La música tiene peligro: musicoterapia, narcocorridos y ópera

La música tiene peligro Por Majo Pérez

Es evidente que la música ejerce un efecto directo sobre nuestros estados de ánimo, reforzándolos, atenuándolos o sustituyéndolos por otros. ¿Quién no ha intentado conciliar el sueño escuchando una suave melodía o ha hecho sonar algo alegre para levantarse el ánimo tras un revés? Yo tengo tres piezas que me pongo para dormirme esas noches en las que Morfeo se resiste: ‘O magnum mysterium’ de Poulenc, Las ‘Gymnopédies’ de Satie y ‘Prado verde y florido’ de Francisco Guerrero. No me pregunten por qué estas. Además, seguramente, no les servirían a muchos de ustedes.

En 2015, Leah Sharman y la doctora en psicología clínica Genevieve Dingle de la Universidad de Queensland, en Australia, estudiaron 39 fans del heavy metal con edades comprendidas entre los 18 y los 34. Los sujetos del estudio, que se publicó en la revista Frontiers in Human Neuroscience, fueron monitoreados mientras se les exponía durante al menos 16 minutos a una situación estresante relacionada con sus relaciones personales, su trabajo o el dinero. Tras ello, se les permitió, de manera alternativa, escuchar música heavy de su elección o permanecer en silencio tranquilamente durante diez minutos. Los datos recabados pusieron en evidencia que la primera opción les ayudó a calmarse tanto como la segunda. “Los resultados demuestran que los niveles de hostilidad, irritabilidad y estrés decrecieron tras las audiciones. (···) Cuando sienten rabia, los fans de este tipo de música extrema prefieren escuchar algo que se pueda identificar con esa rabia”.

El método «ludovico» es utilizado como terapia de aversión en La naranja mecánica de Stanley Kubrick (1971)

Con lo que acabo de decir quiero dejar claro que mi intención no es demonizar ningún tipo de música. Además, creo fervientemente en los beneficios que la musicoterapia (y otras vías terapéuticas afines como la danzaterapia) tienen para la restauración, el mantenimiento y el acrecentamiento de la salud tanto física como mental de las personas. No voy a extenderme sobre este tema porque, en primer lugar, no soy experto y, en segundo lugar, es fácil encontrar información al respecto. Les recomiendo, por ejemplo, el libro Musicofilia del polifacético neurólogo Oliver Sacks (probablemente ya lo hayan leído) o el documental Alive inside del realizador Michael Rossato-Bennett.

Sin embargo, reconocer el inmenso poder que ejerce la música sobre nuestra psique debería pasar por reconocer también los peligros que entraña, al igual que sucede cuando se aborda la influencia de las redes sociales o de los videojuegos en los jóvenes, por citar un par de ejemplos. Como profesor de instituto, soy conocedor del discurso edulcorado y oportunista que algunos profesores de música (se trata de una materia optativa en la mayoría de cursos de la secundaria) mantienen sobre su materia de estudio. En primer lugar, ponen al mismo nivel una canción pop de lo más ramplón y un motete a ocho voces del siglo XVI, ya que según su visión relativista hay que respetar los gustos de todo el mundo. Además, cualquier cosa vale con tal de que los alumnos no se desmotiven, pues como es sabido, la culpa de todo la tenemos los docentes, y se da la circunstancia de que un gran número de jóvenes abomina la música clásica sin conocerla. Ni la llegará a conocer… La música tiene peligro

Por otro lado, en las clases de música “guais” se celebra e incluso incentiva la escucha de cualquier estilo musical, obviando el hecho de que cada vez más jóvenes tienen el cerebro intoxicado de lo mismo. En nuestro país está cambiando la manera de consumir música. Hace diez años no eran muchos los que la reclamaban mientras estaban haciendo tareas. Ahora muchos necesitan un fondo sonoro mientras realizan cualquier tipo de actividad, lo que perjudica su capacidad de atender.  Luego está la cuestión de los estilos musicales de moda. Actualmente, buena parte de los adolescentes se pasa el día escuchando letras que exaltan el machismo, los estereotipos tradicionales de género, el dinero fácil, la fama, la apariencia física, el pseudoamor romántico, el consumismo, el sexo y la violencia. Y no hablemos de los videoclips que acompañan tales mensajes.

En diversas universidades ya se está estudiando el fenómeno de los narcocorridos mexicanos, el cual se ha extendido a otros países americanos como Colombia. Si bien los corridos tradicionales, nacidos según ciertos autores a finales del siglo XIX en el contexto de la Revolución mexicana, narran las peripecias y hazañas de una persona con cierta notoriedad pública, los narcocorridos tienen por objetivo ensalzar la figura de un narcotraficante famoso, incurriendo en una clara apología de la delincuencia, como han podido escuchar en el vídeo anterior. Los narcocorridos gozan de gran popularidad y en plataformas como Youtube cuentan con millones de visualizaciones, al nivel de un artista internacional. En algunos estados de México está prohibida su difusión en espacios públicos, algo difícil de controlar, de ahí que también se conozcan como “corridos prohibidos”. La música tiene peligro

Obviamente, existen muchos factores que empujan a un joven a hacerse narco. Sin embargo, todos los expertos coinciden en que el consumo de narcocorridos contribuye en gran medida a normalizar socialmente las actividades y el estilo de vida de estos delincuentes y hace que los niños y jóvenes que los escuchan y los cantan como si tal cosa terminen aspirando a ser como ellos, o en el caso de las chicas, a ser sus novias. Quizá el narcocorrido más famoso de México es el que lleva por título ‘Contrabando y traición’, el cual narra cómo Camelia la texana mata a su pareja, Emilio Varela, porque este, tras una exitosa venta de marihuana, la intenta dejar por otra. Tales cotas de popularidad alcanzó el tema que en 2008 se convirtió en una ópera bajo el título Únicamente la verdad. Compuesta por Gabriela Ortiz y con libreto de Rubén Ortiz, se estrenó en el Buskirk-Chumley Theater de Bloomington (Indiana) y ya se ha podido ver en la ciudad de México (2010) y en la Long Beach Opera (2013). También se ha hecho a partir de esta historia una serie de televisión de 60 capítulos, lanzada en 2014.

Vuelvo a afirmar que creo en el poder transformador (y sanador) de la música. Pero cuando se piensa en esta expresión artística como terapia se tiende a ver solamente su lado más amable, lo cual falsea la realidad. Imagínense las suspicacias que levantaría una terapia basada en la literatura, la “literaturaterapia”. Inmediatamente pensaríamos: «eso está muy bien, pero ¿con qué libros va a tratar usted a mi hijo?». Tal resorte no salta de manera tan espontánea en el caso de la música, a pesar de que, por ejemplo, esta ha jugado un papel clave en el sustento de regímenes totalitarios, que usaron la persuasión simbólica como una de sus armas más poderosas. Sea como sea, les quiero dejar con buen sabor de boca para que disfruten de su domingo. Y por su puesto, escuchen lo que les dé la gana. Faltaría más. La música tiene peligro