Hay obras de las que existen centenares de grabaciones discográficas y videográficas. Una de ellas son las 32 sonatas para piano de Beethoven. A pesar del riesgo que supone volver a grabarlas una vez más sin aportar algo novedoso a lo ya dicho por los grandes pianistas del pasado, los ejecutantes de hoy en día se atreven a dejar constancia de sus visiones interpretativas de estos monumentos del teclado por mucho que las comparaciones sean odiosas. Y así lo ha hecho Saleem Ashkar, el concertista israelí que ha demostrado un buen criterio a la hora de elegir, aunque la propuesta que nos llega dista muy lejos de intuirse como el inicio de una integral de las sonatas beethovenianas.
En su nueva grabación para el sello Decca, Ashkar ha seleccionado cuatro sonatas que representan diferentes etapas en la vida creativa del compositor de Bonn. De un lado encontramos las sonatas nº 3 y nº 5, y de otro, la nº 14 y la nº 30. Como vemos, un interesante recorrido en la evolución pianística de Beethoven. Las 3 y 5 están imbuidas aún del espíritu clásico, especialmente la primera, la cual posee unos movimientos extremos en los que el pianista israelí hace lucir con soltura todo el componente virtuosístico en convincentes lecturas de gran agilidad y brillantez en arpegios y trinos, cuidando con detalle las líneas melódicas en discursos cantabile y prestando atención a la variedad en los registros del instrumento.
Otro cantar encontramos en las sonatas en las que hay algo más que subrayar aparte de la precisión mecánica y el lucimiento del intérprete. En la Sonata nº 14, conocida como “Claro de luna”, Ashkar destina un clima sosegado e introspectivo para el célebre primer movimiento, sin extralimitar los propios parámetros de la indicación de tempo Adagio sostenuto, revistiéndolo de una levedad muy alejada de los acentos románticos a los que otros pianistas nos tienen acostumbrados, y con escasa imaginación en explotar los registros de una pieza aparentemente sencilla pero repleta de matices tímbricos y dinámicos. Muy correcto y aseado, aunque no abordado de una manera fulgurante y vertiginosa, ni especialmente enfática, se nos presenta el Presto agitato final. Quizá la mayor prueba de fuego sea el extenso tema con variaciones que corona la Sonata nº 30 op. 109, en la que el piano pasa por escrituras heterogéneas, y aquí Ashkar busca el equilibrio general, dentro de lo que de clasicista tiene el movimiento, optando por un tempo dilatado y evitando explosionar el clímax, que el pianista lleva discreto a la recapitulación del tema principal.
En definitiva, Saleem Ashkar sale airoso de este particular reto de enfrentarse a cuatro sonatas beethovenianas muy distintas entre sí, pero su corrección pianística, muy desenvuelta en cuanto a técnica, no arriesga a la hora de resaltar el componente más expresivo de las dos sonatas más plenamente románticas del compositor.
Germán García Tomás