La SSO alcanza su mejor nivel con el Rachmaninov de Dausgaard y Melnikov

La SSO alcanza su mejor nivel con el Rachmaninov de Dausgaard y Melnikov
La SSO alcanza su mejor nivel con el Rachmaninov de Dausgaard y Melnikov

El concierto de la Orquesta Sinfónica de Seattle (SSO) del pasado jueves estuvo dedicado por entero al compositor ruso Sergei Rachmaninov con un programa dual que incluía su Concierto Núm. 1 para piano, interpretado por el pianista ruso Alexander Melnikov y la Sinfonía núm.2. La SSO estuvo dirigida por el maestro danés Thomas Dausgaard.

La velada contó además con el atractivo que suponía la intervención de las voces masculinas de la Capella Romana, comandadas por su director musical Alexander Lingas. Antes de cada obra de Rachmaninov, estos cantores interpretaron a capela himnos de la tradición litúrgica rusa, que combinaron a las mil maravillas con la música orquestal de un Rachmaninov cuyo estilo también bebió de la música tradicional de su país.

Ante el pasmo de los presentes, el complicado primer movimiento del concierto núm. 1 para piano fue servido por Melnikov con una seguridad epatante, que dio sobrada réplica a una SSO lujosa, aunque un tanto pasada de decibelios. El piano de Melnikov se mostraba adusto pero elocuente, con un tono netamente poético incluso en los pasajes más dramáticos. El segundo movimiento llegó denso e hipnótico; cargado de dinámicas volumétricas en la orquesta que, por la tersura de su fraseo, sonaba tan expresiva como el piano de Melnikov. Durante el tercer movimiento, Dausgaard pareció dejar la iniciativa al solista. Melnikov cogió el testigo y demostró que el suyo es un virtuosismo poético, capaz de subrayar con gracia pero sin histrionismos los mejores acentos de una partitura que se las trae.  El público disfrutó del espectáculo a placer y premió al ruso con una ovación que fue saludada por el pianista con una elegante y contenida versión del Preludio núm. 5 op.32, también de Rachmaninov.

Tras el descanso, Thomas Dausgaard tomó de nuevo la batuta para abordar la monumental Sinfonía núm.2. Con temas melódicos que contienen unos a otros, que se citan y se niegan, se cruzan y yuxtaponen, en perfecta tangencia, como circunferencias de un problema de Apolonio, la Segunda de Rachmaninov es una de las sinfonías más bellas jamás compuestas. Al punto que su descubrimiento es a menudo un hito en la vida del melómano, que marca el comienzo de una adicción similar a la que suscitan las mejores obras maestras.

La interpretación de la SSO dirigida por Thomas Dausgaard el pasado jueves es Seattle se recordará en esta ciudad del Pacific Northwest durante mucho tiempo. El maestro danés puso a la orquesta en danza desde el principio, con una cadencia montuna en el Largo que se alivió canónicamente en el Allegro Moderato, siempre con un canto brillante en violines y violas, y la matizada intervención de la sección de viento madera. Dausgaard estuvo cómodo en este primer movimiento, acariciando la orquesta, que respondía con solvencia a sus requerimientos dinámicos. Juntos ofrecieron un primer movimiento apetitoso, repleto de frases aterciopeladas y volutas orquestales, que parecía anticipar lo que vendría después.

El segundo movimiento, Allegro molto, comenzó con una agradable dosis de desinhibición que no restó nitidez al fraseo infalible de las cuerdas. La sección de violonchelos, encabezada como siempre por el apasionado Efe Baltacigil, estuvo impoluta y fue la piedra angular del movimiento. Con aquella aparente falta de contención y yugo, el sonido se derramaba como en oleadas, lo que propició un ambiente de amable vitalidad.

El adagio, más bien un adagietto en manos de Dausgaard, se reveló con una emoción más condensada y directa que hasta el momento. La sorprendente conexión entre los maestros de la SSO, que a su precisión y destreza habituales añadieron una inspiración excepcional, permitió que la sinfonía fuera tomando vuelo gradualmente. Dauusgard, por su parte, supo extraer durante el adagio el tono lírico y el canto vital que sublimó de humanidad la partitura, sin caer en la entelequia. Para entonces, cundía entre el público la excitación de las grandes ocasiones.

Dausgaard dirigía con finura e inteligencia. Su versión destacó por la extraordinaria ligazón entre temas, que permitió una escucha natural, exenta de costuras. Así, el sonido de la orquesta, bien equilibrado y rico en acentos, sonaba siempre apuntando al centro de la música de Rachmaninov, como buscando extraer el tuétano de la melodía.

Al comienzo del cuarto movimiento, la SSO dio muestras puntuales de cansancio, a las que se sobrepusieron con oficio, aunque sin desdoro. Dausgaard no daba tregua, con una dirección activa y exigente, nada acomodaticia. Sin duda, su batuta fue clave para sostener el nivel de la interpretación en los compases finales. Sin duda, supo sacar todo el jugo de una orquesta que tiene mucho que ofrecer; y satisfizo los paladares más esquinados.

Al final de la interpretación, la ovación fue una de las mayores de la temporada. En las miradas cómplices del concertino Simon James con la segunda violín Elisa Barston o en la cara de satisfacción de la siempre atenta Susan Assadi al frente de las violas se vislumbraba una alegría difícil de disimular. Con el éxito del estreno del concierto para Violín de Aaron Kernis aún muy vivo en la memoria de los aficionados de Seattle, la SSO regaló a su público otra tarde irrepetible.

Carlos Javier López