La temporada de ópera del MET se acerca a su fin. Junto a la marea incontenible del anillo wagneriano, dos títulos destacados cierran al año operístico en Nueva York. La Clemenza di Tito de Mozart y Diálogos de Carmelitas de Poulenc, dos obras maestras que ponen sobre las tablas a dos mezzosopranos estelares: Joyce Didonato e Isabel Leonard.
El último Mozart operístico recibió a regañadientes el encargo de poner música en 1791 a la obra de Pietro Metastasio (1698-1782) sobre el emperador romano Tito, como parte de los festejos de la coronación del emperador Leopoldo II como Rey de Bohemia. En un brevísimo plazo (se dice que hasta minutos antes del estreno) Mozart consiguió alumbrar una obra eterna que sublima el género de la ópera seria y deja unas páginas vocales cuya factura da fe del genio artístico del compositor.
El Met recupera para la ocasión la puesta en escena de 1984 de Jean-Pierre Ponnelle, una de sus producciones más añejas. El cartón-piedra, marca de la casa, conforma una Roma ruinosa y decadente, prerromántica, mientras que los figurines corresponden la vestimenta de finales del s. XVIII, en clara alusión a la época del compositor y la ocasión que propició la creación de La Clemenza. No cabe duda de que la puesta en escena recrea el ambiente áulico de la corte de Tito, permite a los solistas cantar y a los espectadores disfrutar de la música. Es especialmente efectiva en las arias di partita, en las que el solista sale de escena al terminar la página. No obstante, esta nueva oportunidad perdida para proponer un montaje novedoso debe contarse en el haber de la compañía, cuya aversión al riesgo y la renuncia a innovar en lo escénico son tan característicos como irritantes.
Dejando a un lado lo visual, la Orquesta de la Metropolitan Ópera estuvo comandada por el versátil director alemán Lothar Koenigs, cuyo idilio con la compañía de Manhattan continúa una temporada más. Bajo las directrices de Koenigs, la orquesta respira con libertad y suena tersa y empastada. Las melodías de Mozart fluyen con gracia y sin artificio, en un flujo orquestal que combina con éxito grandeza y detalle. Con estos mimbres, sólo hacía falta un elenco solvente para deparar una gran velada lírica. Pero en el Met las voces no suelen fallar.
La triunfadora indiscutida de la noche fue la mezzosoprano de Kansas Joyce Didonato. La artista dejó un Sesto de referencia que podemos considerar uno de los mejores de hoy. Didonato está en la cima de su carrera y conserva su instrumento en condiciones óptimas. El timbre ha ganado en colores y matices, suena hoy más mate que antaño, más pesado y complejo. La línea de canto también se ha estuchado, perdiendo agilidad. Sin embargo, los inagotables recursos técnicos de Didonato le permiten cantar sin apenas esfuerzo, y colorear la línea con una riqueza que hace olvidar el mundo. El canto de Didonato es pura expresión, un cañonazo emocional y estético que alcanza el tuétano del personaje y lo hace corpóreo, creíble, relevante. El aria Parto, parto es un ejemplo inmejorable de todo lo anterior.
Junto a ella, encontramos a un gran Matthew Polenzani en el papel de Tito. El canto limpio y respetuoso con el texto y una propuesta adusta y asertiva hicieron de su Tito un personaje bien delimitado y musicalmente intachable. El bajo barítono neoyorquino Christian Van Horn, de quien ya hablamos cuando encarnó en este mismo teatro al Mefistófeles de Arrigo Boito, supo sacar partido de su repertorio canoro aunque no pareció del todo cómodo en el personaje del consejero Publio, como si la peluca le molestara tanto como la contumaz tendencia de Tito a perdonar a cuantos le ofenden.
La sorpresa de la noche fue la espectacular Vitellia de la soprano sudafricana Elza van den Heever. La artista hizo uso (acaso también abuso) del gran tamaño de su voz para dejar una interpretación arrolladora que, si bien en puridad puede considerarse algo fuera de estilo, desató la admiración del público del Met, tan amante de las voces de gran calibre. Pese a todo, lo cierto es que Van den Heever canta bien, interpreta y sabe manejar la media voz con destreza, si bien sus agudos refulgentes quedan irremediablemente en el recuerdo y soslayan el resto de sus atributos. La soprano, que ya ha cantado en Nueva York la Donna Anna, Isabel I en Maria Stuarda y Electra en Idomeneo, encaja a la perfección en la horma artística del Met, por lo que le auguramos un gran futuro en la compañía.
Para cerrar un elenco sobresaliente, dos jóvenes cantantes que han echado los dientes en el programa Lindemann de Jóvenes Cantantes del Met, la soprano china Ying Fang (Servilia) y la mezzo canadiense Emily D´Angelo (Annio). Con la sobriedad estilística propia de la juventud y la inexperiencia, ambas hicieron gala de sendas voces de gran belleza, lo que dio lugar a unos dúos de singular altura estética. Ying Fang, además, le ganó la partida a su compañera canadiense al emplearse con mayor finura en los recitativos.
Los que acudan a esta reposición de La Clemenza di Tito de Mozart encontrarán todo lo que se puede esperar del Met de siempre: unos cuerpos estables infalibles que, en manos de Lothar Koenigs dan lo mejor de sí; y un reparto impecable capaz de satisfacer a los más exigentes.
CARLOS JAVIER LOPEZ