Para terminar la estancia en Berlín se nos ofrecía esta ópera de Giacomo Meyerbeer, que en su día fue de repertorio y ahora podemos decir que se ha convertido en una auténtica rareza. En mi opinión hacen falta voces excepcionales para hacer triunfar en esta ópera y eso cada día es más difícil. De no contar con ellas, como ha ocurrido en este caso, la ópera hace claramente agua por varios costados.
La producción ofrecida por la Deutsche Oper es la que se estrenó en Noviembre de 2016 para el debut en el personaje de Raoul del divo mejicano Juan Diego Flórez, quien, por cierto, no debió de quedar muy satisfecho con la prueba, ya que no ha vuelto a cantar el personaje. No me extraña.
Así pues, se ha repuesto la producción del americano David Alden, cuyo trabajo me ha resultado interesante y atractivo a ratos, aunque hay aspectos bastante discutibles. La escenografía de Giles Cadle ofrece un escenario único para los cinco actos de la ópera, con un gran espacio en el centro del escenario, cerrado por paredes laterales, así como en el fondo. Son elementos de atrezzo los que configuran las distintas escenas, permitiendo rápidos cambios, lo que no deja de tener importancia en una ópera como Hugonotes. El vestuario de Constance Hoffman responde a tiempos más bien modernos, resultando elegante y colorista. Buena también la iluminación de Adam Silverman.
David Alden parece haber sido consciente de los problemas que trae consigo representar esta ópera actualmente y se ha inclinado en muchos momentos por ofrecer movimientos en escena, como si de un musical se tratara. El mayor problema radica en que la propia escenografía obliga a que las escenas se desarrollen en interior, lo que hace que las cosas chirríen bastante en los actos segundo y tercero. Efectivamente, el acto II pide claramente un desarrollo en el exterior, donde la corte de Margarita de Valois descansa y se baña. Aquí se desarrolla en interior y no es lo mismo. En el acto III las cosas están más forzadas, ya que la acción se sitúa en una iglesia, con católicos y protestantes rezando y cantando con sus libros delante de los ojos. Cantar ahí el Rataplán no deja de ser bastante absurdo. Más lo es todavía que aparezca el Vigilante Nocturno pidiendo a la gente que se retire a sus casas. Eso tiene sentido en exterior y no en una iglesia. Los dos últimos actos están bien resueltos. En conjunto, me parece una producción en la que el director ha querido ofrecer una especie de movimiento continuo en escena como vehículo para evitar el tedio.
La dirección musical corrió a cargo de Alexander Vedernikov, que suele dirigir aquí con cierta frecuencia. Recuerdo haberle visto dirigir un Eugene Onegin y su lectura me pareció francamente buena. Ahora no estamos en ópera rusa precisamente y la impresión no es tan positiva como entonces. Su lectura ha sido correcta, llevando la obra bien controlada, pero esta ópera necesita más que eso. Buena la prestación de la Orquesta de la Deustsche Oper, así como la del Coro.
El protagonista de la ópera es Raoul de Nangis, en el que estuvo anunciado el buen tenor coreano Yosep Kang, pero canceló y fue sustituido por el ruso Anton Rositskiy, a quien no había visto sino una vez anteriormente. Se trata de un tenor de voz poco atractiva, cuyo mayor mérito reside en la facilidad que tiene para ir a las notas altas, que las da todas y las mantiene perfectamente. Para mi gusto es un tenor ligero para el personaje de Raoul.
Como Valentine repetía la mezzo soprano Olesya Golovneva, que acompañó en la ocasión anterior a Juan Diego Flórez. En este personaje hace falta una Falcon y ella es una mezzo soprano más bien ligera. Cumple bien por arriba, pero el centro no es suficiente para el personaje y los graves son escasos.
Marcel, el criado fundamentalista de Raoul, fue interpretado por el bajo Andrew Harris, que mostró una voz de muy poco atractivo, aunque sea un adecuado intérprete escénico. Hace falta otro tipo de voz para este personaje.
La Reina Marguerite de Valois fue interpretada por la joven soprano americana Liv Redpath, que me produjo una favorable impresión en su actuación en el segundo acto. Tuve ocasión de verla en el Concierto del Concurso Viñas del año pasado, donde ganó el segundo premio, y la he encontrado mejorada.
El Conde Nevers fue interpretado por el barítono griego Dimitris Tiliakos, que cumplió con su cometido y no mucho más, con una voz de cierta amplitud, pero que no está en absoluto sobrada de calidad.
Saint Bris era el bajo barítono Seth Carico, otro de los intérpretes que ofreció una voz de escasa calidad, aunque cumple en escena.
Lo más interesante del reparto fue nuevamente la presencia de la mezzo soprano Irene Roberts en la parte del Paje Urbain, con voz atractiva, amplia y bien manejada. Es una cantante interesante siempre
En los personajes secundarios estaban Paul Kaufmann (Tavannes), Jörg Schörner (Cossé), Padraic Rowan (Merú), Alexei Botnarciuc (Thoré y Maurevert), Stephen Bronk (De Retz), Andrei Danilov (Bois-Rosé) y Timothy Newton (Vigilante Nocturno).
La Deutsche Oper ofrecía una sorprendente pobre entrada, que no llegaba al 40 % de su aforo. El público se mostró cálido con los artistas en los saludos finales, siendo las mayores ovaciones para Irene Roberts, pero todos fueron aplaudidos.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 4 horas y 55 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 3 horas y 56 minutos. Siete minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 136 euros, habiendo butacas de platea desde 44 euros. La localidad más barata costaba 26 euros.
José M. Irurzun