Tabaré de Bretón Por Germán García Tomás
El sueño de la ópera nacional en España a finales del siglo XIX y principios del XX fue cuando menos una utopía de muy difícil y costosa realización. Ruperto Chapí abogaba por ello, aunque su necesidad de ganarse el pan de cada día, unido a un temperamento artístico de gran pragmatismo, le llevaron a familiarizarse muy estrechamente con el gusto de los sectores más populares de su época, un público ávido de zarzuelas de género chico, del que se convirtió junto a Federico Chueca y Manuel Fernández Caballero en el principal exponente dentro de su generación, y que combinaba con su gusto por zarzuelas de género grande y la ópera de influencia wagneriana, orientada a un público con un nivel intelectual más avanzado. De igual oficio compositivo, su colega Tomás Bretón, no obstante, poseía unas aspiraciones artísticas bastante diferentes y chocaba frontalmente tanto con la tradición italiana como con el españolismo que había cultivado Barbieri. El salmantino apostaba a una carta por la ópera española, al margen del puro azar que supuso su incursión zarzuelística con La verbena de la Paloma, tras haber rechazado el libreto, obra de Ricardo de la Vega, tanto el músico madrileño como el alicantino, y que supuso el mayor éxito de toda la carrera de Bretón como compositor lírico –no la única en el terreno de la zarzuela, todo sea dicho–. Porque tenía muy claro que su vocación era el sinfonismo y la ópera por encima de todo. Y así, se fue sucediendo un buen puñado de títulos, hasta ocho: Guzmán el Bueno, Los amantes de Teruel, Garín, La Dolores, Raquel, Farinelli, Don Gil de las calzas verdes… Y antes de esta última, Tabaré. Tabaré de Bretón
En su apuesta por los temas legendarios e históricos, el señor Bretón se llevó fuera de España, a un lugar exótico como la Uruguay del siglo XVI, en un contexto de colonización española frente a los indios charrúas, la acción de su ópera (drama lírico en tres actos, en su propia denominación), que basó en el poema homónimo de carácter épico del escritor Juan Zorrilla de San Martín, el llamado “cantor de las Glorias Patrias”. El Teatro Real subió a escena esta obra en 1913 y ha sido ahora el Teatro de la Zarzuela el que la ha ofrecido en versión de concierto en una de sus nuevas apuestas anuales por desempolvar títulos desconocidos o inéditos que no se escuchaban desde que vieron la luz. Pero es que antes de rescatar una partitura habría que preguntarse si realmente merece tal acto de reconocimiento, o en este caso, de indulgencia. Porque Tabaré posee muchas deficiencias compositivas que saltan a la vista desde su plomiza obertura inicial, de compleja y enrevesada armonía que no conduce a ninguna parte ante tal grado de dispersión. En ello se aprecia un afán pretencioso de emular a Wagner y su Anillo, especialmente la creación de climas sonoros mediante ostinati que simulan en ocasiones el motivo que describe el río Rin o los murmullos del bosque de la citada Tetralogía. Tabaré de Bretón
A esa falta evidente de inventiva musical y a la incapacidad de desarrollar un discurso coherente entre tanta armonía densamente cargada, con una sobresaturación de cromatismo que lleva a la pura cacofonía sonora, se une un inclemente tratamiento de las voces solistas, que son castigadas gratuitamente en registros superiores mediante el grito, especialmente el tenor protagonista, provocando que en el día del estreno un esforzadísimo e incómodo Andeka Gorrotxategi librase una batalla mayor que la de su papel, el mestizo indio, luchando implacablemente contra el potente discurso orquestal que desde el podio el maestro Ramón Tebar le infligía a él y al resto del reparto, tan enfrascado que estaba el siempre competente director valenciano en hacer destacar la continua cascada orquestal, inflada pero vacua. Con un rol de exigencia similar, la soprano Maribel Ortega como Blanca, enamorada de Tabaré, sufrió menos que su colega pese a que su afinación se veía comprometida en el tercer acto. Aun así, tuvo más oportunidad de exhibir dignidad de canto en los pocos instantes que pudo cantar en registros medios, como en su monólogo del segundo acto, el instante más intimista y armónicamente modal de toda la ópera (‘¡Qué día tan hermoso!’).
El agresivo Yamandú del barítono Juan Jesús Rodríguez, protagonista durante todo el acto primero, resultó sencillamente atronador compitiendo con el oleaje orquestal en tesituras imposibles. Buena proyección tuvo el Padre Esteban del bajo Luis López Navarro, un papel más “grato” por su horizontalidad vocal, asociada a la tradición religiosa. Y entre un catálogo de secundarios intrascendentes, una soldadesca formada por cuatro hombres así como una mujer –hermana de la protagonista–, prácticamente meros comentadores de la acción de la obra, se destaca el Gonzalo del tenor Alejandro del Cerro, quien participa con intenciones dramáticas de esa estridencia canora general. Escuchando a todos ellos, se llega a la conclusión de que, salvo en contadas excepciones, Tomás Bretón no sabía escribir para las voces, de su épica presuntuosa y de que tenía una concepción muy errónea de lo que era el verismo para crear el clímax dramático. Además de admirar la entrega, el temple y el arrojo vocal de todos los cantantes por haber aceptado afrontar este arriesgado reto, hay que alabar la labor del Coro Titular del Teatro, al que Antonio Fauró ha preparado para un canto coral alejado de toda dosis de refinamiento. Tabaré de Bretón
Y es que hay que añadir para concluir que una de las virtudes del arte lírico de Chapí frente al de Bretón era que el “xiquet de Villena” nunca diseñaba sus propios libretos, cosa que el de Salamanca sí solía hacer. El confuso argumento, en el que se incorporan múltiples vocablos indigenistas, no logra despertar el interés dramático ante tan cargante y grandilocuente atmósfera musical, con una prosodia que se antoja forzada a la hora de conseguir una trabazón eficaz con la línea orquestal, característica que comparte hasta la mismísima Dolores, la más “ligera” de sus creaciones operísticas. Citando la comedia de Shakespeare convertida en dicho popular, este rescate operístico patrio ha sido mucho ruido y pocas nueces, o, siendo más castizos, como Don Hilarión lo sería, Tabaré es mucho arroz para tan poco pollo. Tabaré de Bretón
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Madrid, 4 de marzo de 2022. Teatro de la Zarzuela. Tabaré. Drama lírico en tres actos. Música y libreto: Tomás Bretón, basado en el poema épico Tabaré de Juan Zorrilla de San Martín. Versión en concierto. Dirección musical: Ramón Tebar. Reparto: Andeka Gorrotxategi (Tabaré), Maribel Ortega (Blanca), Juan Jesús Rodríguez (Yamandú), Alejandro del Cerro (Gonzalo), Luis López Navarro (Padre Esteban / Siripo), David Oller (Ramiro), Ihor Voievodin (Garcés), César Arrieta (Damián), Javier Povedano (Rodrigo), Marina Pinchuk (Luz). Coro del Teatro de la Zarzuela (director: Antonio Fauró). Orquesta de la Comunidad de Madrid.