La nueva temporada de la New York Philharmonic comienza con ópera; un programa doble que combina el monodrama Erwartung de Arnold Schoenberg y el Castillo de Barbazul de Béla Bartók. Katarina Karnéus y Nina Stemme son las protagonistas de sendas obras, en una producción semiescenificada en el David Geffen Hall del Lincoln Center de Nueva York.
El director escénico sueco Bengt Gomér emplea psicoanálisis como hilo conductorentre ambas obras, en una producción tan limpia como poco interesante. En efecto, tanto Erwartung (1909) como Barbazul (1911) no escapan a la influencia de Freud y Ferenczi, respectivamente; si bien la esquematización entorno al psicoanálisis que parece proponer Gomér se antoja innecesariamente reduccionista.
Hay muchas ganas de música en la Gran Manzana, y la aparición de Nina Stemme en este primer cartel operístico ha contribuido a un gran éxito de público. La soprano fue la encargada de cantar el lied Erwartung, que el propio Schoenberg compuso en 1899 y que aquí se ofreció como aperitivo a su obra homónima posterior. Acompañada de la arpista Nancy Allen, incisiva y delicada con las cuerdas, la Stemme supo perfumar el lied con un canto de altura, aunque fue imposible sustraerse de algunas notas agudas que sonaron forzadas, como estranguladas. El resultado hubiera sido óptimo de haber desplegado un canto más natural.
La mezzo sueca Katarina Karnéus, de amplio recorrido vocal, desplegó un canto efectivo al que solo se puede achacar cierta nasalidad en el agudo y unas notas graves más empujadas que cantadas. No obstante, su interpretación de la complicada partitura de Schoenberg mantiene el interés a lo largo de toda la obra, y transita con lacerante intensidad los más extremados estados mentales, en un paisaje psicológico de rica humanidad. Junto a Karnéus, Jaap van Zweden brillaba en el podio. La orquesta apareció en plenas condiciones, flexible y versátil, atenta al gesto del director.
La ópera en un acto de Béla Bartók, El Castillo de Barbazul, se presenta en la propuesta de Gomér como una aclaración apodíctica de Erwartung, con el amor de Barbazul y Judit como elemento distorsionador. El veterano barítono alemán Johannes Martin Kränzle fue el encargado de dar vida al villano Barbazul. Pese a un timbre oscuro aunque no muy interesante y una línea un tanto artificial, el alemán supo mantener la ambivalencia que requiere el personaje. No terminó de encajar en la producción, en la que apareció aislado e insignificante. Por su parte, la voz brillante de Nina Stemme configuró una Judith soberbia. La artista mantiene su proverbial calidez y un convincente squillo, cualidades que le permitieron estar muy por encima del personaje. Lástima que no hubiera la química necesaria entre los dos solistas.
Sin embargo, y pese a su interés insoslayable, lo esencial del estreno de este programa doble fueron las buenas prestaciones de la New York Philharmonic. La compañía tiene la misión de consolidar el proyecto iniciado por van Zweden en la irregular temporada pasada. El comienzo del curso no puede ser más halagüeño. En el sonido de la New York Philharmonic hay trabajo y empaque, hay atmósfera y gravedad, espacio y tiempo. Del conjunto destacan luces en todas las familias, si bien en El Castillo de Barbazul los vientos tuvieron un rendimiento extraordinario.
Incomprensiblemente, van Zweden se ha dejado convencer una vez más para emplear amplificación digital. El sonido orquestal mejora al pasar por el tamiz de la mesa de mezclas, de eso no hay duda, pero es innecesario dadas las condiciones de la orquesta y los solitas. El capricho va en detrimento del espectáculo, pues reduce los riesgos y por tanto la emoción, y le resta veracidad al evento musical. Por desgracia, el público no lo afea, por lo que se seguirán viendo altavoces en el Lincoln Center.
Carlos Javier Lopez