Crítica: «Un ballo in maschera» en Barcelona

Crítica: «Un ballo maschera» Barcelona Por Xavier Rivera

Verdi estrenó esta maravillosa ópera en 1859 en el Teatro Apollo de Roma tras haber cancelado su proyecto en Nápoles debido a la censura. El tema histórico era el asesinato del rey Gustavo III durante un baile de máscaras en 1792. Como los censores napolitanos de los Borbones consideraban inmoral representar el regicidio, el Rey fue transformado en Gran Duque de Pomerania y más tarde en Gobernador de Boston… ¡todo muy claro!

Una escena de «Un Ballo in maschera» / Foto: GT del Liceu

Hace algunos años, el musicólogo americano Philip Gosset, sumo pontífice de la ópera italiana desde su cátedra de la Universidad de Chicago y su University Press, publicó una partitura que reconstruía las intenciones originales de Verdi, pero aún no ha entrado en los hábitos de los teatros de ópera. Hay que decir que esta producción había sido concebida para el Teatro Reggio de Parma por Graham Vick, ese originalísimo creador teatral que murió de Covid en 2021 sin haber finalizado esta puesta en escena. Su alumno y asistente de entonces, Jacopo Spirei, es quien le rinde aquí homenaje presentando la culminación de este proyecto. En 1859, Verdi llevaba casi treinta años escribiendo óperas de éxito y se encontraba en la cúspide de su oficio como compositor. Desde el preludio, los elementos musicales caracterizados son evidentes: el amor apasionado, los celos, la traición de un amigo íntimo. Y los trata en un marco contrapuntístico que subraya teatralmente hasta qué punto todas esas pasiones están entrelazadas. Estos temas se van repitiendo a lo largo de la ópera, no a la manera del leit motiv wagneriano, sino como una especie de itinerario musical que refuerza su impacto dramático. Es interesante subrayar que Verdi poseía todas las partituras de Wagner en su biblioteca y seguía muy de cerca su evolución. Lo contrario… es menos probable, aunque el teutón dejase escapar alguna muestra de envidia ante el éxito de su colega italiano. Entre los hallazgos musicales de esta obra, por no hablar de la sublime belleza de arias y conjuntos, están el fugato que introduce la escena de los conspiradores, el fabuloso acompañamiento en pizzicati de los contrabajos del trío Renato, Samuel y Tom ‘Dunque l’onta di tutti’, y el sarcástico coro de murmuraciones sobre el presunto adulterio ‘E che baccano sul caso strano’. Este recurso a la fuga y al contrapunto sería solo un preludio de lo que vendría después en el Sanctus del Requiem, una prodigiosa filigrana a ocho voces, o en la formidable fuga final de Fallstaf con su inolvidable «Tutto nel mondo è burla», que marcó la despedida del teatro de Verdi a sus ochenta años. Crítica: «Un ballo maschera» Barcelona

Este ‘Ballo in maschera’ del Liceu será recordado por la excelencia de su equipo de cantantes y de su director musical, Riccardo Frizza, en quien algunos tratan de ver al sucesor de Josep Pons cuando expire su contrato en 2026. Su trabajo es magistral en cuestiones estilísticas, en su exploración de los elementos dramáticos de la orquestación y en la flexibilidad que aporta al fraseo, ayudado por una orquesta incandescente y flexible y por un coro preciso y lleno de bravura.

Desde sus primeras notas, «S’avanza il Conte», Sara Blanch nos demuestra una vez más que es una cantante de primer orden: su culto a la belleza del sonido y sus agudos insolentes, que conservan siempre la amalgama perfecta de brillo y terciopelo mientras que el registro medio sigue siendo generoso y preciso, están al servicio de una actriz cautivadora que construye un personaje muy complejo con una soltura corporal y una eficacia sin límites. En efecto, Oscar es el único papel que Verdi confió a un travesti, inspirado sin duda en el Cherubino de Mozart pero también en el carácter histórico de este rey sueco, un perfecto déspota ilustrado que era muy amante de las máscaras y del travestismo. Aquí, la ambigüedad sexual es explotada escénicamente. Blanch alcanza la pura perfección en sus dos arias, «Volta la terrea» y «Saper vorresti». Como Ulrica, la pitonisa, disfrutamos de una espléndida Daniela Barcellona: este papel truculento, de tesitura extremadamente grave, suele ser confiado a cantantes en decadencia que construyen su personaje sin prestar demasiada atención a la calidad de la línea vocal. Barcellona demuestra que eso no es incompatible: su canto se mantiene siempre, del agudo al grave, dentro del elegante molde del bel canto, incluso cuando se divierte haciéndonos estremecer con su «Silenzio» en el registro más grave de su voz. Como Riccardo, la estrella emergente Freddie De Tommaso nos ofrece un instrumento generoso y brillante. Domina a la perfección los códigos del canto verista y su voz es tan bella como fácil. Hacia el final de su actuación tuvo una ligera tendencia a cantar demasiado alto, quizá por cansancio, quién sabe. El cantante siempre será un ser humano sujeto a las veleidades de su fisiología. Sin embargo, convendría que prestara más atención a la construcción de su personaje, demasiado impostado y poco convincente. Volveremos sobre ello más adelante. Como Renato, el polaco Artur Ruciński, una voz de agudos radiantes y con un prodigioso control de la respiración, no llegó a convencer del todo, a pesar de la indiscutible y cautivadora calidad de su canto. En su aria “Eri tu”, el fraseo es elegantísimo y el trasfondo de su nobleza de carácter acaba por estremecernos. Su voz, sin embargo, no se ajusta precisamente al paradigma del barítono verdiano, que algunos comentaristas asocian a los conflictos psicoanalíticos provocados por la escabrosa relación de Verdi con su propio padre, Carlo, y su sustitución más o menos manifiesta por su mentor y posterior suegro Antonio Barezzi. Voces de un reciente pasado como las de Piero Capucilli o Leo Nucci, con un metal más oscuro, transmitían mejor todos estos tormentos que Verdi confía invariablemente al barítono en sus óperas. Como Amelia, Anna Pirozzi alcanzó probablemente la cúspide de las interpretaciones vocales de la velada: es una auténtica soprano spinto, pero su sonido es de una belleza soberana en todo el registro. Creo que nos ofreció los agudos más bellos que he escuchado en mi vida para este tipo de voz, que tiene tendencia a endurecer el registro agudo por la propia naturaleza de la emisión. Nunca hubo una nota fuera de lugar, nunca sonaron forzadas. Eran siempre ricas en armónicos y su fraseo seguía siendo grácil y noble dentro de la lamentable tragedia del personaje. Llaman la atención sus sfumature, sus messe di voce y sus agudos etéreos. Y la emoción nos estremeció profundamente, alcanzando el clímax en su “Morrò, ma prima in grazia”. También destaca el bajo colombiano Valeriano Lanchas, una gran voz y un artista inteligente que realza el personaje de Samuel. Su compañero español Luis López Navarro también sobresale como Tom, al igual que David Oller como Silvano.

Una escena de «Un Ballo in maschera» / Foto: GT del Liceu

En cuanto al trabajo teatral, nos quedamos con una ambigüedad que tal vez sea deliberada o bien fruto de la propia génesis de esta producción. Spirei afirma que es la obra inacabada de Vick la que ha querido poner en relieve y que no es «su» puesta en escena. Hay muchos hallazgos excelentes, pero también algunos fallos notables: la plataforma giratoria que simboliza el transcurso del tiempo o el amenazador ángel negro que sobrevuela el túmulo como un recordatorio constante de las Parcas que nos llevarán, son de un efecto singular. El gran fondo semicircular sobre el que se sitúa el coro, comentarista acerbo de las acciones de los protagonistas, confiere al espacio una dimensión de amplitud, de apertura pero también, paradójicamente, de opresión ya que la opinión pública parece aprisionarnos con una dimensión inquisitorial. Y la utilización del fantástico ballet diseñado por Virginia Spallarossa para su compañía Déjà donné, que podría haberse inspirado en el famoso y provocador altorrelieve bruselense de Jef Lambeaux, es también un gran hallazgo porque esta visión transversal sobre las pasiones humanas atraviesa toda la música de Verdi. Pero es en la dirección de actores donde las cosas son menos convincentes: el papel de Oscar, así como los de Ulrica y Samuel, quedan maravillosamente perfilados, pero Amelia resulta mal aprovechada escénicamente. Lo mismo ocurre con Renato, cuyas complejas tensiones están esbozadas pero no llegan realmente a alcanzar un clímax. Riccardo es nítidamente el peor servido en este sentido: su gran dúo con Amelia se reduce a un simple concierto con ropajes: ambos cantan simplemente estáticos de cara al público. Podíamos cerrar los ojos y escuchar a dos cantantes sublimes, pero no percibir una verdadera construcción dramática. La escena funcionó mejor en su aria del Acto IV “Ma se m’è forza perderti”, lo que le valió generosos aplausos del público, al igual que al conjunto de la producción. Antes de esta serie, Un Ballo in maschera había alcanzado las 164 representaciones en el Liceu. ¡Una auténtica declaración de amor! Crítica: «Un ballo maschera» Barcelona


 

Barcelona (Teatre del Liceu), 17 de abril de 2024   Un ballo in maschera, de G. Verdi.

Dirección musical: Riccardo Frizza. Dirección de escena: Jacopo Spirei, Graham Vick.

Elenco: Freddie De Tommaso, Anna Pirozzi, Artur Ruciński, Daniela Barcellona, Sara Blanch, David Oller, Valeriano Lanchas, Luis López Navarro.

Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatre del Liceu.    OW