Concierto ONE. De Maistre y Mosnier, una revolución celestial

Concierto ONE. De Maistre y Mosnier, una revolución celestial
Xavier de Maistre

Desde el rococó clásico de un salón cortesano hasta el caos más virtuoso del folclore nacional. Una velada la del pasado viernes que hizo trasladarnos, dentro de un auditorio moderno, al contraste musical entre dos grandes épocas de la historia: el siglo XVIII del clasicismo y el Siglo XX de las vanguardias y nacionalismos. Una programación difícil de entender para algunos asistentes y con poco margen para la comprensión; no obstante, fueron dos partes que los espectadores disfrutaron sin un bostezo al aire y con la iluminación parpadeante de la sala como anécdota vespertina.

La Orquesta Nacional de España junto al director Pablo Rodríguez, ofrecieron un entretenido y caótico concierto. Eso sí, el enredo del caos supo ordenarse de una manera muy intensa por parte del conductor y por toda la orquesta sinfónica. Para empezar a tejer el hilo de la noche, las tres escenas de La gitanilla, un ballet inspirado en Cervantes que compuso el español Antón García Abril para ser concebida en el escenario. Entre el nacionalismo y la vanguardia, el compositor quiso dejar constancia de esas melodías, inspiradas en Falla, que tanto nos identifican como cultura. La fuerza de una raza se plasmó en el ritmo de la primera y tercera escena, la danza de los dos caminos y el ceremonial del trigo, que tenían esos aires gitanos y los mordentes más característicos que el compositor Sarasate legó en sus partituras. Lo más destacable de esta composición es el adagio gitano. Aquí se podía sentir la pasión en las escalas ascendentes. El dulce oboe y los legatos cordales marcaron el sentimiento de la tradición.

A continuación, un pequeño descanso en los asientos y el cuadrilátero del escenario desapareció. Emergió del suelo un arpa dorada que deslumbró al público más expectante por el núcleo central de la noche: el arpista francés, Xavier de Maistre y la flautista gala, Magali Mosnier. Ambos interpretaron el Concierto para flauta, arpa y orquesta en do mayor de W.A. Mozart. La única composición para arpa que hizo el maestro austriaco. Se le encargó este concierto para el duque de Guînes, que era flautista; y para su hija, que además de tomar lecciones de composición con Mozart, era arpista.

El clasicismo en estado fino y puro se percibe en cada trino y cadencia final. La estructura más redundante hace que el motivo musical forme ya parte del oído de los espectadores que lo escuchan. Xavier de Maistre, igualó su elegancia física con la musical. El arpa es visto como el complemento de los ángeles y el francés supo volar junto a ellos, con la suavidad de sus dedos, tocando cada una de las enésimas cuerdas del instrumento. De Maistre consiguió realzar este instrumento celestial y no por el tamaño, clamando así a aquellos que no están acostumbrados a ver el arpa como eje principal de un concierto.

Balanceos y bailes que rimaban con las melodías más rectas. Virtuosismo y complicidad en las preguntas y respuestas que se intercambiaban los dos intérpretes; sin embargo, la flautista francesa, Magali Mosnier, no supo estar a la altura de su compañero. Exceso de fuerza, alzamientos de piernas innecesarios y poco elegantes, además de ahogamientos en los complicados pasajes mozartianos. Saber situarse en el contexto musical que estaba interpretando es uno de los objetivos a conseguir y mejorar de la flautista.

Por último, la segunda parte del espectáculo fue dedicada íntegramente a la leyenda y mitología rusa del joven Igor Stravinsky, con su ballet El pájaro de fuego. El Teatro de París recibió por primera vez esta composición y los críticos se quedaron admirados por el gran color de sus partituras; además de la espectacular orquestación con algunos elementos que se añadían, como los pasajes de glissando y los armónicos cordales.

Un caos perfecto con una intensidad que llegaba al límite del tímpano, contrastando con el piano consecutivo que hacía prestar toda la atención a la magistral obra del compositor ruso. La ONE tuvo la oportunidad de brillar y así lo consiguió. Pese a la complejidad tonal y rítmica de la partitura, el ensayo por parte de los intérpretes se constataba; a destacar, el joven director Pablo González que, atento a cada uno de los silencios e inicios de la orquesta sinfónica al completo, supo tejer y poner orden en esta revolución tonal.

Isaac J. Martín