«Vox populi…» Ramón Tebar en Les Arts con la Orquesta de Valencia

Un más que digno concierto (pese a algunos imponderables de los que de todo tiene que haber en la viña del Señor) fue que el que ofreció en el auditorio del Palau de les Arts, la Orquesta de Valencia bajo la dirección de su titular y el concurso del pianista Javier Perianes. Una audición que a juicio del respetable fue un éxito de clamor a juzgar por una ovación que se prolongó durante cinco minutos y por la aquiescencia de los componentes de la orquesta que, al concluir la Cuarta sinfonía de Tchaikovsky, renunciaron a levantarse de sus asientos, cuando el maestro Ramón Tebar les impelía a ello, para compartir los aplausos, contrapuntados con algunos bravos y varias personas en pie, agregándose a ellos con los suyos propios. Así fueron las cosas.

Ramón Tebar al frente de la Orquesta de Valencia  Foto: Live Music Valencia

Esta referencia a este comentarista, que nunca se ha adjudicado la denominación de crítico que no le place, le parece lo suficientemente relevante e informativa, como para mencionarla en la reseña de opinión. No entiendo como no se cita este relevante éxito de público —y no se me antoja de recibo en mor a la escrupulosidad informativa— en el artículo de un plumilla que, de modo habitual, tiende a denostar a Ramón Tebar, desde que tomó posesión de su plaza de director de la agrupación valenciana. Según el juicio de este contumaz fustigador, el maestro no ha dado un solo batutazo aceptable en sus cuatro años de actividad, al frente de la orquesta valenciana. Choca esta reiterada actitud hostil y sesgada del referido crítico, cuando, curiosamente, ese mismo director, al que tanto denuesta, ha sido aclamado en las óperas de Estocolmo, Berlín, Viena, Cincinnati, Florida, Liceu, Turin, Parma… y un muy largo etc. de grandes teatros en los que se le ha vuelto a invitar a ofrecer su concurso con reiteración. Saque el lector sus propias conclusiones. La cuestión no resiste, a juicio de este humilde cronista (y no es falsa modestia, así me siento), el más sencillo silogismo en Bárbara.

A fuer de ser veraz quería hacer notar esta parcialidad, que uno estima arbitraria, por más que se vea asistida por la legítima prerrogativa a la libre opinión. Pero, asimismo, frente a ese derecho está el de objeción y réplica.

Y bien, vayamos al concierto. Perianes, sin duda, es creativo en su quehacer al teclado y también inspirado. Gusta de paladear su relato con delectación en un sentir interiorizado, en el que la poesía esté por encima del alarde. Sus tiempos, obviamente, tienden a ralentizarse para relamerse en el siempre elogiable fraseo, de aplaudible fonética en el tecleo para estipular aéreas sonoridades en el concierto de piano de Grieg. Se entendió bien con la batuta, siempre atenta a unificar el discurso común. Dígalo, a título de ejemplo, —se podrían poner muchos— la perlada y sutil articulación del solista en la reexposición del segundo tema, del primer movimiento, tras el cambio de tono a LaM. Esta sensitiva exposición se optimó con una sabia dosificación del pedal y una resolución pasional, con las FFF que demanda la pauta. Y aún hay más, todo ello en un arrobamiento mantenido hasta el nuevo cambio de armadura a DoM, protagonizado por la intensidad de una orquesta muy resuelta, al recuperar el motivo que abre el concierto, previo a la «cadenza».

Hay que hablar con admiración, en los primeros compases del segundo movimiento, de la poesía de los arcos, respondida por la exquisitez del piano en sus cristalinos arpegios en semifusas. Asimismo, tuvo majestad el teclado en el B de ensayo, a tempo, del muy específico RebM. Por el contrario, lastimosamente, en los cuatro compases del fin del movimiento, hubo que deplorar excesos de sonoridad de la trompa en los cuatrillos, todos en bemol, que le acompañan, demandados PP en el pentagrama.

La orquesta planteó muy brioso el motivo popular noruego, que principia el cuarto tiempo. Pero donde el pianista onubense pulsó el teclado con la marca de la casa de sensitiva declaración idílica, fue en el lírico segundo tema, secundado por el seducido grupo de violoncellos y resto de los arcos. Exquisitez al cubo. Tebar puso ímpetu al maestoso compasillo terminal, al que respondió, con intensidad, el pianista de Nerva en sus comprometidos acordes en solitario. Hubo aplausos, sin duda legítimos, a los que Perianes correspondió con la propina de un bello y seductor nocturno de Grieg.

En la sinfonía cuarta de Tchaikovsky, la más arrebatada de sus seis, la batuta trató de inyectar romanticismo en vena a sus huestes y a fe que lo logró en muchas ocasiones.

Chirrió la imperdonable «pifia» de las trompas en el inaugural tema del «fatum», que encabeza el primer tiempo. Bélica la confrontación de arcos y metales antes y después del D de ensayo. Tebar llevó el apasionado, vals marcado a 9/8, con recurrencia reductiva a uno, por razones de claridad. Ni por esas. Clarinete y fagot en su solo midieron mal y el timbal se hizo notar, en exceso, en el pedal rítmico junto a los bajos en «pizzicato» en el «sostenutto», tras el cambio de tonalidad a SiM. Tampoco tuvieron su momento las trompetas, abiertas en exceso, para asegurar la afinación en el U de ensayo. Con todo el movimiento tuvo pasión efusiva y eso se agradeció.

En el melancólico segundo tiempo, que en general tuvo espíritu sensorial y nostalgia, el oboe, en el solo, inicial no aportó, para nada, aliento eslavo ni tampoco fue preciso en la afinación. Los cellos sí pusieron las cosas en su sitio, con decires suntuosos, intensos y territorialmente idiomáticos. El fagot recogiendo el tema cardinal en su solo «morendo», en los tres compases finales, con dos blancas y una negra, se desfiató. Llevado muy vivo el pizzicato a 2/4, el director instituyó un auténtico compromiso de audacia, en los diálogos entre maderas, metales y arcos en los compases últimos. Fogoso y apasionado el final, siguió a pies juntillas las demandas de la pauta, ofreciendo, al tiempo, carácter de paisaje y paisanaje a la tonada folclórica «El abedul». En los postreros compases, el ritmo se tonificó al recuperar el tema del «fatum» que abre la sinfonía, llegando a exigencias homéricas de velocidad, que la orquesta hizo suyas con emotividad y pasión y que, obviamente, por la intensidad de la resolución, alcanzaron una respuesta encomiástica del público. «Vox populi…»

Antonio Gascó