El auditorio del Palau de les Arts Reina Sofía, abarrotado, se vino abajo con los aplausos y la aclamación del público a una representación de gran altura con Polina Semionova y Daniel Camargo hechizando con su paso a dos de Giselle y Marianela Núñez y Vadim Muntagirov brillando en su Don Quijote.
Cristina Marinero
Además de contar con tres de los grandes nombres del ballet clásico actual, Polina Semionova, Marianela Núñez y Vadim Muntagirov, la gala de este año organizada por la Asociación Danza y Arte del Mediterráneo, con el gran apoyo de la Fundación Hortensia Herrero, ha reunido una combinación perfecta de bailarines y coreografías, por lo que ha resultado magnífica.
Ver abarrotado el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia, con tantos niños entre el público y, en este caso además, en una representación de danza de gran altura, es otro ejemplo más para que el ballet -que en nuestro país no recibe el mismo trato que otras artes- recupere su presencia en nuestros escenarios. Eran muchos los más jóvenes, pero entre los 1500 espectadores que aglutina el bello auditorio se reunieron aficionados al ballet de todas las edades. La recaudación de las entradas que les ha permitido disfrutar de esta función de cinco estrellas se dona a la Asociación Familiares Alzheimer de Valencia.
La Gala Valencia Danza Somos Arte ha llegado a su sexta edición, la tercera que realizan en el Palau de Les Arts Reina Sofía y se aprecia ya el poso de veteranía en su gestión, liderada por su directora artística, Gema Casino, junto con los coordinadores, José Carlos Blanco y Fabrice Edelmann.
Esta gala es un acontecimiento cultural para la ciudad del Turia, ya convertida en tradición. Y eso que todos sabemos lo frágil que es un elenco de primeras figuras, como el que siempre se proponen; puede suceder que los bailarines tengan una lesión o en sus compañías les reclamen para un protagonismo de última hora y no puedan venir. El modelo de star-system que impulsa toda gala de estrellas es el modelo del que viven las grandes compañías de ballet del mundo -el «todos iguales» pseudocontemporáneo, no proporciona el mismo resultado- porque el espectador quiere ver bailar a su ídolo, al artista que le apasiona y, por qué no, descubrir nuevos favoritos entre aquellos a los que nunca había visto. Por eso Marianela Núñez, de nuevo en la gala de este año, ya tiene cientos y cientos de fans que la esperaban, como es tradición, entusiasmados por verle de cerca, hablar con ella, felicitarle y pedirle autógrafos.
Núñez fue la encargada de abrir la función junto a Vadim Muntagirov, con el pas de deux del segundo acto de La bayadère, de Marius Petipa y Minkus. Ya son una de las parejas esenciales para la historia del arte de la danza: se les ve tan compenetrados y tan en perfecta sintonía que resulta hasta raro cuando bailan con otros. Estrenado en 1877 en San Petersburgo, La bayadère pertenece a la etapa de Petipa previa a sus tres grandes ballets de Tchaikovsky, subrayando ya con su segundo acto, el famoso Reino de las sombras, su clasicismo, que llevaría a lo más alto con el icónico La bella durmiente. Marinela Núñez y Vadim Muntagirov interpretaron el paso a dos de este Reino de las sombras perfectos en lo técnico y mostrando el mimo por el detalle que tanto se atesora en el Royal Ballet. La dificultad estriba en que no es un elemento separado de la acción del ballet y los bailarines tienen que salir a escena con el personaje en evolución.
Es lo mismo que sucede en el pas de deux de Giselle, con una Polina Semionova de ensueño, acompañada del excelente Daniel Camargo (hasta hace poco en las filas del Het National Ballet). Con este paso a dos del que considero el ballet perfecto, también los bailarines deben estar ya en personaje en su salida a escena porque nos muestran un fragmento de una escena que ha empezado antes y seguirá. Semionova modeló una Giselle sobrenatural con profundidad, dándole a su torso, cuello y brazos el tono romántico etéreo que sus interminables arabesques completan, sustentada por Camargo con la elegancia que demanda el personaje.
También presentaron un extracto de Without Words, de Nacho Duato, que ha dirigido a Polina Semionova en el Ballet de la Ópera de Berlín, donde ella continúa, además de ser invitada en La Scala de Milán y en el Mikhailovsky de San Petersburgo. Con la partitura de Schubert interpretada en vivo por Paulina Dumanaite, al piano, y Salvador Bolón, al violonchelo, esta pieza nos ofreció la cara neoclásica contemporánea de esta bailarina adorada en medio mundo, cuyo físico portentoso le hace dúctil para cualquier estilo coreográfico y textura de movimiento.
Nicoletta Manni y Timofej Andrijashenko, del Ballet del Teatro alla Scala de Milán, mimaron su interpretación de Carmen, de Roland Petit, quien la creó para su esposa, Zizi Jeanmaire, con quien lo estrenó en 1949. Setenta años ha cumplido, por tanto, esta obra que Manni y Timofej bailaron con elegancia y la dosis justa de “españolismo” con que el coreógrafo francés la concibió. También mostraron el geométrico y un tanto “forsytheniano” Step Addition, de Sebastien Galtier, sobre música de René Aubry, muy acorde en sus evoluciones para el físico menudo de la bailarina y su grandes extensiones de piernas.
El primer bailarín de la Compañía Nacional de Danza, Alessandro Riga, que seguirá liderándola, ha estado invitado junto a la figura del Ballet de la Ópera de Roma, Susanna Salvi, con una pieza contemporánea del español Juanjo Arqués, Consequence, y un clásico ruso menos visto en España, el paso a dos de Las llamas de París, de Vasili Vainonen sobre música de Asafyev, creado para el Ballet Bolshoi en 1933, con la Revolución Francesa de base. En el primero, les acompañó un cuarteto de cuerda en vivo para interpretar la composición de Jóhann Jóhannsson sobre la que Arqués ha coreografiado un dúo de marcado dramatismo, con quiebros subrayados. En el segundo, desplegaron giros y saltos con la energía insuflada por una partitura casi marcial y el perfume romántico del Bolshoi en tiempos de la URSS.
Por su parte, los bailarines de la compañía holandesa Introdans, Yulanne de Groot y Pascal Schut, presentaron una coreografía del genio neerlandés Hans van Manen –quien, a sus 87 años, sigue en activo, acudiendo a los estrenos del Het National Ballet y yendo a los ensayos para supervisar sus obras, sobre todo por Europa, según nos contó Ted Brandsen, director de esta compañía con sede en Amsterdam-. Andante es su título y tiene un estilo ligero, en algunos momentos con tono pícaro, que estos sólidos artistas ejecutaron con el mismo brío que la obra de Mozart sobre la que se eleva la coreografía.
Como ellos, el español Aleix Mañé también bailó sólo una vez, en su caso el solo Puñal, con el que su coreógrafo, Eduardo Zúñiga, ganó la medalla de oro en la Moscow Ballet Competition de 2017. Mostrada en penúltimo lugar, esta pieza de ritmo agitado, creada sobre la famosa canción Amor de hombre –versión del Intermedio de la zarzuela La leyenda del beso, de Soutullo y Vert-, permitió apreciar el sólido movimiento de corte contemporáneo que sigue ofreciendo Mañé, ahora que continúa como bailarín y coreógrafo freelance, tras haber sido solista de nuestra Compañía Nacional.
Con el paso a dos del tercer acto de Don Quijote, Marianela Núñez y Vadim Muntagirov pusieron un broche final muy brillante, por el tono del ballet de Petipa y Minkus, y por su perfecta interpretación, con los famosos giros, saltos y fouettés -qué decir de los equilibrios de la bailarina- de la enérgica coreografía levantando pasiones.