Los fines de temporada en el Teatro de la Zarzuela tienen un componente amable, casi refrescante diríamos nosotros, apartando los grandes acontecimientos musicales y dejando libre el camino para un tipo de teatro musical menos importante, pero que resulta grato, simpático y que provoca la sonrisa, en un intento de ver con cierto optimismo el futuro y a la espera de los importantes acontecimientos músico teatrales que esperamos para la próxima temporada. Afortunadamente parece que han sido conjurados- esperemos que definitivamente- los negros nubarrones que se cernían sobre el futuro del Teatro de la Zarzuela. Una nunca explicada y menos argumentada decisión de fundir el coliseo de la calle Jovellanos, con el Teatro Real, en una clara toma de postura de subordinación del teatro de la Zarzuela, tan nuestro, tan único, con tanta historia,posiblemente desconocida para los muñidores de esta maniobra, dejando una vez más a la zarzuela, género importante aunque conocido sólo parcialmente, en situación poco airosa, con grave peligro para su conservación, ahora que llevamos varios años de feliz tarea de recuperación de títulos, de estrenos, y de reposiciones llenas de interés.
Pero no nos vayamos por las ramas y vamos a centrarnos en el último espectáculo ofrecido para esta temporada 2017-2018, que está a punto de fenecer. Como en años anteriores ha sido un espectáculo refrescante, sin pretensiones de ningún tipo, un espectáculo donde la comicidad es el punto de partida y donde se ha llevado a cabo un montaje francamente bueno, en la línea de aciertos que es habitual en el teatro de la Zarzuela. Y para la ocasión se ha elegido una de las últimas creaciones del maestro Francisco Alonso, la llamada comedia musical en dos actos, titulada Veinticuatro horas mintiendo. El libreto, un tanto disparatado pero buscando los efectos cómicos, es original de Francisco Ramos de Castro y Joaquín Gasa, siendo adaptado en versión libre por Alfredo Sanzol. Y creo sinceramente que la adaptación mejora bastante el texto que hoy podría quedar muy obsoleto, con situaciones y escenas que podrían resultar muy alejadas de este tiempo, pero que gracias al ingenio de Alfredo Sanzol se actualizan y tienen gracia. La música original de Alonso ha sido revisada por Saúl Aguado de Aza, consiguiéndose un todo más ajustado a estos tiempos, aunque todo tiene cierto sabor a antiguo, cierto sabor que habrá despertado alguna nostalgia en algunos espectadores. Porque hemos vuelto al tiempo de la revista, cuando la comedia musical o la revista, como quieran ustedes llamarla, era plato fuerte en todas las programaciones teatrales de cualquier ciudad y, por supuesto, de Madrid y de Barcelona.
Sin otra pretensión que la de entretener, el objetivo se ha conseguido. A destacar la buena interpretación de Jesús Castejón, en el papel de Casto, que junto con Gurutze Beitia, que da vida a Casta, constituyen el verdadero soporte de la acción. Meritorio también el trabajo que hace Castejón como director de escena, habiendo contado con una adecuada escenografía de Carmen Castañón y un acertado vestuario de Ana Garay. El resto de los intérpretes realizan su trabajo con dignidad, buscando los efectos cómicos que jalonan toda la obra, pero siempre dentro de un buen gusto y muy alejados de las chocarrerías tan habituales en estos espectáculos tal y como se representaban en la mitad y final del siglo XX. Cumplieron su cometido Estíbaliz Martyn, Nuria Pérez, Joselu Lópz, Raffaela Chacón, Angel Ruiz, Ceclia Soliaguren, José Luis Martínez María José Suárez, Mario Martín y Luis Maesso. Hay que destacar la excelente actuación de Enrique Viana en el papel de Amo Lolo, luciendo buena voz de tenor y una gran dosis de fina comicidad.
Música popular, pegadiza, amable y sin más pretensiones. Utiliza el maestro Alonso los ritmos que hacían furor en la época. Destacaré la bonita samba final del primer acto, la escena final de la obra, un castizo chotis, unas guajiras y un fado. Todo para pasar un rato agradable y prepararnos para la próxima temporada que se presenta verdaderamente atractiva. En fin, un grato fin de fiestas.
José Antonio Lacárcel