Crítica de Der Freischütz en Dresde

 

Crítica de Der Freischütz en Dresde
Escena de Der Freischütz en Dresde

Der Freischütz es una de las óperas que cuentan con una valoración más dispar entre los aficionados de distintos países. Mientras en los países germánicos tiene una gran popularidad, siendo siempre reconocida como la primera ópera nacional alemana, en los países del sur de Europa no es una obra que cuente con el favor del público, en lo que influye de manera notable la presencia de numerosos y largos diálogos – evidentemente, en alemán – a lo largo de la ópera. En lo que a nuestro país se refiere, no han sido muchas las ocasiones en que se ha podido ver esta ópera, siendo la última de ellas la que se ofreció en el Llceu de Barcelona hace 4 año. Anteriormente, tendríamos que remontarnos al año 2001, cuando ABAO la presentó en una de sus primeras temporadas de ópera en el Euskalduna.

Estas representaciones de Der Freischütz en Dresde habían despertado un gran interés, ya que se trataba de la primera vez que Christian Thielemann dirigía la obra maestra de Carl Maria Von Weber, aunque únicamente estaba anunciado para las tres primeras de las representaciones, contando además con el supuesto atractivo de una nueva producción escénica. El resultado de la representación ha estado a la altura esperada en lo que se refiere a la vertiente musical, mientras que escénicamente el interés ha sido escaso, y, finalmente, el reparto vocal no ha estado a la altura de lo que hemos podido disfrutar en Dresde en otras apariciones de Thielemann en la Semperoper.

En mi opinión no estamos viviendo una época en la que falten grandes batutas, aunque muchos se aferren al principio de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Dentro del notable ramillete de grandes directores creo que hay dos auténticas luminarias, que resisten la comparación con los más grandes de la historia, cada uno de ellos en su repertorio. Por una lado, sitúo en ópera italiana a Riccardo Muti – con el permiso de Antonio Pappano – y, por otro lado, pocas dudas puede haber sobre la figura de Christian Thielemann en el repertorio alemán, particularmente con Wagner y Richard Strauss. No ocurre lo mismo con la presencia del director alemán en óperas de otros compositores y, por tanto, la expectación que traía consigo su presencia al frente de Der Freischütz estaba más que justificada. Tengo que decir que el resultado ha merecido la pena el largo viaje, ya que, aunque no hubiera sido más que por escuchar su interpretación de la obertura de la ópera, el objetivo habría estado cumplido de sobra. Thielemann dirigió con energía, dramatismo y enorme sensibilidad, cuando ésta era requerida por la partitura, en una exhibición de matices raramente sentida. Además hoy ha llegado a un grado de comunión con su maravillosa Staatskapelle Dresden que resulta difícil poder pensar en un sonido comparable con el que produce esta orquesta, cuando la dirige su titular. Thielemann sigue siendo el gran reclamo de la Semperoper, aunque no sea su director musical, y sus actuaciones seguirán contando con la presencia de sus seguidores venidos de tantos países, a los que me sumo y aspiro a seguir volviendo a la capital de Sajonia cada vez que este gran maestro dirija ópera en este maravilloso teatro. Terminaré refiriéndome en este apartado a la muy convincente actuación del Sächsischer Staatsoperchor.

Crítica de Der Freischütz en Dresde
Escena de Der Freischütz en Dresde

Como digo más arriba, el reparto vocal no ha estado a la altura de lo que hemos podido disfrutar en anteriores apariciones de Christian Thielemann en el foso de la Semperoper. En conjunto, yo diría que no ha pasado de una aceptable mediocridad.

Max, el tirador, enamorado de Agathe, fue interpretado por el tenor Michael König, a quien hemos podido ver en varias ocasiones en nuestro país en los últimos años. Su voz no es particularmente bella ni tiene un volumen notable, teniendo ciertas apreturas en las notas altas. Por otro lado, tampoco su figura le convierte en un héroe convincente en escena.

En el personaje de Agathe estuvo siempre anunciada la soprano americana Rachel Willis Sorensen, la última ganadora de Operalia, pero canceló por motivos que desconozco, siendo sustituida por su compatriota Sara Jakubiak, que forma parte de la Ópera de Frankfurt, y ha sido elegida para interpretar la parte de Eva en el próximo Festival de Bayreuth. En mi opinión hemos perdido con el cambio y también creo que Bayreuth puede encontrar mejores opciones para la heroína de Meistersinger, aunque hay que reconocer que la relación de errores de reparto en Bayreuth en este personaje viene de lejos. Sara Jakubiac me pareció una intérprete sensible, cantando con gusto, pero con una voz de timbre muy impersonal, de los que uno se olvida rápidamente.

La parte del malvado Kaspar fue cubierta por el bajo Georg Zeppendfeld, cuya actuación me resultó un tanto decepcionante. Kaspar es el malvado de la ópera, la encarnación del mal, y eso tiene que ser transmitido por una voz más negra que la suya. Creo que se pudo haber ganado en el reparto haciendo que Albert Dohmen hubiera sido Kaspar, dejando la parte de Kuno (el padre de Agathe) a Zeppenfeld.

Con el personaje de Ännchen, la compañera de Agathe, pasa algo parecido a lo que ocurre con Micaela o Sophie (tanto en Rosenkavalier como en Werther). En todos los casos el personaje, que es muy agradecido, cuenta con las simpatías del público, pudiendo decirse que quien no triunfa en Ännchen ya puede dedicarse a otra cosa. La soprano alemana Christina Landshamer me pareció una cantante de poco interés. La voz de soprano ligera es adecuada al personaje, aunque no tenga una gran calidad, resultando escasamente agradable en las notas altas.

En los personajes secundarios lo mejor vino de Albert Dohmen en la parte de Kuno, cumpliendo bien Andreas Bauer en la parte del Eremita, un tanto corto de amplitud y autoridad. No me convenció el barítono Adrian Eröd como Ottokar, con sonidos abiertos. Finalmente, Sebastian Wartig lo hizo bien como Killian.

La nueva producción escénica llevaba la firma de Axel Köhler y no pasó de cumplir el trámite sin mayor brillantez. La escenografía de Arne Walther ofrece un espacio rodeado de casas, dentro de un paisaje un tanto en ruinas, dejando ver un bosque al fondo. Este escenario sirve para los actos I y III, mientras que en el segundo ofrece una casa con dos alturas, estando arriba la habitación de Agathe y abajo una especie de bodega, por la que se pasea un personaje mudo y cojo, que vaya usted a saber qué es lo que puede representar. La escena de la Garganta del Lobo resultó un tanto infantil, ya que no puede aspirar a atemorizar más que a los niños. El vestuario de Katharina Weissenborn resulta adecuado y tradicional, llevado al siglo pasado. Iluminación sin especial interés de Fabio Antoci. Finalmente, la dirección escénica no tiene mayor relieve y creo que se puede hacer bastante más para dar vida escénica a esta ópera.

La Semperoper había agotado sus localidades y había gente dispuesta a hacer negocio con las localidades que había conseguido. El público se mostró bastante tibio durante la representación, aumentando su calidez en los saludos finales, donde Christian Thielemann y la Staatskapelle fueron los grandes triunfadores de la noche.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 46 minutos, incluyendo un intermedio.. Duración musical, incluyendo diálogos, de 2 horas y 12 minutos. Ocho minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara de Der Freischütz en Dresde era de 140 euros, habiendo butacas de platea por 86 euros. La entrada más barata costaba 33 euros.

José M. Irurzun