michelle Bradley, Brian Jadge y Anita Rachvelishvili, a las órdenes del director de orquesta italiano Paolo Carignani.

No ha sido un inicio de mes fácil para la Metropolitan Opera de Nueva York. Después de que sus sistemas fueran víctima de un ciber ataque, la compañía que dirige Peter Gelb se enfrentó al desafío de mantener su prolífica producción operística sin soporte informático. El Met no ha cancelado ni una sola función, y durante dos semanas ofreció todas sus entradas a $50, un precio muy inferior al habitual.

¨Aida¨ de Verdi. Puesta en escena de Sonja Frisell. Foto: Marty Sohl/Metropolitan Opera
¨Aida¨ de Verdi. Puesta en escena de Sonja Frisell. Foto: Marty Sohl/Metropolitan Opera

Esta Aida en Nueva York es un plan perfecto para estas semanas de celebraciones y fiestas. Con su conocida ya, aunque siempre colosal puesta en escena, era uno de los títulos más esperados de esta primera mitad de temporada. La ópera, que estará en cartel hasta principios de enero, cuenta también con un gran atractivo vocal, con grandes interpretaciones de los protagonistas, aunque con matices. Veamos.

La soprano americana Michelle Bradley cantó una Aida a la altura del Met. Michelle es originaria de Kentucky, donde se crio en una familia musical y pronto recibió las primeras lecciones de piano. Formada en la escuela de la maestra Lois Alba en Houston, en 2015 entró en el programa Lindeman para jóvenes artistas de la mano de su maestra y una madrina de excepción, la inolvidable Marilyn Horne. Bradley ya sabe lo que es triunfar dentro y fuera de Estados Unidos y no se arruga ante el papel de la princesa etíope, que conoce al dedillo. Quizá lo que más destaca de su arte es la seguridad y la entrega en la interpretación, con un talante muy verdiano. Seguidora de Leontyne Price, la voz de Michelle Bradley tiene techos más bajos, con un agudo más endeble que el resto del registro, empujado en ocasiones sobre el fiato. Sin embargo, la zona grave es una gloria, con exultantes notas de pecho, toda una rareza en la actualidad. Bradley canta con una línea muy estudiada, pegada siempre a la orquesta, pero con la naturalidad necesaria para resultar creíble en el papel.

El tenor neoyorkino Brian Jadge es de lo mejorcito de la cartera de tenores del Met. Aunque le hemos afeado aquí la poca imaginación de su línea de canto, que suele ser bidimensional y esquemática, el artista está en proceso de crecimiento. La base de su canto es sólida. Está asentada sobre los cimientos de una voz de gran tamaño, squilante y poderosa, que parece estar hecha para la imponente caverna del Met. Sobre ese andamiaje se pueden construir grandes personajes verdianos. Su Radamés no solo tiene altura vocal. Jadge trata de imprimir en el canto una expresión que, si bien no siempre cuaja del todo, mantiene al espectador al cabo de la interpretación. Tanto él como Michelle Bradley se emplearon a fondo en actuaciones muy interesantes. Ambos fallaron aquí y allá, incluso con fallos de afinación y ataques en falso, pero dejaron una sensación muy positiva en el público, agradecido ante los cantantes que se entregan y se exponen, que corren riesgos, que emocionan.

Brian Jadge y Michelle Bradley son Radamés y Aida en el Met. Foto: Ken Howard / Met Opera
Brian Jadge y Michelle Bradley son Radamés y Aida en el Met. Foto: Ken Howard / Met Opera

La mezzo georgiana Anita Rachvelishvili se está reencontrando con el público del Met tras años de ausencias, durante la pandemia y también por circunstancias personales de la cantante. Tanto la voz como la técnica de Rachvelishvili parecen haber mejorado. Su Amneris es espléndida y ofrece un sonido denso y pastoso, como de costumbre, pero ahora más homogéneo y natural, mejor presentado, sobre todo en el centro y abajo, donde la voz corre ahora libre, sin apoyos guturales, dejando fluir unas resonancias de pecho cargadas de armónicos. La pesadez en la línea de canto, que escora más bien hacia lo dramático, supone un desafío a la hora de levantar el vuelo en los pasajes más líricos. Ahí la voz adolece de la flexibilidad que exhibía la artista en los albores de su carrera. Sin embargo, preferimos a esta Rachvelishvili recia, dramática y sobrecogedora, que a la anterior Anita, impostada en la gola, más efectista que efectiva. Bien por ella.

El barítono hawaiano Quinn Kelsey, aún con la sombra de su exitoso Rigoletto pegada a los talones, fue un estupendo Amonasro. Siempre creíble y comunicativo, Kelsey no tiene la rotundidad ni la oscuridad que adornan otras grandes voces baritonales, pero su propuesta siempre convence por su musicalidad y expresión. Su conexión con Michelle Bradley fue clave para el éxito del tercer acto. Su compañero de cuerda, el bajo-barítono neoyorkino Christian Van Horn, demostró que tiene la voz en sazón, campaneando en el registro medio y aguantando el tipo en sus intercambios con la Amneris de Rachvelishvili al comienzo del tercer acto. Por su parte, el bajo ateniense Alexandros Stavrakakis, un artista también en progresión ascendente, dio muestras de una técnica apreciable, si bien su voz no tiene el desarrollo ni la profundidad que serían óptimas para el papel.

La aparición de Paolo Carignani en el foso del Met fue un soplo de aire fresco. El italiano controló a la orquesta sin paños calientes, tomando las riendas de la línea orquestal desde el comienzo. Gracias a esta actitud personal y desinhibida, Carignani nos desvela perlas escondidas en la partitura, que van aflorando de a poco, con unos tempi que permiten que el drama fluya con elocuencia e interés.

Stephen Pickover consigue desempolvar la escenografía de Gianni Quantara para que la propuesta de Sonja Frisell brille como si fuera nueva tras 35 años en escena. Los bailarines solistas Mia Li y Brian Gephart contribuyeron con su parte alícuota a la espectacularidad de la ópera, insertando con gracia la coreografía de Alexei Ratmansky en el segundo acto.

Noches como la del pasado día 13 en el Met demuestran que la buena ópera no requiere interpretaciones perfectas. Basta con que los artistas se entreguen con honestidad y ambición en sus interpretaciones, sensibles a las exigencias de la partitura pero explorando los límites sonoros y expresivos de la voz, que es el material con el que se construye este arte. Los cantantes que entiendan esto serán los maestros del futuro, las referencias de las grandes voces que han de venir.

OW


Metropolitan Opera de Nueva York, a 13 de diciembre de 2022. Aida, ópera en cuatro actos con música de Giuseppe Verdi y libreto en italiano de Antonio Ghislanzoni.

Dirección Musical: Paolo Carignani. Dirección de escena: Sonja Frisell. Escenografía: Gianni Quaranta. Vestuario: Dada Saligeri. Iluminación: Gil Wechsler. Coreografía: Alexei Ratmansky. Dirección de la reposición: Stephen Pickover.

Reparto: Christian Van Horn, Brian Jadge, Anita Rachvelishvili, Michelle Bradley, Alexandros Stavrakakis, Matthew Cairns, Brittany Olivia Logan, Quinn Kelsey. Bailarines solistas: Mia Li, Brian Gephart