Vivaldi, Locateli y Haydn. Proyecto Barroco de la OCNE. Madrid

Madrid. 5/10/2013. Auditorio Nacional de Música (Sala Sinfónica). Primer concierto del “Proyecto Barroco de la OCNE”. Dmitry Sinkovsky (violín), Ensemble Barroco de la Orquesta Nacional de España, Giovanni Antonini (director). Programa: Concierto para cuerda en Sol menor RV 157 y Concierto para violín, cuerda y continuo en Re menor RV 242 (Vivaldi); Don Juan, selección (Gluck); Concerto grosso en mi bemol mayor opus 7 nº 6, “Il pianto d’Arianna” (Locatelli); Sinfonía nº 45 en fa sostenido menor, “Los adioses” (Haydn).

Exquisitez y meticulosidad

Con este primer concierto del ciclo Satélites, la Orquesta y el Coro Nacionales de España inauguran su particular proyecto barroco en el Auditorio Nacional. Y lo han hecho de la mano del director milanés Giovanni Antonini, uno de los mayores especialistas actuales en el repertorio barroco como director del conjunto que él mismo fundara en 1989, Il Giardino Armonico, los cuales han grabado con gran éxito numerosos registros de obras instrumentales vivaldianas.

Precisamente con la música del compositor veneciano, Antonini al frente del Ensemble Barroco de la Orquesta Nacional de España abrió y cerró la primera parte del concierto: el Concierto para orquesta de cuerda y continuo en sol menor RV 157, paradigma de austeridad y concisión en el catálogo concertístico vivaldiano, sirvió para que el Ensemble Barroco (cuyos instrumentistas excepto los chelos ejecutaban la música de pie, disposición a la antigua usanza en los ensambles barrocos) dialogasen consigo mismos con la mesura y precisión que imprimían los brazos (no acostumbra a usar batuta) del director milanés; mientras que el Concierto para violín, cuerda y continuo en Re menor RV 242 significó un tour de force para el violín solista de Dmitry Sinkovsky en su continuo enfrentamiento con la orquesta. La aparente facilidad y asombrosa habilidad cuasi innata para el virtuosismo exhibido por el violinista ruso en los extremadamente arpegiados movimientos extremos (que su apasionamiento le lleva a no parar de moverse por el escenario), complementado por un magistral cuidado en el manejo expresivo de las síncopas por Antonini, condujo a que en una propina Sinkovsky deleitara al respetable con su segunda faceta artística, la de contralto, en el aria “But who may abide” de la primera parte de El Mesías de Händel, que entonó con múltiples matices expresivos en sus dos partes más aceleradas.

Se percibe que Giovanni Antonini es un meticuloso director en lo que a dinámica y matices agógicos de la música instrumental barroca se refiere, y ello lo demostró más que sobradamente en la selección instrumental de breves números del ballet Don Juan de Gluck basado en la obra de Molière. Además, se destinó para el final un despliegue de efectividad sin igual, con todo el Ensemble Barroco desenfrenado (nutrido en esta obra con dos trompas, dos oboes y fagot) en una enorme manifestación de virtuosismo para un frenético pasaje descriptivo que recuerda vivamente al Presto del Verano de Vivaldi o a la “Danza de las Furias” de la ópera Orfeo y Euridice del propio Gluck. En el número titulado “La serenata” llamó la atención un modo de ejecución típicamente barroco a la hora de tocar en pizzicato, como es colocar los violines y violas delante del cuerpo de los profesores, como si de una guitarra, cítara o laúd se tratase.

Aparte de los dos conciertos de Vivaldi, el resto de las obras elegidas miraban en cierta medida a Il Prete Rosso, y la primera pieza de la segunda parte tenía mucho de su influencia: el Concerto grosso en mi bemol mayor opus 7 nº 6, “Il pianto d’Arianna” de Pietro Antonio Locatelli (basado en el mito de Ariadna), un modelo éste, el del concerto grosso, que ya había institucionalizado Arcangelo Corelli décadas atrás. Lo cierto es que el clima de recogimiento y espiritualidad que Antonini había creado al final de este concerto, con delicadas notas en pianissimo de las cuerdas, fue levemente quebrado por el sonido mundano de un lejano teléfono móvil.

Pero lo que causaba gran expectación era la lectura de la Sinfonía “Los adioses” de Haydn desde la óptica historicista de Antonini. Y como se esperaba, no dejó indiferente a nadie. El enérgico y dramático primer tiempo (influenciado ya por la tendencia Sturm und Drang) se tradujo en un gran empuje vigoroso y una nítida conjunción de planos en las siempre atentas y precisas manos de Antonini, a pesar de que el afilado sonido de las trompas que impregnaba el conjunto en sus solos podría haberse cuidado algo más. Siguió un recogido e intimísimo Adagio antes del rústico y conciso Minueto para desembocar en el anticonvencional y sorprendente Finale: Presto-Adagio. Fiel al título de la obra y a lo que aconteció el día del estreno de la misma en el palacio de verano de los Esterházy, los instrumentistas de la ONE escenificaron el contexto de este movimiento abandonando sigilosamente sus atriles (Antonini incluido, previo apretón de manos a su concertino Sinkovsky), reduciendo paulatinamente la orquesta hasta los dos primeros violines, que, sin apagar luces ni velas (como sí ocurrió en época de Haydn), pusieron el broche a una velada de gusto y exquisitez barrocos, pasando por el Clasicismo de Gluck y Haydn entendido en criterios históricos.

Germán García Tomás