Mucho se puede discutir sobre cuáles son los mejores teatros de ópera del mundo y no cabe duda de que la Staatsoper de Viena siempre estará entre los mejor considerados. Ocurre que hay ocasiones, en las que la discusión no tiene sentido y esta semana de Pascua es precisamente una de ellas. En cuatro días la programación incluye una nueva producción de Elektra con Nina Stemme de protagonista, un Parsifal con un reparto de lujo, un Rosenkavalier con la presencia de Elina Garanca, y, finalmente, una Anna Bolena con Anna Netrebko como la desgraciada reina de Inglaterra. No es fácil resistirse a una programación de este tipo y aquí he venido para presenciar en directo estas óperas y contarles a ustedes lo que suceda.
Si sobre la primacía de los teatros de ópera se puede discutir mucho, pocos serán los aficionados – si es que hay alguno – que no estén de acuerdo en considerar a Nina Stemme como la mejor soprano dramática de la actualidad. Sus Brünnhildes, como su Isolde, no tienen rival y ahora le llega el turno a la temible Elektra de Richard Struass, en la que ha demostrado que es la digna sucesora de otra soprano sueca excepcional. Me refiero a Birgit Nilsson.. Nina Stemme tiene todas las cartas en regla para ser la indiscutible titular del personaje hoy en día y así lo ha demostrado en estas representaciones, que suponen su debut en el personaje. Tanto dramática como vocalmente ha rayado a gran altura, con un centro poderoso, graves suficientes y agudos perfectamente proyectados. Únase a todo eso unas siempre convincentes dotes dramáticas y es fácil reconocer que estamos ante la Elektra de la actualidad.
Para una ocasión tan importante como el debut de Nina Stemme en Elektra, la Staatsoper ha encargado una nueva producción al director de escena alemán Uwe Eric Laufenberg, que lleva la acción a la época del estreno de la ópera. La escenografía de Rolf Glittenberg sitúa la acción en la planta baja del palacio de Klytämnestra, donde vive Elektra rodeada de una carbonera y unas duchas a los lados, mientras la parte central la ocupan unos ascensores que van a las plantas nobles. El vestuario de Marianne Glittenberg resulta muy adecuado, con Elektra vistiendo un traje cruzado de hombre, significando que ella ha perdido hasta su identidad femenina, y particularmente elegante en el caso de Klytämnestra. Buena la iluminación de Andreas Grüter.
Laufenberg narra la trama de manera eficaz, centrándose en el personaje protagonista, que cambiará sus ropas masculinas al reconocer a Orestes, en una escena más o menos incestuosa entre los dos hermanos. Las escenas de la protagonista con su madre y su hermana están muy bien desarrolladas. No pueden faltar una serie de detalles bastante superfluos y discutibles en la producción, que poco aportan. Entre ellos destacaré unas sirvientas desnudas al principio de la ópera, la exhibición de personajes ensangrentados en los ascensores, al final de la misma, así como el hecho de que Elektra muestra su alegría final, no sola, sino acompañada de un grupo de baile, lo que quita credibilidad a su muerte.
Estas representaciones de Elektra en la Staatsoper de Viena se programaron bajo la dirección musical de Franz Welser-Möst, quien dimitió de su puesto de director musical de la Staatsoper hace unos meses. Así pues, la dirección ha estado en manos del finlandés Mikko Franck. En lo que a mi se refiere, tengo que confesar que su mayor hándicap ha consistido en que mis últimas Elektras han contado en el podio con Esa-Pekka Salonen y Christian
Thielemann. Evidentemente, no es lo mismo. Mikko Franck ha sido un director solvente y brillante en algunos momentos, pero no es el director excepcional que la ocasión requería. El momento siempre esperado del reconocimiento de Orestes, uno de los pasajes más emocionante de toda la ópera, pasó casi desapercibido. La Orquesta de la Wiener Staatsoper demostró su calidad, aunque no me pareció tan excepcional como en otras ocasiones.
Ya he comentado más arriba que el debut de Nina Stemme en Elektra no ha podido ser más afortunado. El resto del reparto no ha tenido fisuras y las temidas sustituciones han sido afortunadas.
El personaje de Chrysothemis tenía que haber sido cubierto en toda las funciones por Anne Schwanewilms, pero canceló poco antes del estreno, siendo sustituida en las primeras representaciones por Ricarda Merbeth. En la función que nos ocupa la nueva Chrysothemis ha sido la soprano alemana Gun-Brit Barkmin, cuya actuación ha sido magnífica tanto vocal como escénicamente. Pocas veces se puede asistir a una interpretación tan brillante como la que nos ha ofrecido.
La mezzo soprano sueca Anna Larsson fun una Klytämnestra intachable como intérprete y menos vocalmente. Su figura la convierte en una reina que no puede ser más convincente en escena. La voz está bien, pero los graves resultan algo débiles y, en general, su volumen vocal no es excepcional.
Falk Struckmann fue un adecuado Orestes, bastante mejor aquí que en las últimas ocasiones en que le he visto en otro repertorio. Norbert Ernst pasó sin pena ni gloria por el personaje de Egisto.
En los personajes secundarios Wolfgang Bankl lo hizo bien como Preceptor de Orestes, así como también Benedikt Kober y Marcus Pelz, como los Servidores. Bien también, Simina Ivan (Vertraute) y Aura Twarowska (Schleppträggerin). Las Sirvientas fueron un lujo, entre la que se encontraban cantantes tan reconocidas como Monica Bohinec, Ulrike Helzel e Ildiko Raimondi.
El teatro estaba lleno y el público demostró su entusiasmo, con grandes ovaciones para Nina Stemme y también para Gun-Brit Barkmin. Mikko Franck fue recibido con ovaciones y algunos abucheos.
La representación de Elektra en la Staatsoper de Viena comenzó puntualmente y tuvo una duración de 1 hora y 48 minutos, seis minutos más que la versión de Thielemann en Berlín. Nueve minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 221 euros, costando la más barata 37 euros. Las tradicionales entradas de pie costaban 14 euros.
José M. Irurzun