Música para la guerra en Segurilandia

                                                                    Música guerra Segurilandia Por Majo Pérez

Hay un país llamado Segurilandia. Los dirigentes de este país se ponen guapos para hablar de guerra y dicen “acorazado”, “gasto armamentístico”, “presencia militar”… con voz suave y aterciopelada mientras sonríen a la cámara.

En Segurilandia lo más importante es el miedo. Miedo constante a cualquier amenaza concreta o abstracta, pero siempre real e inminente. Miedo que desacredita cualquier discrepancia. En Segurilandia están todos de acuerdo.

Siempre es culpable el otro en Segurilandia, donde las armas y los tanques solo sirven para defenderse, donde la mejor arma es la paz, donde la defensa de las artes –incluida la ópera– y la civilización es lo único que importa.

Primera audición: Fragmento de la ensalada La guerra de Mateo Flecha «el Viejo» (1481 – 1553).

Estoy pasando mis vacaciones en Segurilandia, el paraíso del bienestar. Hay inflación, pero quién no se merece unos días de asueto después de tantas fatigas. La inflación es consecuencia de la guerra. Hay que hacerle la guerra a la guerra para parar la inflación.

Durante mi veraneo en Segurilandia escucho música y pienso en la guerra. En la música renacentista se guerreaba de otra forma. La lucha se justificaba por la defensa de la fe; no había mayor victoria que la salvación del alma.

Pues la guerra está en las manos/ y para guerra nacemos / bien será nos ensayemos / para vençer los tiranos. El capitán desta lid / de nuestra parte, sabed / que es el Hijo de David /y de la otra es Luzbel, / y podráse dezir / d’él sin que nadie lo reproche: /«Quien bien tiene y mal escoge, / por mal que le venga no s’enoje». (Fragmento del texto de la ensalada La guerra de Mateo Flecha el viejo).

Segunda audición: La Battaglia del act. III de Rinaldo (Händel).

En el Barroco, la guerra ocurre en un tiempo pretérito (en el Imperio romano como en Giulio Cesare in Egitto o durante las cruzadas como en Rinaldo, por poner dos ejemplos de Händel) y de mostrarse en escena, la batalla toma forma de estilizada coreografía.

En el Romanticismo, la guerra sigue siendo algo lejano, como vemos en Le siège de Corinthe (imperio otomano) y Tancredi (las cruzadas) de Rossini; en Norma (Imperio romano) de Bellini o en Alzira (la conquista del Perú), La battaglia di Legnano (Sacro Imperio Romano Germánico) y Aida (Antiguo Egipto) de Verdi, por citar unas pocas. Además, en la mayoría de estas obras, lo que prima es la historia de amor entre los protagonistas; la guerra es el mero trasfondo.

Tercera audición: Aida (Verdi), Acto I, escena I.

¡Sí, guerra y muerte sea nuestro grito! ¡Guerra, guerra, guerra! ¡Tremenda, inexorable! La adorada Isis ya ha designado al jefe supremo de nuestras tropas invencibles: ¡Radamés! ¡Radamés! (fragmento del Coro, acto I de Aida)

A principios del siglo XX, en época verista, los compositores se atreven a asomarse al conflicto bélico un poco más de cerca, tanto en el tiempo como en el espacio, y las consecuencias de la guerra aparecen con mayor dramatismo. Lo ejemplifican Andrea Chénier de Giordano, que está ambientada durante la Revolución francesa, o Tosca de Puccini, que ocurre durante la invasión napoleónica del norte de Italia.

Sin embargo, no será hasta más entrado el siglo XX cuando la guerra aparezca en la ópera mostrando toda su inmediatez y crudeza. Quizá los exponentes más emblemáticos sean Wozzeck, de Alban Berg, estrenada en 1925 en la Staatsoper Unter den Linden de Berlín, y Die soldaten, de Zimmermann, estrenada en 1965 en la Opernhaus de Colonia, que la encargó.

Si Wozzeck es el paradigma de la deshumanización contagiosa, de la opresión en cadena, de la brutalidad y la desolación como únicas opciones de vida, Die soldaten abre una ventana al infierno que supone la guerra para las mujeres. No es casual que la primera surgiera a raíz de la Primera Guerra Mundial, y la segunda, de la Segunda.

Cuarta audición: Tráiler de la producción de Die soldaten del Teatro Nacional de Múnich:

WESENER
Aquí hay tantas muchachas extraviadas y corruptas que si tuviéramos que darles limosna a todas ellas no quedaría tiempo para otra cosa.

FIGURA FEMENINA
(en el extremo de la desesperación) Señor, hace tres días que no me llevo un trozo de pan a la boca.

WESENER
Alma disoluta, ¿no te avergüenzas de acosar a un hombre respetable?  (···)

Quizás, mi hija, también esté pidiendo limosna…

Ha costado muchos siglos de historia musical para que la música refleje con mayor exactitud los horrores de la guerra. En Segurilandia, las esposas (y algún que otro esposo) de los mandamases van juntas a la ópera, pero no para ver Wozzeck. No sería apropiado.

Berg tuvo éxito hasta 1933. En ese año ganó Hitler las elecciones en Alemania y la música dodecafónica pasó a ser considerada Entartete Kunst «arte degenerado». Berg se quedó sin dinero y sin trabajo. Su mentor Schönberg, tuvo que exiliarse por ser judío.

Con conocimiento de causa, Zimmermann plantea en su ópera Die soldaten una concepción esférica del tiempo: «el ayer, hoy y mañana» se dan simultáneamente. La historia siempre se repite. La historia siempre se repite. ¿Es necesaria la guerra? La guerra es necesaria para que la historia se repita.

Me tumbo al lado de la piscina. Me aburre este tema de la guerra en la ópera. Así que me pongo a leer la prensa. Las revistas comentan los modelitos que están de moda en Segurilandia: máscaras antigás cuidadosas con el maquillaje, corsé antibalas, braguitas antiviolación…  ¡Qué dulce es la guerra para los que nunca han luchado! ¡Y qué necesaria!

Imagen de portada: Vasily Vereshchagin (1871): La apoteosis de la guerra, Galería Tetryakov, Moscú.

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