La música clásica en el cine: 2001, una odisea musical

No comprenderemos el sentido del uso de la música en ‘’2001: una odisea en el espacio’’ sin antes haber presenciado veinte minutos de secuencias impactantes, cuando el Hombre aún no era tal. Escuchamos en este fragmento de historia el famoso motivo de Richard Strauss ‘’Así habló Zaratustra’’, el ‘’Réquiem’’ de György Ligeti y el ‘’Danubio azul’’, de Johann Strauss, los tres más importantes de la banda sonora que, finalmente, Stanley Kubrick decidió usar para su historia tras un proceso de relación con el exquisito compositor Alex North que terminó con el engaño de aquél y la enfermedad de éste, componiendo durante once intensos días una partitura original (con indicaciones incluidas del director) que finalmente Kubrick rechazó ante la sorpresa de todos y sin avisar a nadie. Vayamos con la definitiva obra musical para esta obra maestra del cine.

El ejemplo más claro de los tres mencionados lo representa el vals de Strauss, aparentemente forzado paso de las secuencias de los monos a las espaciales. Refleja, intencionadamente, el carácter tecnológico y avanzado del hombre actual respecto al prehistórico. Su evolución la practica Kubrick a través de esta pieza musical que en el siglo XVIII conquistó su rango de nobleza en Viena al introducirse en la selecta ópera y el estilizado ballet y nos da a entender, a parte el matiz lento y suave de las imágenes, ese salto evolutivo y la forma superior y poderosa de la mente humana actual respecto a la primitiva. La aplicación que luego hace de este vals sobre imágenes preciosistas es un detalle logrado y lógico, pero que en algunas ocasiones olvida la sincronización exacta y estudiada con las secuencias. Lo veremos. En segundo y tercer lugar situamos los otros dos temas, el de Richard Strauss y su inclusión guarda relación con el sentido religioso y de poder absoluto que Kubrick aplica en su película a la figura del Monolito (como dador incluso, o referencia individual, del Universo), descrita su acción sobre los humanos (o su mente) a su vez mediante el tercero de los temas, el de Ligeti, más vanguardista, experimental y misterioso, como resulta desde el inicio la acción del extraño objeto sobre los hombres.

El desarrollo del final de la primera parte, a punto de entrar ya de lleno en la segunda y la evolución verdadera del argumento, se centra, musicalmente hablando, en el empleo de la obra de Johann Strauss. Parémonos en ella: un uso entusiasta y refinado y una combinación música-imagen exquisita (aunque sólo en apariencia). Las secuencias en las que es aplicado carecen de trascendencia real, por lo que su función, una vez habiendo aclarado el matiz del paso a la civilización como manera de organización superior en relación a la primitiva forma de vida humana, se limita a una sencilla descripción de lo que vemos. Atendiendo a este matiz, tal vez su falta de sincronización en algunos instantes podría ser obviada; no obstante, sí presenciamos por momentos detalles de un empaste de las notas con las figuras en pantalla verdaderamente interesante y logrado: el descenso de la nave en la que viaja el doctor Floyd, abriéndose las compuertas de la base Clavius, es hermosamente descrito, incluso ahora narrado gracias a la buena sincronización, y su presencia en pantalla nos hace preguntar: ¿por qué no sucede esto en el resto del tema, cuando el compositor cambia ritmos, estructuras o contenidos de su música y la imagen de Kubrick no llega siquiera a inmutarse? Es evidente que para el espectador global tanto detalle referido pasará desapercibido, pero no para el inquieto en este mundo tan rico e importante de las partituras para cine.

A la hora de metraje, la composición alcanza un clímax importante, crucial incluso para entender la postura del director hacia la obra original que encargó a Alex North. La expedición de científicos llega a la Luna, donde el doctor Floyd conocerá el nuevo descubrimiento (el Monolito). Suena de nuevo György Ligeti, ahora su ‘’Lux Aeterna’’ y entrando en las lindes del Monolito, el ‘’Réquiem’’. Su ‘’micropolifonía’’ y experimentación marcan el camino básico de la idea de Kubrick. La obra de North no se movía por este linde extraño y novedoso, acudía a una sincronización exquisita, una fuerza única y calidad indudable pero, pese al gran trabajo (grabado y editado años más tarde por su amigo Jerry Goldsmith), el matiz inquietante y oscuro del Monolito jamás habría visto la luz. Ligeti compone en estructuras lineales largas y vocales, detalle que une la figura divina del objeto descubierto (y presuntamente sobrehumano) con la de los hombres. Siempre se escucha al compositor húngaro en ambientes exteriores y asociado en todo momento al Monolito como estructura física o bien influencia directa (escenas en negro o último viaje al más allá). El carácter místico y verdaderamente musical de ‘’2001’’ no tiene nada que ver con los Strauss, sentencia arriesgada la que presento pero, en opinión de quien esto escribe, sin ninguna duda que pueda llevarnos hacia otro lugar.

‘’Misión a Júpiter’’. El inicio de la encomienda nos presenta un nuevo y crucial personaje: el ordenador de la serie 9000 Hal, descrito inteligentemente por Kubrick al aplicar en pantalla el adagio de la ‘’Gayane ballet suite’’, del compositor soviético de origen armenio Aram Khachaturiam, una estupenda pieza de gamas tranquilas y ligeramente enigmáticas, como va a resultar la evolución de la máquina en la historia. Magnífico inicio de esta parte para nada asociado con el ambiente tranquilo y pausado de la expedición espacial y sí, como se indica, con el ordenador Hal. Fragmento extenso en el que ninguna pieza musical más sonará. La relación que establece el director entre música y personaje es, inicialmente, fascinante.

‘’Júpiter, y más allá del infinito’’. Dos horas de historia. Nueva, directa y visual referencia al Monolito. Escuchamos de nuevo el ‘’Réquiem’’ de Ligeti. La tonalidad musical de la historia ha dado, empleando un par de piezas y escasos minutos, un giro brusco dejando atrás la suavidad de los valses y la universalidad de las piezas clásicas. Las imágenes siguen presentando una poesía visual y una pausa extremas, hermosas. No escuchar ya, desde hace muchos minutos, la música de Strauss nos lleva a ratificar la teoría propuesta del sentido de ésta en el filme, muy lejano al que muchos quieren atribuirle de manera única, como es la representación de la solemnidad visual. Sí, existe (ya comentado), pero su crucial cometido fue enlazar vida primitiva con la suntuosidad de la evolución a la moderna.  Una vez ‘’gastada’’ esta función, Johann Strauss desaparece. Por otro lado, el detalle de la aplicación del ‘’Réquiem’’ de György Ligeti nos hace ver la figura del extraño objeto como algo más allá de la común ubicación referente al concepto de Dios o la Idea. El réquiem es una composición musical que se asocia a los difuntos, a la muerte. Aquí encontramos, desde el punto de vista musical, una interpretación posible, interesante y por la que me decanto, terminado el estudio de la partitura que Kubrick aplicó sobre el extraño elemento: la muerte; más aún, la Muerte como concepto global y amplísimo que, de la misma forma que interpretaciones directas, podemos incluso asociar con la idea de Dios. Complejísimo.

El desenlace contiene un poder compositivo excepcional, tanto de imagen como de música. ‘’Atmosphères’’ supone, en la secuencia de las luces y paisajes vanguardistas, el colofón a su presencia, como pieza musical, en toda la obra. Una elegía por lo desconocido, lamento al miedo, al terror por no saber qué… (así se muestra durante su audición, única e individual, en las pequeñas partes en negro, al inicio y mitad del filme). Su proyección hacia los colores y formas que vemos, por las que permanece el astronauta tras ser atrapado por el Monolito, es una prueba de paciente filosofía y meditación de todo aquel que sufre o ve. György Ligeti se ha convertido en pieza clave en la presente historia. Y, por fin, Richard Strauss de nuevo, tras todo el argumento, poderoso para trazar un lazo de incertidumbre en torno a la figura completa y global del Universo y el Ser Humano, motivo por el cual se escucha al inicio y final de la obra.

En definitiva, partitura para ‘’2001: una odisea en el espacio’’ que es inteligentemente aplicada y su sonoridad y significado real, lejos de mantenernos entre las dos famosas piezas que suenan y la mayoría de espectadores conoce, nos conducen inexorablemente (quizá como el Monolito) hacia las texturas dramáticas y oscuras de György Ligeti, auténtico referente de esta obra. Gran trabajo de elección y aplicación de Stanley Kubrick y excepcionales piezas clásicas.

PUNTUACIÓN: 9

Antonio Miranda