Un Vivaldi predecible en el Auditorio Nacional

Un Vivaldi predecible en el Auditorio Nacional
Yulia Milstein

El pasado 21 de noviembre tuve la oportunidad de asistir a un concierto más de la Fundación Excelentia, perteneciente a sus Sábados Excelentia con música y vino del Ciclo de los Sentidos. Igual que el anterior al que fui estaba dedicado por entero a música de Mozart, este estaba dedicado a Vivaldi. Repetía elementos como la presencia de un presentador, Carlos de Matesanz, y la actuación de violín solista, en este caso por Yulia Milstein.

El programa estaba configurado por la Sinfonía de l´Olimpiade, la sonata La Follia, para dos violines, violonchelo y bajo continuo, el Concerto Grosso Op. 3 RV 565 del l´Estro Armonico y Las cuatro estaciones como guinda final. Un programa atractivo y divertido para toda la familia. El público respondió a un programa tan efectista abarrotando la sala, con asistentes de todas las edades y lejos del elitismo que se le presupone al público de música clásica. Incluso atisbé una camiseta con el logo de un grupo de heavy metal, no digo más. Es muy destacable el hecho de que el público llenara la sala de cámara del Auditorio Nacional en una fecha tan señalada como la del partido entre el Real Madrid y el Barcelona. ¿Algo está cambiando en España?

Antes del inicio del concierto, como decía, subió Carlos de Matesanz a presentar al compositor y las obras. Sus comentarios musicológicos eran bastante acertados, pero la pátina de pretendida gracia y cercanía a mí no me lo pareció. Sin embargo, al público sí le divirtió este enfoque y rio complacido ante sus chistes.

Y después de esto, el concierto propiamente dicho. La orquesta, la LVK London & Vienna Kammerorchester, repetía también del último concierto con vino (cuya crítica puede leerse en esta misma revista) y me causó idéntica sensación. Un sonido parecido al que usaron con Mozart, con mucho arco y poca presión, vibrato comedido y ligereza en general. El problema es que la sensación que daban era de piloto automático, de reglas aprendidas que indican cómo hay que tocar Vivaldi sin ser demasiado historicista ni demasiado romántico/pasado de moda, y ya. Así que se hacía monótono. Se pueden tratar a la Sinfonia de l´Olimpiade y al Concerto Grosso como un todo, ya que compartieron características: contrastes forte-piano que perdían su fuerza por la falta de un forte de verdad, falta de voluntad de construir frases o destacar progresiones armónicas y unos interesantes movimientos lentos, que demostraron el punto fuerte de la solista-concertino-directora, Yulia Milstein. El público aplaudió bastante ambas obras, a mi parecer más por mérito de Vivaldi que de los músicos. Y es una lástima, porque esta lectura “rutinaria” me pareció impropia de unos instrumentistas que mostraban tanto poderío técnico y musical. Las ideas interesantes que aparecieron se ejecutaron con brillantez, pero ¡eran tan pocas!

La obra intermedia de la primera parte, la sonata La Follia, contó con la presencia de solo cuatro músicos: Milstein como violín primero, Albert Skurátov (a quien ya vimos como director en el otro concierto con vino y que en este concierto actuó de principal de violines segundos y de concertino) como violín segundo, violonchelo y bajo continuo (nombres desconocidos para mí y que no venían en el programa). Matesanz nos había contado que esta obra iba añadiendo más sonido e ímpetu en cada variación hasta alcanzar un clímax final. Pues ni rastro de esto. No alcanzaron el forte en ningún momento, el violín segundo se comía al primero y hubo momentos en los que el chelo se los comía a ambos, teniendo solamente un papel estructural. Pero el tema principal es bonito y la música está bien escrita y afinaron muy bien, así que el público volvió a aplaudir con ganas.

Tras el descanso volvió Matesanz con una nueva batería de chistes algo absurdos que, inexplicablemente, el público aprobó con una carcajada general. Nos contó tres o cuatro cosas de Las cuatro estaciones (que si dice que no necesitan presentación no sé por qué habla diez minutos de ellas) y salió la orquesta a ejecutarlas.

Todo lo dicho anteriormente es aplicable a esta interpretación, así que vayamos a los detalles. La música barroca, a mi humilde entender, trata de bloques contrastantes y progresiones armónicas. No tiene mucho sentido que un bloque en forte que contrasta con otro piano acabe suavemente y conduzca hacia el segundo. Funciona bien en el clasicismo y el romanticismo, pero aquí no. Y ocurría todo el tiempo, contribuyendo a lo monótono del conjunto. Igualmente, las progresiones armónicas, que Vivaldi construye muchas veces dejando una nota mantenida y moviendo otra, como por escalones, nunca se marcaron o dirigieron con crescendos, decrescendos o simplemente acentos, en mi opinión por miedo a un sonido brusco. En definitiva, que sonaba muy bonito, muy cuidado, pero sin sentido ni coherencia. ¿Y Milstein? Digamos que mejor en el papel de solista que en el de directora, mostrando dominio técnico y seguridad, aunque con poco original que ofrecer. Lo mejor se dio en los movimientos lentos, donde todos prestaban mucha más atención a la música, tanto estructuralmente como en carácter, y donde la cantinela del violín se fundía entre el colchón armónico que prestaba la orquesta. El mejor momento del concierto fue en un pasaje que Vivaldi escribió en su día como disonante, pero que a nuestro oído moderno le suena inocentemente clásico. La orquesta introdujo disonancias extras que le daban su sentido original a la música, que es que sonara mal, y fue el único momento donde dieron rienda suelta a su originalidad. Con el potencial que tenían es una lástima que no lo hicieran más veces. Todos conocemos Las cuatro estaciones, todos identificamos las notas y sabemos cómo suena. Nunca viene mal arriesgarse un poco. Para mayor frustración de este crítico el respetable aplaudió con grandísimo entusiasmo, claro.

Miguel Calleja Rodríguez

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