Hay representaciones de ópera que parecen que las ha mirado un ciego, ya que la desgracia se ceba en ellas. Eso es más o menos lo que ha pasado con esta Traviata en Munich, que hacía tiempo que había agotado sus localidades al conjuro de la presencia en el reparto de la estrella emergente Sonya Yoncheva y el otrora gran divo Rolando Villazón. Lamentablemente, los dos han cancelado hace unos días y se puede decir que Munich ha mostrado buena cintura para resolver la situación de manera aceptable. Los sustitutos han sido Ermonela Jaho y Pavol Breslik. La primera venía de triunfar en la Madama Butterfly de Orange y el segundo es un tenor habitual en la Ópera de Munich.
Se ha repuesto la producción de Günter Krämer, que se estrenara aquí en 1993 y que sigue ofreciendo tan poco interés como siempre. Se trata de una producción minimalista, muy oscura y con algún toque simbolista, que tampoco aporta nada. La escenografía de Andreas Reinhardt se limita a presentar un primer acto en la parte delantera del escenario, con unas puertas, por las que deambulan los invitados a la fiesta de Violeta. En el segundo acto se abre el escenario para mostrarnos un gran espacio con hojas por el suelo, alguna silla y un gran columpio, que parece representar los tiempos felices de la pareja de enamorados. Nuevamente, volvemos a la oscuridad en la fiesta de Flora, con la presencia de una gran lámpara a un lado del escenario. Finalmente, la muerte de Violeta se desarrolla en corbata, donde se coloca un colchón por todo atrezzo.
Detrás se puede ver la gran lámpara caída y el columpio en la oscuridad. El vestuario de Carlo Diappi no tiene interés, abusando de tonos oscuros en la fiesta de Flora. En este ambiente lo lógico es esperar el lucimiento del responsable de iluminación, Wolgfgang Göbbel, pero tampoco ocurre semejante cosa.
La dirección escénica de Günter Krämer resulta decepcionante, sobre todo en el manejo del coro. Siempre he dicho que el regista que no sabe qué hacer con el coro suele recurrir a que hagan una cadeneta. Pues eso es lo que hace Krämer en el primer acto y, por cierto, bastante mal. El segundo acto tiene mayor interés dramático, pero basado fundamentalmente en la capacidad escénica de Papá Germont y Violeta. A Krämer se le ocurre incorporar a la escena el personaje mudo de la hermana de Alfredo, cuya presencia y actuación resultan casi patéticos. Tampoco hay vida en la fiesta de Flora, con los coros de gitanas y toreros prácticamente inexistentes, además de totalmente estáticos. Me sorprende que esta producción haya aguantado 23 años. Es, simplemente, tradicional, pobre, ramplona y aburrida. Baste decir que lo más interesante de la producción fue la actuación de un prestidigitador en la fiesta de Flora.
La dirección musical corrió a cargo del genovés Marco Armiliato, que nos ofreció una lectura en la que todo estuvo controlado, pero no fue más allá de la pura corrección. Pasar de Kirill Petrenko a Marco Armiliato en 24 horas es un salto considerable, del que no es fácil reponerse. Buena la prestación de la Bayerische Staatsorchester, aunque tampoco es comparable a lo que nos ofrecieron la noche anterior en Rosenkavalier. Bien el Coro de la Bayerische Staatsoper, quedándome con la impresión de que el interno del tercer acto, el del Carnaval, estaba grabado.
La soprano albanesa Ermonela Jaho fue la nueva Violeta y resultó solvente y hasta convincente, como suele ser habitual en ella. Su voz oscura es adecuada para la segunda parte de la ópera y domina de manera notable el personaje. Eché en falta mayor emoción en Addio del passato, que no tuvo sino un verso .La voz tiene amplitud suficiente y es una buena intérprete, como lo ha demostrado en muchas ocasiones. Por si a alguien le interesa, no fue al sobreagudo en Sempre libera.
Como digo más arriba, Pavol Breslik sustituyó a Rolando Villazón y su actuación no fue muy convincente. Este tenor parece que ha visto reducida su voz en los últimos años y ahora resulta un tanto escaso para la parte de Alfredo. Lo mejor fue Parigi, o cara, al cantar en corbata. Por lo demás, un más bien modesto Alfredo.
Simon Keenlyside ha sido habitual en esta producción como Giorgio Germont, siendo ésta prácticamente su reaparición en los escenarios de ópera tras su largo parón por problemas de salud. En los últimos meses ha estado más dedicado al recital y todo parece indicar que esta actuación suya en Munich supone la confirmación de su recuperación. Nunca ha sido Keenlyside lo que podemos llamar un barítono verdiano, pero siempre ha sido un muy buen cantante y artista, de los que dan sentido a todo lo que cantan. Le he encontrado muy recuperado y su Germont ha sido convincente, lo que es una muy buena noticia, especialmente teniendo en cuenta que está anunciado en Bilbao como Don Giovanni.
En los personajes secundarios Rachel Wilson lo hizo bien en Flora, como lo hicieron Heike Grötzinger en Annina, Matthew Grills en Gaston, Christian Rieger en Douphol y Andrea Borghini en el Marqués d’Obigny. Kristof Klorek fue un Grenvil sonoro y un tanto basto.
El Nationaltheater estaba totalmente lleno una vez más y el público se mostró cálido con los artitas, especialmente con Ermonela Jaho, que fue la triunfadora de la noche.
La representación comenzó con los consabidos 6 minutos de retraso y tuvo una duración de 2 horas y 58 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 1 hora y 57 minutos. Siete minutos de aplausos.
El precio de la localidad mas cara era de 163 euros, habiendo butacas de platea desde 91 euros. La entrada más barata con visibilidad costaba 39 euros.
Jose M. Irurzun