Jan Lisiecki y L´enfant et les sortilèges de Ravel con la SSO

Jan Lisiecki y L´enfant et les sortilèges de Ravel con la SSO. Foto: Brandon Patoc
Jan Lisiecki y L´enfant et les sortilèges de Ravel con la SSO. Foto: Brandon Patoc

La Seattle Symphony afronta las últimas semanas de su temporada 2016-17 con una programación en la que la voz tiene un papel destacado. El jueves pasado asistimos en el Benaroya Hall a la fantasía lírica de Ravel L´Enfant et les sortilèges, en un concierto que incluyó también el Concierto para Piano Núm. 9 ¨Jeunehomme¨ de Mozart, a cargo del joven pianista Jan Lisiecki y el director titular Ludovic Morlot. A lo largo del mes de junio, la compañía ofrecerá también las Cuatro Últimas Canciones de Richard Strauss y el Requiem de György Ligeti.

Pero mientras llega la hora de disfrutar de esas músicas crepusculares, repasemos lo que dio de sí la velada del jueves. El público de Seattle, que llenó el auditorio, pudo disfrutar desde el principio, con la Petite Suite Op.22 Jeux d´enfants de Georges Bizet. Los músicos de la SSO tuvieron tiempo para preparar la obra sin prisas, lo que se tradujo en una interpretación muy acabada. A la sugerente marcha inicial, con gran afinación del viento metal, le siguieron la Barcarola y el Impromptu, bien perfilados por Ludovic Morlot. El francés llevó a la SSO con gracia, dando lugar para que las cuerdas respirasen. Con gran elocuencia se llegó al dúo Petit mari, petite femme, de un arrobado lirismo, en el que pudimos disfrutar de frases de gran belleza, aunque un tanto almibaradas. Durante el festivo galop que cierra la suite, eran muchos los que anticipaban una gran tarde de música.

Desde la primera nota al piano, el canadiense Jan Lisiecki, de sólo 22 años, tomó el protagonismo en el Concierto Núm. 9 Jeunehomme de Mozart. Tras las primeras fraseas, lo primero que sorprende del artista son su limpieza y la exquisita honestidad con la que aborda la partitura, como si no tuviera nada que esconder, sin impostaciones si efectismos. Después, llaman la atención sus ideas novedosas en lo tímbrico y en la articulación expositiva, basadas en la parquedad con el pedal, ligaduras sorprendentes entre frases y un juego de claroscuros que crea con cambios dinámicos de toda suerte. Y todo ello, con una trasparencia casi impúdica.

Por momentos, el estilo del joven Lisiecki aparece clásico, casi historicista. Y de pronto, de su enigmática aridez retórica emanan caricias inusitadas, o escalas netamente románticas. Algo así como una disculpa que termina siendo una poesía o la rutina que, a fuer sencilla, hace que sus detalles sean inolvidables. Todas estas licencias, para algunos tal vez osadas, se antojan la resulta de un discurso artístico definido, una respuesta diferente y válida a las preguntas eternas de Mozart. Hay mucho trabajo y mucho arte detrás del concierto que ofreció Lisiecki. La SSO, con la concertino Cordula Merks a la cabeza, puso el sustrato óptimo para que el canadiense desarrollase sus propuestas, y acudió en su ayuda durante el segundo movimiento, cuando Lisiecki se mostraba un tanto especulativo. El joven pianista dejó una inmejorable impresión en el público de Seattle.

Jan Lisiecki y L´enfant et les sortilèges de Ravel con la SSO. Foto: Brandon Patoc
Jan Lisiecki y L´enfant et les sortilèges de Ravel con la SSO. Foto: Brandon Patoc

La segunda parte del concierto la ocupó la fantasía lírica de Maurice Ravel L´enfant et les sortilèges, en versión semiescefinicada. La multitud de personajes, muchos de ellos fruto de la fantasía del protagonista, es siempre un desafío para los directores de escena. Esta vez la papeleta se resolvió con la elegante propuesta de Anne Patterson. La escenógrafa es bien conocida en Nueva York por sus creaciones basadas en la sinestesia y la yuxtaposición sensorial. Su mayor acierto fueron los cascos alegóricos, siempre en blanco inmaculado, diseñados por el figurinista Zane Pihlstrom. Las proyecciones de Adam Larsen sumaron también al espectáculo, pese a no pasar de lo meramente alegórico.

El reparto vocal tampoco se prodigó en grandes lujos, si bien es de justicia destacar el trabajo de la mezzo Michèle Losier en el papel protagonista. Losier convenció gracias a una línea densa y articulada, con tonos dramáticos y apreciable musicalidad. Sin embargo, hay que apuntar que su voz mate no pegaba mucho con la bisoñez del personaje, y su francés no fue óptimo. La soprano ligera Rachele Gilmore aprovechó sus oportunidades de lucimiento como el Fuego y la Princesa, con una voz amable de agudo fácil y etéreo, casi irreal. Lástima que estuviera poco musical, un tanto fuera de estilo. Muy expresivo y comprometido como Reloj y Gato estuvo el barítono Alexandre Duhamel, mientras que su compañero el tenor Jean-Paul Fouchécourt demostró su versatilidad y su intuición actoral como Sapo, Tetera y Hombre de la aritmética. El bajo barítono canadiense Alexandre Sylvestre nos regaló unos entrañables Armario y Árbol vivientes, con un aromático acento quebecoise.

Ludovic Morlot se mostró muy a gusto sobre el cajón, en una partitura que supo abordar con inspiración y generosidad de matices y acentos, gracias a su dominio de los recursos de la SSO. La ópera de Ravel regala a los solistas de la orquesta numerosos momentos en los que brillar; caramelos que los ´niños´ de la SSO degustaron a placer. La densidad sonora de la partitura y la genial orquestación de Ravel tuvo, por tanto, dignos servidores. Lástima que Morlot no cuadrase del todo el encaje orquestal de los cumplidores cantantes de la Seattle Symphony Chorale.

La afición de Seattle necesitaba disfrutar de la lírica en el Benaroya. Esperamos que el gran concierto del jueves sea tan sólo un anticipo de lo que la SSO nos ofrecerá a lo largo del mes de junio.

Carlos Javier López