Una Turandot intimista en Viena con una gran orquesta

Una Turandot intimista en Viena con una gran orquesta
Una Turandot intimista en Viena con una gran orquesta. Foto: Michael Pöhn

Con esta Turandot ha pasado algo parecido a lo ocurrido el día anterior con Carmen. Me refiero a que el reparto vocal no ha estado a la altura que uno espera de uno de los mejores teatros de ópera del mundo. Eso no ha impedido poder disfrutar con el espectáculo, especialmente en la parte musical, ya que con esta orquesta uno se olvida de todo lo demás.

La producción escénica se debe al director de escena suizo Marco Arturo Marelli y se estrenó aquí la temporada pasada. Marco Arturo Marelli es un avezado director de escena, cuyas producciones se caracterizan por el buen gusto y no suele ser muy dado a relecturas o a versiones conceptuales, por llamarlas de alguna manera. Sin embargo, aquí nos ofrece algo distinto. La producción parece centrarse en el deseo y obsesión de Giacomo Puccini por esta ópera, que bien sabido es la dejó inacabada. Ya en las primeras notas de la partitura estamos en la casa de Puccini, que no es otro que el que luego será Calaf, trabajando en la partitura, para pasar después a un teatro, donde el coro ocupa las butacas de los espectadores, con un escenario en el que deambulan los personajes más importantes de la ópera. Lo mismo ocurre en el tercer acto, que se desarrolla en el estudio de Puccini-Calaf, volviendo para la escena final al teatro mencionado anteriormente. Estamos en una China poco tradicional, ya que los personajes no son chinos sino de modo excepcional. De hecho Liú en el arranque de la ópera y del tercer acto es la criada de Puccini, queriendo representar a Doria, sirvienta en la realidad del compositor y que también murió suicidándose como Liú.

La acción se desarrolla en los años 20, es decir al tiempo de la composición de la ópera, con algunos toques curiosos, como presentar a los 3 ministros como personajes sacados de la Commedia dell’arte y al Emperdor Altoum en silla de ruedas. La escenografía, simple es este caso, es del propio Marco Arturo Marelli, como la iluminación. El vestuario es obra de Dagmar Niefind. En suma, es una producción alejada de la grandiosidad de otras, más intimista, pero que funciona razonablemente bien.

La dirección musical estuvo en manos de Marco Armiliato, uno de los directores preferidos por las grandes figuras de la ópera. La verdad es que este director genovés ha sabido encontrar un estupendo término medio entre servir a los cantante y a la partitura, y así se explica que sea demandado insistentemente tanto por las figuras como por los grandes teatros de ópera. Su dirección ha sido francamente buena, digna de un director de relieve, sacando un estupendo partido de la Orquesta de la Wieneer Staatsoper, que es siempre un lujo y justifica de sobra cualquier desplazamiento a Viena cante quien cante las óperas. A destacar también la actuación del Coro de la Wiener Staatsoper.

Una vez más vestía la parte de Turandot la soprano californiana Lise Lindström, que casi parece abonada a este personaje, ya que son raras sus apariciones en cualquier otro. Lo mejor de esta soprano es el registro alto, que resulta brillante, mientras que el centro no es comparable con el de otras sopranos dramáticas del momento y queda un tanto corta por abajo. En cualquier caso, domina el personaje en escena y resulta una intérprete solvente de la Princesa de Hielo.

Una Turandot intimista en Viena con una gran orquesta
Una Turandot intimista en Viena con una gran orquesta. Foto: Michael Pöhn

Calaf tenía que haber sido el sudafricano Johan Botha, tristemente desaparecido. Su sustituto fue el italiano Marcello Giordani, que no está en el mejor momento de su carrera. Hoy en día sigue conservando sus notas altas intactas, que siguen siendo lo mejor de su voz. No tuvo ningún problema ni en el Vincerò de Nessum Dorma ni en el DO sobreagudo de Ti voglio tuta ardente d’amor. El centro nunca ha sido excepcional y ahora está más mate que antes y hay un vibrato que no existía. Por abajo hay dificultades para poder escucharle. No es el Giordani de hace 5 años, pero salva bien la papeleta.

La soprano ucraniana Olga Bezsmertna no terminó de convencerme en el personaje de Liú. Su timbre y su canto son un tanto impersonales. No brilló en el aria Signore ascolta, que fue un tanto rutinaria, mejorando en el último acto, pero con algunos problemas en Tu che di gel sei cinta. Adecuado el bajo Dan Paul Dyumitrescu como Timur, sonoro y sin problemas.

Lo hicieron bien los tres ministros, interpretados por Gabriel Bermúdez (Ping), Jinxu Xiahou (Pang) y Norbert Ernst (Pong). El barítono Paolo Rumetz fue un sonoro Mandarín. El veterano (76) Heinz Zednik fue un adecuado Emperador Altoum, refugiado en parlando.

La Staatsoper estaba casi llena, pero no totalmente. El público se mostró más cálido que entusiasmado con la representación, dedicando las mayores ovaciones a Marco Armiliato y a Olga Bezsmertna.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 26 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 1 hora y 59 minutos. Siete minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 228 euros, habiendo buracas de platea desde 151 euros. La localidad más barata costaba 38 euros. Las entradas de pie valían 15 euros.

José M. Irurzun