Zimmerman y Tebar condecoran a Mendelssohn

Zimmerman y Tebar condecoran a Mendelssohn
Zimmerman y Tebar condecoran a Mendelssohn

Sigue el excelente nivel del ciclo Mendelssohn que auspició el maestro Tebar al frente de la orquesta de Valencia de la que es titular. La asistencia colmó la sala Iturbi del Palau de la Música de Valencia el mes pasado para asistir a la audición de la sinfonía «Lobgesang» y volvió hace una semana con un programa en el que se ofrecieron las tres obras más populares del compositor.

La batuta planteó la descriptiva «Obertura de las Hébridas»  con una pródiga presencia de los arcos desde el inicio y al tiempo con una diáfana transparencia para que se radiografiasen las maderas y tomara cuerpo el vaivén del oleaje, a base de acentuar los contratiempos estirando la dicción.  Los fff patentizaron el chocar de las olas contra los altaneros acantilados verticales de Staffa con aliento heroico del conjunto orquestal que se enervó en la descripción del ulular del viento. La soledad del segundo tema encomendado a los fagots, tuvo exquisitez y no digamos el sugestivo solo de clarinete. En el final la vehemencia, de una pintura romántica dio paso a una evocación melancólica de unas inspiradas maderas del ayer del viaje.

Continuó la audición con el concierto en Mim contando con un solista de excepción como es Frank Peter Zimmermann, dueño de un sonido no grande, bien es cierto, pero si hermoso, cristalino y lleno de sutilezas que surgía de su arco merced a un acopio de afinación emocional. Tebar entendió muy bien el propósito y fue capaz de acoplar la sensibilidad de su batuta, que es mucha, a la del violinista germano haciendo que la orquesta fuera el eco atmosférico de su relato en el primer movimiento, siguiendo, con aliento rítmico, sus inflexiones y contrastando cuando la ocasión era propicia como en el crescendo antes de la cadencia, planteada con una riqueza de armónicos que iluminaban la sala. En el segundo tiempo unos arcos sensoriales acogieron el sonido del Stradivarius Inchiquin en la exposición del idílico motivo de apertura. La vehemencia idealista resplandeció en el segundo tema para contrastar más su prendada seducción. Vamos, una declaración de amor en dos frases. ¡Con qué primor plantearon Zimmermann y Tebar la evocadora introducción del movimiento conclusivo! Luego, los arpegiados del solista sobre el marcado motivo de cellos y trompas, fueron un referente de acrisolada complicidad perceptiva.

Presume este comentarista que pocas veces el gran Zimmermann habrá sido mejor servido por una batuta. El efusivo y prolongado abrazo que brindó al director al concluir la obra, entre el fragor de los aplausos me certifica la opinión. Hubo ovaciones para la batuta y muy en particular para el violinista que ofreció unas muy elogiables propinas con fragmentos de Bartok y Bach. El concepto siempre resplandeció: antes y después.

La sugestión de la audición continuó en la segunda parte con la conocida sinfonía «Italiana», un prodigio de afinación, dicción y expresión, con una orquesta capaz de una entrega y una solvencia sonora y sentido del matiz muy elogiables y ello desde la rotundidad de los arcos en el primer acorde, o desde los ecos de las maderas respondiendo a las trompas. El primer motivo fue, diáfano, de muy viva festividad, muy contrastado (a extremos de acentuaciones gratamente sorpresivas a base de anacrusas rompientes) manteniendo siempre el peculiar ritmo de tarantela, llevado con fruición a dos. El aria del segundo tiempo tuvo un predicado litúrgico con los cuatrillos de los bajos tan definidos como aéreos y singularmente en la encantadora conclusión.

El moderato se planeó con cierto propósito de vals lento, al que siguió un muy organístico tema de las trompas, respondido por una orquesta intensa en su solemnidad armónica. Como el movimiento inicial, el saltarello conclusivo fue muy vivaz acrecentándose en intensidad sin perder la transparencia y ello vale más porque así se llegó al rotundo e intenso final que arrancó justos aplausos de la audiencia.

Tebar es un director sugestivo, con ideas, también emocional e inspirado, capaz de extraer de las sinfónicas que dirige, una riqueza de sonoridades y acentos tan instigadoras como plurales. El concierto que comentamos fue una evidencia.

Antonio Gascó