Celso Albelo puso los agudos y María José Moreno la emoción en I Puritani del Liceu

I Puritani del Liceu
I Puritani del Liceu. Foto: R. Bofill

Vuelve esta ópera de Vincenzo Bellini al Liceu de Barcelona, donde se representara por última vez en el año 2001. Su vuelta tiene lugar con dos repartos distintos, siendo el segundo de ellos el que me tocó vivir ayer noche y al que ahora me referiré.

I Puritani es una ópera en la que la importancia de las voces es tal que siempre cambio el orden de mis comentarios, cuando tengo que referirme a ella. Así lo haré también en esta ocasión y por los cantantes comenzaré.

Si hay algún personaje difícil de cubrir en el repertorio operístico, Arturo seguramente ocupará uno de los puestos más altos, ya que a las dificultades de legato, elegancia y expresividad, hay que unir unas notas estratosféricas a las que pocos tenores pueden enfrentarse.

En este segundo reparto de I Puritani en el Liceu, Arturo ha sido encarnado por el tenor canario Celso Albelo, sin duda uno de los más solventes intérpretes del personaje en los últimos años. He tenido ocasión de verle en el personaje tanto en Bilbao como en Madrid y no cabe duda de que es uno de los pocos tenores capaces de hacer frente a este rol y su más que difícil tesitura. La actuación del canario ha sido buena, aunque me sigue pareciendo su prestación en general más superficial que emotiva. Ya en Madrid hace dos años decidió con mucho tino no ir al imposible FA del arioso Credease misera. Sigue manteniendo sus ataques a los REs, aunque me resultan menos atractivos que entonces. Siempre me ha parecido que a Arturo le hace falta un cantante excepcional y le sobran exhibiciones circenses. Celso Albelo me ha vuelto a parecer proclive en el primer acto a exhibiciones, aunque es verdad que le he encontrado más expresivo en el tercer acto que lo que le recordaba en actuaciones anteriores. Siempre han sido muy escasos los posibles intérpretes de Arturo y hay que reconocer que Celso Albelo sigue siendo uno de los pocos que puede hacerlo.

El personaje de Elvira es también muy exigente y no hay que olvidar que es quien más tiene cantar a lo largo de toda la ópera. Volvió a ser su intérprete la soprano granadina María José Moreno y volvió a resultar una convincente intérprete del personaje. Han pasado nada menos que 19 años desde la primera vez que le vi en el personaje (Santander 1999) y sigue siendo una intérprete muy adecuada. Es verdad que no tiene la facilidad por arriba de algunas de sus colegas, pero sigue siendo una intérprete muy interesante en el personaje y para mi gusto fue también ayer lo mejor de todo el reparto.

En la parte de Riccardo nos ofrecía el Liceu la presencia en este segundo reparto del barítono ucraniano Andrey Kymach, que resultó bastante modesto e insuficiente. La voz tiene tonos excesivamente nasales y no está bien emitida, tendiendo a quedarse en el escenario. Creo que ha sido una apuesta fallida.

La parte de Giorgio estuvo encomendada al barítono italiano Nicola Ulivieri. Parece que la cuerda de bajos no pasa por su mejor momento en el mundo, ya que cada vez es más habitual que estos papeles concebidos para auténticos bajos sean cubiertos por barítonos, aunque se les llame bajo-barítonos. Nicola Ulivieri no es el bajo que requiere el personaje, aunque lo haga de manera correcta.

Enrichetta de Francia fue cubierta por la mezzo-soprano Lidia Vinyes-Curtis, que tampoco pasó de ser una modesta intérprete.

En los personajes secundarios hay que señalar la correcta actuación de Gianfranco Montresor como Lord Gualtiero Valton. Lo hizo bien Emmanuel Faraldo como Sir Bruno.

La dirección musical estuvo encomendada al americano Christopher Franklin, cuya lectura no fue más allá de la rutina, resultando bastante plana su prestación. Me gustó más su dirección en el Otello de Rossini de hace dos años. Lo mejor de su dirección tuvo lugar en el tercer acto, donde hubo algo más de vida que en los dos actos anteriores. Tampoco la Orquesta Sinfónica del Liceu estuvo a la altura de sus últimas actuaciones. El Coro del Liceu tuvo algunos desajustes en su actuación.

I Puritani del Liceu
I Puritani del Liceu. Foto: R. Bofill

La producción escénica se debe a la irlandesa Annilese Miskimmon y procede de Cardiff, donde se estrenó hace 3 años, siendo una coproducción de la Welsh National Opera, la Danish National Opera y el Liceu de Barcelona. La producción inicia la ópera en los años 70 en Belfast en plenos enfrentamientos entre protestantes y católicos, siendo Elvira protestante y de familia perteneciente a la Orden de Orange, mientras que Arturo es un católico. A partir de la segunda escena nos trasladamos a la Inglaterra del siglo XVII con el enfrentamiento en luchas religiosas entre los seguidores de Cronwell y de los Estuardos, apareciendo en escena una doble de Elvira, que vive los enfrentamientos y que no hacen sino repetir una vez más la historia, como si nada hubiera cambiado en los 300 años transcurridos.

Más allá de la visión de la señora Miskimmon, poco interés tiene la producción, que se caracteriza por una pobre dirección de escena, tanto en lo que se refiere a los solistas como a las masas, aparte de ofrecer un ambiente oscuro a lo largo de toda la representación, que tampoco ayuda mucho a apreciar lo que en escena se ofrece. El escenario único y casi desnudo es obra de Leslie Travers, así como el adecuado vestuario. La casi inexistente iluminación se debe a Mark Jonathan. Finalmente, diré que la dirección escénica en Barcelona la ha llevado adelante Deborah Cohen.

En suma, es una producción con ideas, pero con una realización bastante sumaria y que no consigue dar vida a la trama.

El Liceu ofrecía una escasa ocupación que no llegaría los 2/3 de su aforo. El público se mostró frío durante la representación y algo más cálido en los saludos finales, donde los mayores aplausos fueron para María José Moreno y Celso Albelo.

La representación comenzó puntualmente, dedicándose la función a la memoria de Montserrat Caballé, ofreciéndose en su voz un verso de su Casta Diva, recibida con ovaciones por el público. La representación tuvo una duración total de 3 horas y 10 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 32 minutos. Cuatro minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 248 euros, costando la butaca de platea entre 131 y 178 euros. La localidad más barata con visibilidad costaba 47 euros.

José M. Irurzun