Los Gavilanes del Teatro de la Zarzuela Por José Antonio Lacárcel
Es una verdadera maravilla asistir a teatro lleno en cualquiera de las funciones que ofrece el Teatro de la Zarzuela. En esta ocasión con la puesta en escena de una obra muy popular, no excesivamente ambiciosa en el aspecto musical, pero que cuenta con melodías muy gratas y populares y que goza del fervor de un público muy amplio. Nos estamos refiriendo a Los Gavilanes, del maestro Guerrero, sobre un muy cuestionable libreto de José Ramos Martín.
Veinte años hacía aproximadamente que no se representaba en la Zarzuela esta obra que, tras su estreno, pasa a engrosar el núcleo de sus grandes éxitos de público junto con otros títulos como La Rosa del Azafrán, El Huésped del Sevillano, La montería y un largo etcétera en el que se dan la mano la zarzuela, los sainetes, las revistas y las operetas.
Supone Los Gavilanes un intento, logrado en parte, de resucitar la gran zarzuela y que vuelve al género por sus cauces. Pero sin duda no se eligió un libreto adecuado. Se quiere apartar del drama o la comedia rural y no se consigue, aunque se pretenda enmascarar con la peregrina idea de situar la acción en una aldea francesa. Y me pregunto: ¿por qué francesa? Los personajes dan el perfil de lo español, la continua alusión al pueblo como entidad, representado por el coro, no puede tener otro carácter que el español. Sale un gendarme, jefe de gendarmes, que podría haber sido un comandante de puesto de la Guardia Civil. Salen unos aldeanos que están llenos de sabor español. Pero en fin….
Lo que es bien cierto es que el libretista, o sea José Ramos Martín, desperdició una gran ocasión de contar una historia que puede ser muy verosímil, porque desgraciadamente episodios como los que se narran en Los Gavilanes fueron harto frecuentes en muchos momentos de nuestra historia. Podría haberse profundizado en el dramatismo del planteamiento, pero se deja todo en el aire, presentando el libreto un aire de frivolidad y de falta de profundidad psicológica, cuando el tema era tan bonito y tan verosímil.
Y con estos materiales el prolífico maestro Jacinto Guerrero compone una partitura en la que prima la línea melódica sobre cualquier otra consideración. Tampoco busca el maestro profundidad en sus planteamientos compositivos. Echa por el camino más fácil, sobre todo recurriendo muchas veces a una orquestación pobre donde la dicotomía tónica-dominante parece tener preponderancia. No se busca complicaciones. Sabe sobradamente que sus melodías muy pegadizas y bien estructuradas van a encontrar rápido eco en el público, que las asimila con facilidad y las hace suyas. El tratamiento orquestal es ligero, de mero acompañante, aunque tiene algunos momentos muy conseguidos como el bonito concertante –donde se llega a la máxima tensión argumental– que está muy bien concebido, muy bien trazado y que hace pensar en que en algunos momentos el maestro Guerrero podría haber sido más ambicioso.
Sus melodías ligeras quedan compensadas con otros momentos que no vacilo en considerar perfectamente logrados. El hermoso coro inicial ‘Pescador que a la playa…, que viene a constituirse en un leit motiv parcial y que será utilizado en el comienzo del dúo de Adriana y Juan, otro de los momentos perfectamente conseguidos de la obra. Personalmente, me gusta por su cadenciosidad, con referencia a tango o habanera, el número ‘El dinero que atesoro…’, en el que hay una especie de guiño a la América española. Pero creo que sobre todo, por su lirismo, por su hermosa melodía no ajena al dramatismo de la situación, destaco el aria o romanza ‘Flor roja…’, de muy bella factura y que precisa de un cantante que sepa decirla, cantarla y sentirla. Si no, se diluye en una melodía agradable, pero la verdad es que encierra mucho más. Y por último, hay que poner de relieve el dramático dúo de Adriana y Rosaura, que tiene mucha hondura, dificultades interpretativas y que viene a ser una piedra de toque para la mezzo que encarna el papel de madre. El de la hija se diluye un poco quedando casi como anecdótico.
Y vayamos con los intérpretes de este primer reparto. La tarde noche ha sido la del triunfo legítimo, sin la menor fisura, del poderoso barítono Juan Jesús Rodríguez. Ha estado formidable, desde el primer momento, imponiéndose por su hermosa y bien timbrada voz, por su capacidad interpretativa, por su brillante presencia en escena. Un barítono de una gran capacidad lírica, con una voz robusta, pero siempre llena de belleza, absolutamente musical, segura en todos los registros y sabiendo interpretar. Porque cantar una zarzuela u ópera es también tener que interpretar, hacer creíble al personaje. Y eso lo ha hecho con autoridad, con seguridad, con eficacia, Juan Jesús Rodríguez. Voz llena, con un registro medio de alta calidad, y siendo muy brillante, muy seguro en los muchos momentos en los que hay que utilizar el registro agudo, sin perder nunca la musicalidad. Una actuación muy afortunada en todo momento. Gran triunfador de la noche.
María José Montiel es un lujo para la escena española. Su voz tiene una calidez, una belleza aterciopelada, un timbre tan hermoso como eficaz para poder afrontar cualquier papel de su amplio repertorio. No es esta zarzuela la más idónea para que la gran cantante madrileña muestre toda su calidad y su potencial artístico. Pero desde el primer momento ha estado francamente bien, lírica y apasionada en el dúo del primer acto, segura y brillante en las distintas breves intervenciones y a un altísimo nivel en el dramático dúo con Rosaura. La belleza y calidad de su voz ha contribuido al buen resultado artístico de la representación.
Especial mención merece el tenor Ismael Jordi. Su voz de tenor ligero, muy bien timbrada, de bonita sonoridad, ha servido de base para que bordara su papel. Ha sido un Gustavo más que convincente. Ha cantado con pasión y con un buen gusto difícilmente superable, como hemos podido apreciar en la famosa ‘Flor roja’. (Por cierto, ¿Por qué el coro de amigas de Rosaura no ha intervenido brevemente como se espera?). Ismael Jordi ha cantado con delicadeza y tengo que volver a usar la palabra musicalidad porque ha sido la suya una formidable demostración de buen gusto y sensibilidad. Muy bien en ésta y en todas las demás intervenciones que tiene en la obra.
Y a pesar de que el personaje queda un tanto diluido, la joven Marina Monzó ha sido una formidable Rosaura. Preciosa voz, buena presencia en escena, hace una recreación muy verosímil y creíble del personaje que, sin embargo, no es demasiado lucido. Cantó bien su partiquina en el dúo con Adriana, bien en el dúo con Gustavo y en el poco interesante número –un tanto arrevistado– de ‘No hay por qué reír, no hay por qué llorar’, ella brilló a un buen nivel. Bien en sus respectivos cometidos Lander Iglesias, Esteve Ferrer, Ana Goya, Trinidad Iglesias y las jóvenes Mar Esteve, Raquel del Pino, así como Enrique Baquerizo y el resto de personajes que brevemente aparecen en la acción.
A pesar de las dificultades derivadas de la pandemia, el Coro del Teatro de la Zarzuela cantó con afinación y seguridad, dentro del nivel a que nos tiene acostumbrados. La orquesta, bien conducida por Jordi Bernàcer, quien estuvo muy respetuoso con los cantantes, cuidando que la sonoridad fuera la adecuada. Algún retraso en alguna entrada puntual me pareció advertir.
Decorados sencillos, casi esquemáticos, los de Ezio Frigerio y Riccardo Massironi, sin que pueda comprender qué significaban esos andamios metálicos-grúas. Dicho esto, no se buscaron falsos efectos a los que tan acostumbrados estamos. Me hubiera gustado un poco más de naturalidad en los coros desde el punto de vista escénico, pues se mantuvieron muy estáticos. Con todo, el trabajo de Mario Gas resulta coherente y en sintonía con la historia. Bien la iluminación de Vinicio Cheli y sencillo pero convincente el vestuario Franca Squarciapino.
En definitiva, una bonita y adecuada representación de un título que goza del favor de un amplio sector de público.
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Teatro de la Zarzuela, 17 de octubre de 2021. Los Gavilanes, música de Jacinto Guerrero y libreto de José Ramos Martín. Dirección musical: Jordi Bernàcer. Dirección de escena: Mario Gas. Escenografía: Ezio Frigerio, con Riccardo Massironi. Vestuario: Franca Squarciapino. Iluminación: Vinicio Cheli. Diseño de audiovisuales: Sergio Metalli. Movimiento escénico: Carlos Martos de la Vega. Juan Jesús Rodríguez (Juan), María José Montiel (Adriana), Ismael Jordi (Gustavo), Marina Monzó (Rosaura), Lander Iglesias (Clarivan), Esteve Ferrer (Triquet), Ana Goya (Leontina), Trinidad Iglesias (Renata), Enrique Baquerizo (Camilo), Mar Esteve (Nita), Raquel del Pino (Emma), Olaia Lamata (Aldeana 1), Begoña Gómez (Aldeana 2), Guiomar Cantó (Aldeana 3), Didier Otaola (Antón), Pablo Vázquez (Marcelo), Fernando Luzuriaga (Jorge), Pedro Moreno (Hombre 1), Sigor Schwaderer (Hombre 2), Sylvia Mollá (Mujer1), Carmen Fernández (Mujer 2) Hombre 2. Orquesta de la Comunidad de Madrid y Coro del Teatro de la Zarzuela.