Van Zweden se estrena como Director Musical de la New York Philarmonic

Van Zweden se estrena como Director Musical de la New York Philarmonic
Van Zweden se estrena como Director Musical de la New York Philarmonic. Foto: Chris Lee

Desde su fundación en 1842, la New York Philarmonic es la orquesta sinfónica más antigua de los Estados Unidos y una de las más longevas de todo el mundo. La New York Philarmonic ha estrenado o comisionado a lo largo de su historia obras como la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvořák o el Concierto para piano en Fa Mayor de Gerswing. Sus músicos han tocado a las órdenes de Tchaikovsky, Richard Strauss, Stravinsky, Copland  y Mitropoulos. Con una producción fonográfica prolífica y gran presencia en las redes sociales, la New York Philarmonic es hoy una de las instituciones musicales más importantes del país y enfrenta los desafíos del siglo XXI con voluntad inclusiva y un marcado interés por los asuntos sociales del Nueva York de hoy.

Esta temporada 2018-19 viene con la principal novedad del nombramiento del director de orquesta neerlandés Jaap van Zweden como director musical de la New York Philarmonic; trabajo que  compaginará con sus compromisos con otras orquestas como la Filarmónica de Hong Kong, de la que continúa siendo también Director Musical. Para su temporada inaugural en Nueva York, van Zweden ofrecerá cinco estrenos mundiales junto con grandes obras de repertorio. En paralelo, la programación 2018-19 propone tres seriales. En Music of Conscience se expondrán ejemplos de la respuesta de grandes compositores (Beethoven, Shostakovich, Corigliano y David Lang) a los problemas políticos y sociales de tu tiempo; con New York Stories: Threads of Our City asistiremos a música inspirada en la realidad de los inmigrantes en Nueva York; finalmente, en The Art of Andriessen, van Zweden programa obras contemporáneas de su compatriota el compositor Louis Andriessen.

Opera World asistió el pasado jueves al primer concierto de la temporada, en la que la violinista neerlandesa Simone Lamsma interpretó el Concierto para Violín Op. 15 de Benjamin Britten. El programa se completó con la Sinfonía Núm. 7 Leningrado de Shostakovich. La propuesta para este primer concierto no podía ser más inteligente por parte de van Zweden. Por una parte, al contar con una amiga y estrecha colaboradora como Simone Lamsma además de hacer patria, van Zweden se asegura el entendimiento con la solista, difícil de conseguir en ocasiones. Además, la Sinfonía Leningrado es una obra idónea para abrir la temporada por la magnitud de los recursos orquestales necesarios, que permite conocer la adaptación de los músicos a la nueva batuta, sin someterse a la tradición que pesa más en obras anteriores al siglo XX. Sin embargo, es cierto que el público tuvo dificultades para conectar con unas músicas que chocan con el Nueva York iluminado y navideño del exterior.

Lamsma comenzó austera en el primer movimiento del concierto de Britten. La solista consigue extraer un sonido redondo de su Stradivarius. Acaso impostando algunos vibratos, el movimiento sonó convincente, muy bien arropado por la orquesta. Van Zweden acompañó con el almíbar necesario y siguió una línea a la que no se le aprecian costuras. El segundo movimiento vivace, estuvo marcado por los efectivos acentos en los vientos, que sorprendieron por su furia expresiva. La vitalidad humanística de Simone Lamsma, que apuñala con la perfección de las notas agudas y sabe innovar en las cadencias, destacó con una partitura en la que Britten no da tregua al espectador. El passacaglia final quedó muy expresivo aunque tal vez menos texturizado y personal que los movimientos anteriores.

Simone Lamsma, que debutaba con la orquesta, respondió a la ovación del público de Nueva York bisando el finale de la Sonata para Violín Solo de Paul Hindemith. Lamsma emoció con su honestidad interpretativa y supo cautivar con un sonido irresistible y un tempo cómodo que le permitieron centrarse en lo expresivo, más allá del virtuosismo acrobático. La solista dejó un buen recuerdo y será bien recibida de nuevo en el Lincoln Center.

Tras el descanso, la New York Philarmonic se enfrentó a la Sinfonía Num.7 Leningrado de Shostakovich. Basta pensar en las circunstancias en las que la obra se creó y fue representada en el Leningrado asediado para conectar de inmediato con la música de Shostakovich que, por otra parte, requiere una orquesta muy sólida para servir con aseo la sinfonía. Desde el comienzo, van Zweden demostró control y entendimiento con sus músicos. El sonido va siempre en un hilo, muy equilibrado y ajustado a la línea orquestal, lo que permite apreciar matices y transmitir emoción con gran economía. Ante todo, la interpretación destacó por la pulcritud y el equilibrio del sonido. Es cierto que van Zweden estuvo conservador y quizá poco imaginativo. Parecía como si buscara la afinación perfecta y el tempo justo, huyendo del desequilibrio en que se cae a veces en pos de la expresividad. De tal suerte, el adagio sonó insípido, de tan introspectivo, pese a la enorme labor del concertino Frank Huang al frente de la tropa de cuerdas, y la magnífica solidez del viento metal. Es de justicia destacar el trabajo irreprochable de Robert Langevin en la flauta y los fagotes de Judith LeClair y Kim Laskowski.

Van Zweden parece tener algún que otro as en la manga pues, aunque soberbio, el concierto del pasado jueves dejó una irremediable sensación de asepsia y parcialidad. La temporada de la New York Philarmonic empieza con un éxito debido a la inteligencia de su nuevo Director Musical, si bien la institución está obligada a alcanzar cotas más altas para estar a la altura de su historia.

Carlos Javier Lopez