Crítica: «La rondine» en la Volksoper de Viena

Por Federico Figueroa Crítica: «La rondine» Volksoper Viena

La radiante primavera vienesa se ha visto reflejada en la nueva producción de La rondine (La golondrina) de la Volksoper a bombo y platillo en una estupenda propuesta teatral de Lotte de Beer, a la sazón directora artística de la casa, y una lectura musical exquisita del maestro Alexander Joel. El día del estreno fue un éxito apoteósico para todos, salvo unos cuantos descontentos con la puesta en escena que lanzaron abucheos a De Beer y su equipo.

Puccini es más, mucho más, que el cuarteto «Bohème-Tosca-Butterfly-Turandot». De los doce títulos que legó a la posteridad, los cuatro mencionados están en el top-15 de las óperas más representadas en el mundo en la última década, según datos de diversos portales especializados que se basan en el número de representaciones operísticas. La rondine es una de las tres menos representadas del maestro de Lucca y esta escasa presencia en los teatros podría deberse a la complejidad del momento histórico del proceso compositivo, que le hace vivir con el sambenito de opereta de un compositor de óperas. En mi opinión, esta obra de verdadera madurez debería ser tomada por el público y los programadores como mucha más seriedad. En ella se encuentra el desenfado de un artista que ya no tiene que demostrar nada, ni siquiera al editor de su música. La elegante inspiración melódica, la refinada orquestación y el colorido ensamblaje instrumental y vocal están presentes en toda la obra. La rondine, compuesta entre 1915 y 1916, tuvo su estreno en Montecarlo en 1917. Está lejos de ser «la traviata de los pobres», como suelen llamarla algunos, o de una tontería romántica de final feliz imposible. En este sentido, la puesta en escena de De Beer ha sacado buen partido del largo adiós final con una divertida y actual lectura en clave feminista que da un soplo de aire fresco y la retorna a la liviandad con la que inició su propia creación. Crítica: «La rondine» Volksoper Viena

Una escena de «La rondine» / Foto: © Barbara Pálffy / Volksoper Wien

En lo personal, las puestas en escena de Lotte de Beer que he podido ver me parecen irregulares, con estupendas ideas que no logran concretarse de la misma manera sobre el escenario. No ocurre esto con La rondine que firma ahora para la Volksoper. Mantiene el marco espacio-temporal como dicta el libreto sin renunciar a caminar en los senderos del mejor «regietheater».  Atractiva y práctica la escenografía, de Christof Hetzer, bello y evocador el vestuario diseñado por Jorine van Beek; y apropiada iluminación de Alex Brok. Hasta ahí habría quedado una puesta en escena  muy bonita, es decir, olvidable. De Beer, en equipo con el coreógrafo Florian Hurler, han conseguido un gran dinamismo en las escenas de masas, bien apoyadas por la escenografía giratoria, basando su propuesta en el destino de Magda, la protagonista.

Magda de Civry, la mantenida (querida, cortesana o como quiera llamarle el lector) del rico Rambaldo vive feliz en el París del último tercio del siglo XIX. Se enamora, como jugando, del joven y pobre Ruggero. Escapa con él a la Riviera mediterránea pero el dinero escasea y al joven provinciano se le ocurre que pueden casarse. Magda renuncia a él, sin evitarnos la triste escena del lacrimógeno adiós de dos enamorados… pero en esta versión desde el inicio de la obra se nos ha mostrado a Lisette, la sirvienta de la señora Magda de Civry, como una voluntariosa y militante feminista. El poeta Prunier es su amante, y escribe una novela (el libreto de la obra) a la que todo el público puede ver en una pantalla-libro, con los tachones y correcciones que sobre la marcha él o Lisette van haciendo. De vez en cuando se leíamos didascalias que los solistas estaban realizando. De esta manera, llegado el final, se presenta la lucha entre el final que el poeta, que con su lectura heteropatriarcal pretende hacerla morir de una enfermedad incurable a la vez que vemos a Magda y Ruggero haciendo la escena del manguito de Mimì-Rodolfo, pero rápidamente Lisette borra ese final y reescriben uno en el que Magda se suicida como Cio Cio San en Butterfly. Los espectadores vemos como Maga toma una daga y se raja la barriga. Pero tampoco convence a la pareja que decide el destino de los personajes y el poeta, insistiendo en la visión de que Magda no podrá vivir sin Ruggero, la hace saltar al mar haciendo recordar la escena del suicidio de Floria Tosca. Lisette reescribe el final subrayando que Magda toma las riendas de su destino y se va libre, como una golondrina. No hay Rambaldo o semejante esperándole, al menos a la vista del espectador.

Matilda Sterby, Leonardo Capalbo, Timothy Fallon y Rebecca Nelsen en «La rondine» / Foto: © Barbara Pálffy – Volksoper Wien

En esos últimos compases Magda interpreta tres de las variaciones de una «heroína romántica», que Puccini usó en sus óperas precedentes (La bohèmeTosca Madama Butterfly). La idea es buena pero poco realista pues de algo tendrá que comer esa mujer. De Beer hace que la ópera se ría de sí misma de una manera original y eso es de agradecer, siendo fiel y a sus principios sin renunciar al humor.

La lectura musical de Alexander Joel buscó el deleite en la sonoridad pucciniana, amplia y delicada a la vez, exultante en los coros pero sin tapar a las voces solistas. El Coro y Orquesta de la Volksoper mostraron el músculo espléndido como los que son: agrupaciones de excelente nivel.

Una escena de «La rondine» © Barbara Pálffy / Volksoper Wien

El elenco funcionó en conjunto y brillaron con intensidad las voces femeninas. La soprano sueca Matilda Sterby posee la presencia escénica adecuada al personaje y a su bien timbrado instrumento, de argentinos brillos, lo maneja con inteligencia y musicalidad. El tenor Leonardo Capalbo fue un esforzado Ruggero, un tanto tensionando en la línea de canto en los ascensos al registro agudo, pero con un timbre cálido y la entrega y profesionalidad de un gran artista. La Lisette de la soprano estadounidense Rebecca Nelsen delineó una pimpante Lisette, con buena proyección y marcada presencia en el escenario, al igual que el tenor Timothy Fallon como el poeta Prunier. El barítono ucraniano Andrei Bondarenko, de amplio caudal pero de sonido un tanto opaco, respondió cabalmente a las demandas de su personaje, Rambaldo. De los personajes secundarios de las tres amigas de Magda, estuvieron muy bien defendidas por artistas del ensemble de la Volksoper, como Julia Koci (Yvette), Johanna Arrouas (Bianca) y Stephanie Maitland (Suzy). El resto de secundarios adecuados. El público disfrutó de un buen trabajo general y así lo hicieron saber al final de la representación y en algunas de las arias, como la muy conocida «Che il bel sogno di Doretta», magníficamente ejecutada en esta función de estreno. Crítica: «La rondine» Volksoper Viena

Este año, centenario de la muerte de Puccini, se le rinde homenaje y sus óperas están más presentes que nunca en las programaciones. La rondine ha sido programada en la temporada 2023/24 en Turín, Zúrich, Milán, Nueva York y Verona, por citar algunos escenarios con repercusión mediática. Ojalá y esto sea un buen empuje que posicione esta obra en el repertorio. Crítica: «La rondine» Volksoper Viena


Viena (Volksoper), 10 de abril de 2024         La rondine        Ópera en tres actos   Música: Giacomo Puccini  Libreto: Giuseppe Adami

Dirección musical: Alexander Joel       Dirección de escena: Lotte de Beer

Elenco: Matilda Sterby, Leonardo Capalbo, Timothy Fallon, Rebecca Nelsen, Andrei Bondarenko, Julia Koci, Johanna Arrouas, Stephanie Maitland, etc.