Guillaume Tell. Rossini. Munich

Nationaltheater de Munich. 2 Julio 2014.

Esta última ópera de Rossini es bastante atípica dentro de su catálogo. Yo me atrevería a decir que es la menos rossiniana de todas ellas, con una escritura más dramática y menos florida que lo que estamos acostumbrados en el maestro de Pésaro. Las exigencias vocales son muy importantes y de corte más heroico que en el resto de sus óperas y el número de personajes es bastante elevado. Todo ello hace que sean escasas las oportunidades de ver esta ópera. El Festival de Ópera de Munich ha decidido ofrecerla en su programación y lo ha hecho en su versión francesa original, pero con abundantes cortes. No estoy en contra de ellos, ya que la duración de la ópera completa es excesiva y me parece que darla en su versión más completa no está justificada sino en ocasiones especiales, como puede ser el Festival Rossini de Pésaro.

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El resultado de la representación ha sido un tanto irregular, basado en una producción escénica reiterativa en cuanto a escenografía, una dirección musical poco brillante y un reparto vocal excesivamente germánico, con algunos fallos clamorosos de estilo.

Se trata de una nueva producción, que se estrenó el pasado 28 de Junio y que se debe al joven (30) regista alemán Antú Romero Nunes, quien creo que hace su debut en ópera. La acción se trae a tiempos modernos, lo que no tiene mayor importancia, ya que la ocupación de una nación por otra invasora es tan actual ahora como en la Edad Media. Evidentemente, la tentación de presentar como invasor a la Alemania nazi es evidente y en este caso no se presenta de manera explícita, pero hay detalles que no ofrecen lugar a dudas (uniformes militares negros, botas altas, desfiles al paso de la oca…). La escenografía de Florian Lösche consiste en numerosos tubos de aspecto metálico, cuyo movimiento es continuo para figurar distintas escena, unas mejor conseguidas que otras. Entre las primeras destacaría la figuración de la Iglesia en el arranque de la ópera y el propio bosque en la continuación, mientras que en todo el resto uno acaba un tanto aburrido de tanto movimiento de tubos en todas las alturas y en todas las formas posibles. El vestuario de Annabelle Witt ofrece el contraste entre los uniformes de los supuestos austriacos y el mayor colorido en el pueblo suizo, destacando la escena inicial de los múltiples esponsales. La producción es siempre muy oscura, lo que permite que la iluminación (Michael Bauer) se pueda convertir en protagonista de la ópera, lo que se consigue a medias.

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La dirección escénica de Romero Nunes me parece muy conseguida en el movimiento de masas, demostrando ser un avezado hombre de teatro, mientras que en la pura dirección de escena hay momentos en los que realmente parece como si no le gustara la obra, ya que abundan en la primera parte de la ópera detalles superfluos e infantiles que nada aportan. Está bien resuelta la escena de la ballesta y la manzana. La historia está bien narrada desde el arranque, siendo altamente discutible el hecho de ofrecer la obertura en el inicio de la segunda parte de la ópera, que aquí tiene lugar en medio del acto III, ya que la primera parte termina con la flecha de Tell atravesando la manzana. Durante la obertura asistimos a una demostración de las fuerzas invasoras, donde la identificación nazi ofrece pocas dudas, uniéndose a los permanentes movimientos de los tubos. Todo ello no hace sino molestar y uno tiene que cerrar los ojos, si quiere concentrarse en la música. No me extrañó que el final de la obertura fuera recibido con abucheos.

La dirección musical estuvo encomendada al israelí Dan Ettinger, cuyas actuaciones en el foso nunca me han parecido extraordinarias. Es un maestro todo terreno, que dirige todo tipo de repertorio y que se caracteriza por su solvencia y eficacia. Su lectura de Guillaume Tell me pareció poco matizada y corta de emoción, en una lectura excesivamente dramática y hasta ruidosa, aunque no llegó a molestar a los cantantes. Rossini necesita otro tipo de maestro en el podio. Buena, como siempre, la prestación de la Bayerische Staatsorchester. Brillante el Coro de la Bayerische Staatsoper.

La gran decepción vocal de esta representación ha sido la actuación de Michael Volle en rol protagonista. Guillermo Tell es un personaje complejo, en el que la elegancia y la emoción tienen que estar presentes siempre en el canto. Michael Volle se equivocó totalmente en su concepción del personaje. En el descanso les decía a unos amigos que más parecía que cantaba Alberich que Tell. Su afán en vociferar fue evidente desde el principio, lanzándose por simples terrenos supuestamente heroicos. No hubo elegancia ni emoción en su canto, si exceptuamos el arioso Sois immobile. Su calidad vocal no está en discusión ni tampoco su calidad como cantante, que la demostrado en muchas ocasiones, pero su manera de abordar el personaje está alejada de Rossini. Su francés deja mucho que desear y no se le entendía casi nada de lo que cantaba. Lo mismo se podría decir del resto del reparto, excepción hecha de Arnold y Mathilde.

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El tenor americano Bryan Hymel era Arnold y fue uno de los pocos que mostraron un estilo adecuado para cantar Rossini. Su actuación vocal y escénica me resultó muy convincente, con el inconveniente habitual en él, consistente en que su instrumento vocal es de formato reducido. Si su voz corriera como la de Juan Diego Flórez (el último Arnold importante) estaríamos ante el intérprete de referencia. Atacó con buen gusto y brío todas las dificultades de la partitura, incluyendo los temibles Res que escribió Rossini.

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La soprano letona Marina Rebeka fue la otra intérprete adecuada en el reparto, cantando la parte de Mathilde. Junto con Bryan Hymel era la única cantante del reparto a la que se le entendía lo que cantaba. Tuvo un arranque poco brillante en el aria Sombre forêt, mejorando notablemente tanto en el dúo con Arnold como en el aria del tercer Acto, donde hubo canto de calidad y buenas dosis de emoción.

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La soprano rusa Evgeniya Sotnikova lo hizo francamente bien como Jemmy, con una voz muy bien emitida, que destacaba en los concertantes. Impresión positiva la dejada por la mezzo soprano americana Jennifer Johnston en la parte de Hedwige, la esposa de Tell.

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Günther Groissböck fue el malvado Gessler y lo hizo bien, sobre todo en escena, aunque le encontré menos redondo vocalmente que en ocasiones anteriores. Buena también la impresión dejada por Goran Juric como Walter, voz sonora y de cierta nobleza. Intachable el Rodolphe de Kevin Conners, un comprimario de lujo. Christoph Stephinger fue Metchal y ofreció tan escaso interés como la noche anterior en Macbeth. Excesivamente basto Christian Rieger como Leuthold. Finalmente, Enea Scala cantó bien el aria de Ruodi en el primer acto, que muy pocos la resuelven con brillo. La voz es un tanto reducida.

El teatro volvió a poner el cartel de No Hay Billetes. El público se mostró bastante frío durante la representación. Se aplaudieron las arias, pero sin entusiasmo. Al final de la ópera, como suele ser habitual en Munich, parecía que el público se despertaba del letargo y ofreció una sorprendente recepción entusiasta a los artistas. El público de Munich es muy agradecido en ópera no alemana.

La representación comenzó con 5 minutos de retraso y tuvo una duración de 3 horas y 21 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 48 minutos. Nueve minutos de aplausos, de los cuales el último fue el empeño de unos cuantos.

El precio de la localidad más cara era de 194 euros, habiendo butacas de platea por 118 euros. La entrada más barata con visibilidad plena costaba 65 euros. Había entradas de pie por 15 euros

José M. Irurzun