La ópera de París nos trae como nuevo espectáculo De la Maison des Morts de Leoš Janáček con la puesta en escena estrenada en 2007 y realizada por Patrice Chéreau. La obra, que sin duda supone el mayor acierto musical del compositor, se entremezcla con la ya mítica puesta en escena creando un tándem perfecto.
Leoš Janáček eligió como historia para la que fue su última obra la autobiográfica Relatos de la Casa de los Muertos de Fiódor Dostoyevski, escrita durante su encarcelamiento en un campo de trabajo de Siberia. La obra, oscura y asfixiante y sin un gran hilo conductor, nos muestra a un grupo de presos que, de forma inconexa y a modo de monólogo, narran retazos de su vida, evocan sus recuerdos y justifican su fatídico final en la casa de los muertos.
Cada acto, tres en total, respira un clima sofocante del que sólo se desprende, brevemente, en la “sátira” del segundo acto. Los muros infinitos que encierran la escena creados por Richard Peduzzi son pura opresión; altos y fijos, crean un pequeño espacio escénico en el que son los personajes los responsables de dar vida a la escena.
El negro absoluto que acompaña la obertura del primer acto otorga todo el protagonismo al foso, que, bajo la batuta de Essa-Pekka Salonen, fuerte y enérgico solventa correctamente y mantiene el nivel musical durante toda la obra. Líneas instrumentales separadas pero empastadas, el director se ciñe estrictamente a lo escrito en la partitura de Janáček, en la que la orquesta es un protagonista más. A su sonido se suma perpetuamente otro elemento acertado por Chéreau, las cadenas visibles en los pies de los presos.
Tras la obertura visualizamos por primera vez al coro masculino, que nos conquista con el buen trabajo de José Luis Basso. Saben evidenciar el pánico y la vergüenza de los que carecen de libertad. Su sonido limpio y empastado nos estremece y nos cautiva en varias ocasiones convirtiéndose en uno de los grandes protagonistas de la noche.
En el primer acto se introduce a Alexandre Petrovich Goriantchikov, personaje que nos evoca a Dostoyevski. Interpretado por Williard White, Goriantchikov abre los testimonios individuales; agónico y oscuro despunta con su voz envolvente y su gran interpretación. La dupla que forma con Alieïa, el más joven de los personajes que es interpretado por el tenor Eric Stoklossa, establece un perfecto equilibrio entre madurez y juventud vocal.
Un estruendo musical acompañado de una avalancha de libros que cae desde el techo cierra el primer acto y abre el segundo. Al fondo una pared se abre y los presos montan unas gradas en las que, sentados frente al público de Bastilla, se convierten en los asistentes a una representación teatral irónica y satírica protagonizada por Kedril, interpretado por el tenor Marian Pavlovič, Don Juan, de la mano del barítono Ales Deniš, y Skouratov, el tenor de buenos agudos Ladislav Elgr, que aunque nos atrapa con su magnetismo en escena a veces queda un poco de vacío en potencia vocal. Teatro dentro de ópera, público frente a público, el buen hacer de Chéreau queda patente.
El tercer acto, introducido por una caída de telón, pese a presentar un pequeño cambio escénico es el más estático. Entre las historias narradas en este acto destaca la de Chichkov, interpretada limpiamente por el barítono Petter Matei, impecable vibrato y de un color innegablemente exquisito.
Oscuridad y esperanza, París rinde así homenaje a Chéreau.
Rebeca Blanco Prim