La mezzosoprano americana Jamie Barton sigue avanzando en su carrera a buen paso. En estos días, la cantante debuta en la Metropolitan Opera de Nueva York con Orfeo y Eurídice de Gluck. La compañía de ópera del Lincoln Center está mimando a la Barton, y ha programado este título que, si bien no está siendo suficiente para llenar la enorme sala del Met, introduce cierta variedad estilística en una temporada que cojea en el siglo XVIII. De esta manera, y con permiso de Elina Garanca, se va conformando en el Met el lujoso triángulo DiDonato-Barton-Rachvelishvili, mezzosopranos capaces de llenar el teatro.
Este Orfeo llega a escena en la producción de Mark Morris. Allen Moyer es el diseñador del decorado e Isaac Mizrahi el creador del vestuario. Estrenada en el Met en 2007, la producción cuenta como principales alicientes con dos graderíos móviles en los que se encuentra el coro, caracterizado como famosísimos personajes históricos, el uso del ballet como elemento escénico y una cuidada iluminación, a cargo de James J. Ingalls. El resultado general es bello, respetuoso con el compositor, y contribuye a aportar perspectiva temporal al mito griego. Consideramos un acierto, pues, que el Met la haya recuperado para esta temporada.
El Orfeo propuesto por Jamie Barton está al servicio de la ópera, no del lucimiento de la cantante. La cantante demuestra su sensibilidad al integrar su personaje en la música, subrayando la poesía y la expresión, por encima del canto. Así lo prescribe Gluck, y por ello mereció el aplauso final de los aficionados del Met. Pero no se engañen, el Orfeo de Jamie Barton no fue simple ni conservador. En el discurso del personaje, Barton supo delimitar las etapas de la evolución psicológica de Orfeo en paralelo a sus peripecias en el inframundo y el Elíseo. Para ello, la Barton se valió de una variada policromía de acentos e intensidades, que le permitían ser sobria en la línea vocal, pero tremendamente expresiva. Lo mejor de su interpretación, más allá de la aplaudidísima Che faro senza Euridice, fueron los cuidados recitativos con acompañamiento orquestal, así como una fidelidad total al estilo de la obra, casi academicista.
En el personaje de Eurídice encontramos a la veterana soprano surcoreana Hei-Kyung Hong, aun en activo, pese a que la voz ha perdido mucho brillo y no tiene la plasticidad de antaño. De todas formas, en el dúo de amor hizo valer su experiencia y dejó momentos de enorme dulzura. Una Eurídice un tanto atípica, pero que funcionó en escena. Su compatriota la soprano Hera Hyesang Park recibió una calurosa respuesta por parte del público en su aparición como Amor. Con gran seguridad, Park resolvió sin dificultades la partitura, y pudo centrarse en desplegar un canto extrovertido que conectó de inmediato con el espectador. Su Amor tenía un punto pueril muy interesante, como subrayando una inocencia y una pureza que escondieran la eterna sabiduría del personaje. Fue un soplo de aire fresco que contribuyó al éxito general de la producción.
En el foso, el director Mark Wigglesworth, estuvo más bien discreto con una orquesta que no brilla especialmente en el repertorio barroco. El foso del Met recogía a regañadientes las esforzadas indicaciones del maestro que, pese a su denuedo, no consiguió destacar en ningún aspecto. Tanto el coro del Met como el ballet brillaron en esta producción que les reserva un papel muy relevante. Juntos arroparon a los tres solistas y dieron sentido a la desnudez escénica propuesta por Mark Morris.
Jaime Barton sigue pues engrandeciendo su trayectoria en su teatro fetiche, si bien no debería dejar a un lado su proyección internacional. Nos consta que en Europa la esperan con los brazos abiertos.
Carlos J Lopez