Como todos los años, ha dado comienzo el Festival de Munich, que es el más importante de todos, aunque no tenga el carisma y el glamour de los de Bayreuth y Salzburgo. Sin embargo, la calidad de lo ofrecido en Munich durante el período que va de fin de Junio al 31 de Julio es año tras año excepcional. Llevo 12 años viniendo ininterrumpidamente y espero hacerlo mientras mis fuerzas me lo permitan. A una magnífica orquesta, hay que unir la presencia de su director titular, Kirill Petrenko, sin duda una de las más importantes figuras en cualquier podio. Por si lo anterior no fuera suficiente, están anunciados este año Anja Harteros, Jonas Kaufmann, Piotr Beczala, Roberto Alagna, Johan Botha, Diana Damrau, Evelyn Herlitzius, Christian Gerhaher, Edita Gruberova, René Pape, Nina Stemme, Bryn Terfel y un largo etcétera de grandes figuras del canto. Como la ocasión merece la pena, vendré en tres ocasiones distintas durante el mes de Julio y podré disfrutar de 10 representaciones de ópera de muy alto nivel.
La Juive fue una ópera que gozó de una gran popularidad durante el siglo XIX, habiéndose convertido en una rareza durante la segunda mitad del siglo XX, aunque algunos teatros importantes la suelen reponer de vez en cuando. Si no estoy equivocado, en nuestro país no se ha representado desde las ya míticas funciones en el Liceu de Barcelona por parte de Richard Tucker en los años 70.
La Bayerische Staatsoper ha encargado una nueva producción a Calixto Bieito y su trabajo resulta más bien sorprendente y decepcionante. Esta ópera se ha identificado siempre con la grand opera francesa, en la que la espectacularidad de los decorados iba pareja a las escenas de masas. Calixto Bieito opta por despojar a la obra de todo su oropel y convertirla en un drama basado en las vivencias de los personajes. Para ello, la escenografía de Rebecca Ringst es única para los 5 actos de la ópera, consistiendo el decorado en un gran muro, que toma formas distintas a lo largo de la ópera. El vestuario de Ingo Krügler está traído a época actual y es siempre en tonos grises oscuros, con la única excepción de la protagonista, que lleva un único vestido verde. El ambiente de la producción es tan oscuro como el vestuario y la labor de iluminación de Michael Bauer funciona bastante bien.
El ambiente de enfrentamiento religioso entre cristianos y judíos pierde en el trabajo de Calixto Bieíto toda la credibilidad y queda muy desdibujado. Creo que perfectamente podría haber llevado la acción a épocas todavía recientes y haber dado mayor sentido a la trama, pero en tiempos actuales la producción pierde interés y credibilidad por todas partes. A eso hay que añadir que la dirección escénica ofrece mucho estatismo en el movimiento de masas y tampoco hay una dirección de actores como la que Bieito nos ha ofrecido en otras ocasiones, independientemente de que sus producciones hayan sido más o menos escandalosas. Para mi gusto es una producción que no dice nada, aunque tampoco molesta.
La dirección musical estuvo encomendada a Bertrand De Billy, cuya lectura ha sido muy solvente a lo largo de toda la ópera. No ha sido una dirección muy brillante ni inspirada, pero todo ha funcionado con corrección y no ha caído en el aburrimiento. Buena, como siempre, la prestación de Bayerische Staatsorchester. Bien también el Chor der Bayerische Staatsoper.
El personaje que da título a la obra es Rachel, la judía hija adoptiva del orfebre Eleazar, independientemente de que esta ópera se identifica más con este último personaje y su famosa aria Rachel, quand du Seigneur.
Rachel tenía que haber sido interpretada por Kristina Opolais, mientras que Aleksandra Kurzak iba a haber sido la Princesa Eudoxie. Para los menos conocedores diré que Rachel necesita una soprano spinto o incluso dramática, mientras que la Princesa requiere una soprano ligera, fácil en agilidades. Como dato adicional diré que en el estreno en París en 1835 la intérprete de Rachel fue la francesa Cornelie Falcon, cuyo apellido ha acabado por identificar a una categoría de cantantes que están entre sopranos y mezzosopranos.
La cancelación de Kristina Opolais trajo consigo que Aleksandra Kurzak pasara a la parte de Rachel. Esto es algo así como si cancela la intérprete de Turandot y le sustituye la de Liu. De ahí que no fuera muy bien predispuesto al teatro.
La soprano polaca Aleksandra Kurzak ha sido siempre una soprano lírico–ligera y de ahí mi sorpresa al verla anunciada como Rachel. Tengo que decir que no la había escuchado en directo desde hacía 5 años y la he encontrado muchos más interesante que antes como cantante y como artista. Como ha pasado con otras cantantes, también a Aleksandra Kurzak parece haberle afectado la maternidad a su voz, que hoy es más oscura y ancha que entonces. No me parece que Rachel es un personaje demasiado adecuado para una soprano lírica, como hoy es ella, pero me parece más apropiada que para cantar la parte de la Princesa Eudoxie. La actuación de la Kurzak ha sido siempre convincente, entregándose al personaje sin reservas, aunque se eche en falta mayor consistencia especialmente en las notas graves. Supongo que su presencia ha tenido mucho que ver con la de su marido Roberto Alagna en el personaje de Eleazar y la verdad es que ella me ha convencido más que él. Hay más de un momento, especialmente en los dos últimos actos de la ópera, en los que fuerza su instrumento y me pregunto si no acabará pasándole factura este personaje, que creo que no debería frecuentar.
El gran atractivo mediático de la representación era la presencia de Roberto Alagna en la parte de Eleazar, personaje que requiere un tenor casi dramático. Alagna lo resuelve bien a lo largo de la ópera, aunque a veces su voz se me antoja un tanto ligera para el rol. Cantó con gusto y hasta brillantez su famosa aria, aunque quedó corto de emoción, quizá pensando en la cabaletta a la que tenía que hacer frente a continuación, donde pasó todo tipo de dificultades, incluyendo notas falladas con cierto estrépito, hasta el punto de ser abucheado tras la mencionada cabaletta, hecho bastante inusual en Munich. En su haber hay que decir que fue al único al que se le entendía lo que cantaba.
El tenor americano John Osborn se encargó de la parte del Príncipe Leupold y resolvió con cierta brillantez la endiablada tesitura del personaje, que parece haber sido concebido para un falsetista más que para un tenor. Casi se puede decir que fue un lujo.
El paso de Aleksandra Kurzak a la parte de Rachel, hizo que la soprano Vera-Lotte Böcker se encargara de la Princesa Eudoxie. Era la primera vez que la escuchaba y la impresión es positiva, ya que su voz resulta adecuada al personaje, resolviendo bien agilidades y sobre agudos, además de tener una figura atractiva y moverse bien en escena. Aunque la versión ofrecida era la original francesa, confieso que no le entendí una sola palabra en toda la noche. Algo parecido, aunque menos, me ocurrió con Aleksandra Kurzak.
El Cardenal Brogni fue interpretado por el bajo Ain Anger, cuya voz es una de las más importantes hoy en su cuerda, aunque le puede faltar flexibilidad para este tipo de personajes. Si no me convenció en su intervención en el primer acto, no cabe duda de que mejoró notablemente en su gran escena del cuarto acto.
En los personajes secundarios cumplieron bien Johannes Kammler en Ruggiero y Tareq Nazmi como Albert.
El teatro había agotado sus localidades, excepto las que no tenían visibilidad. El público ofreció una cálida acogida a los cantantes, habiendo bravos para Alagna y las dos sopranos.
La representación comenzó con los consabidos 6 minutos de retraso y tuvo una duración de 3 horas y 36 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 55 minutos. Siete minutos de aplausos
El precio de la localidad más cara era de 163 euros, habiendo butacas de platea al precio de 91 euros. La entrada más barata con visibilidad costaba 39 euros.
José M. Irurzun