Esta representación de La Traviata se sitúa entre los dos grandes atractivos del viaje a Dresde – Mathis der Maler y Lohengrin – y el resultado no ha respondido a lo que podía esperarse, debido fundamentalmente a una producción escénica absurda y sin sentido, una dirección musical un tanto irregular, y, finalmente, un reparto vocal un tanto mediocre, en el que la mejor parte se la llevó la protagonista.
La producción se debe a Andreas Homoki, el actual director de la Ópera de Zurich, y se estrenó aquí en el año 2009, justo antes de que el regista ocupara su puesto en Zurich. Hay óperas en las que el cambio de época presenta serios problemas y La Traviata es una de ellas. Lo que en el siglo XIX podía tener sentido, lo pierde en gran medida en el siglo XX y resulta absurdo en el XXI. Me estoy refiriendo al punto crucial de la ópera, que no eso otro que el sacrificio de Violeta, que abandona a Alfredo para que el padre de éste puede llevar a cabo los planes de boda de su hija. Las convenciones sociales y el qué dirán podían tener sentido en el siglo XIX, pero hoy resulta imposible de digerir. Más todavía si situamos la acción en tiempos actuales y en un medio social rompedor, en el que el protagonismo en las fiestas de Violeta y Flora corresponde es la cocaína y en un ambiente de amor libre. A poco que uno se pare a pensar, la cosa no hay por donde cogerla. Más todavía si el propio Giorgio Germont no es precisamente un caballero estirado a la antigua usanza, sino alguien sin el más mínimo relieve social.
La escenografía de Frank Pihilipp Schlossmann no ofrece sino una especie de telón corrugado, que en vertical sirve de pared de fondo y en horizontal es una especie de tejado, que es donde se desarrolla el último acto. Por lo demás, no hay sino una butaca roja. Ni casa decampo, ni coros de matadores y gitanas, ni nada de nada. Daban ganas de salir corriendo, cuando Giorgio Germont dice aquello de Pur tanto lusso al entrar en la supuesta casa de campo de Violeta. El vestuario de Gideon Davey es colorista y adecuado para las absurdas ideas de la producción. Imagínense al Doctor Grenvil entrando en la casa de Violeta en el último acto vestido de manera que no le faltaba sino un patinete. Pinta de médico no tenía, pero su ojo clínico parecía excelente, ya que dijo aquello de la tisi non le accorda que poche ore sin haberse acercado a Violeta, mucho menos tomarle el pulso Poco interés tiene también la labor de iluminación de Fabio Antoci.
En esta absurda producción Andreas Homoki parece tener auténtico horror vacui y así hace que Violeta cante su gran escena del primer acto rodeada de drogadictos, y algo de lo mismo le ocurre a Alfredo en su aria y cabaleta del segundo acto. Hasta en el final del dúo de Germont y Violeta aparecen de nuevo los rotos en escena. Como siempre digo, las producciones son simplemente buenas o malas. Esta casi se sale.
No tiene que ser fácil dirigir una ópera, cuando lo que el director tiene delante de los ojos nada tiene que ver con música y libreto. ¡Como para poder estar inspirado! No le cabe ni el recurso de cerrar los ojos, porque tiene que dar las entradas a los cantantes. La verdad es que la dirección del ruso Mikhail Agrest me resultó plana y aburrida durante la primera parte de la ópera, lo que me hacía temer que las cosas seguirían por los mismos derroteros en la continuación. Afortunadamente, no fue así y a partir de la entrada de Violeta en la fiesta (o lo que fuera) de Flora aquello empezó a ser Verdi, terminando mejor de lo esperado en el gran concertante que cierra el segundo acto. Lo mejor de la dirección de Mikhail Agrest fue el último acto, donde todo funcionó mucho mejor. La Staatskapelle Dresden ofreció una prestación que nada tenia que ver con el impresionante sonido que ofreció el día anterior en Mathis der Maler. Supongo que habría habido cambios en los atriles. Tampoco el Staatsoperchorn Dresden parecía el mismo del día anterior. Tampoco es de extrañar, teniendo en cuenta las tonterías que tenían que hacer en el escenario.
La protagonista, Violeta, era la soprano rusa Venera Gimadieva, a quien habíamos tenido ocasión de ver en este mismo personaje en el Teatro Real Aquí ha quedado muy perjudicada por la producción, especialmente durante los dos primeros actos. No tuvo problemas vocales durante ellos, pero faltó emoción y no me resultó muy convincente, por debajo de hace un año en Madrid. A diferencia de entonces, lo mejor de su actuación fue el último acto, donde cantó con mucho gusto y emoción el Addio del passato. Fue lo mejor del reparto y puede hacer una Violeta muy buena en cualquier otra producción.
El tenor coreano Yosep Kang ha subido como la espuma en los últimos tiempos y hoy es un cantante muy demandado por los principales teatros de ópera alemanes. Su Alfredo estuvo bien, pero noté un engolamiento en el centro que no había notado en otras ocasiones. Tampoco le ayudó la producción, teniendo que cantar el aria del segundo acto rodeado de gente. No tuvo problemas para ir al Do en la cabaleta.
El barítono ucraniano Vitaliy Bilyy volvió a confirmar en Giorgio Germont la misma impresión que me había producido en otras ocasiones. La voz tiene importancia, aunque lo encuentro un tanto atenorado y nasal, pero especialmente me resulta monótono en su canto y bastante impersonal.
Los personajes secundarios no tuvieron especial relieve. El Doctor Grenvil era el bajo Allen Boxer, sonoro y nada creíble en escena. Angela Liebold mostró una voz avejentada en la parte de Flora. Muy modesta la Annina de Birgit Fandrey. Simeon Esper cumplió como Gastone, a pesar de su pinta en escena. Sonoro, Bernhard Hansky como Barón Douphol. Sin pena ni gloria el Marqués d’Obigny de Magnus Piontek. Los personajes episódicos dieron un recital de mal cantar.
La Semperoper estaba casi totalmente llena y el público se mostró cálido con los artistas, siendo las mayores ovaciones para Venera Gimadieva. La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 26 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 1 hora y 59 minutos. Ocho minutos de aplausos. La entrada más cara (Palco Central) costaba 210 euros, habiendo butacas de platea al precio de 130 euros. La entrada más barata costaba 40 euros.
José M. Irurzun