Todos los teatros líricos que se precien tienen un corpus de títulos que han configurado su historia y el gusto de las diferentes generaciones de público. En el caso del Coliseo de las Ramblas siempre ha habido una tensión entre los títulos de bel canto, especialmente Donizetti y Bellini, junto con Verdi y una afección wagneriana, pero siempre en menor número de representaciones por parte del corpus alemán sobre el italiano. La ópera que nos ocupa se ha representado más de 148 ocasiones desde la primera temporada de la inauguración del teatro (1847-1848) hasta la presente de 2014-15. Los intérpretes de este título belliniano han sido de primer orden a lo largo de estos tres siglos, incluso entre los comprimarios ya que el papel de Flavio fue el debut de un jovencísimo Carreras al lado de la Norma impresionante de la Caballé.
En este quinto título de la temporada 2014-15 la dirección del Liceu nos ha regalado con un verdadero lujo de voces en los dos repartos que integran las nueve representaciones de esta primera quincena del mes de febrero y que prácticamente cada día se llena el teatro. A veces programar títulos “de repertorio” y del “gusto del público” y con voces “famosas” salvan los balances económicos de una temporada.
Cada uno de los repartos que se alternan en estas representaciones tienen un atractivo por lo que si todavía han de decidirse a comprar una entrada para alguna representación piensen que voces les gustan más para estos papeles y saldrán satisfechos con cualqueira de los dos repartos.
El primer cast, día 8, con nombres de cantantes de una mayor trayectoria y prestigio los podríamos calificar de voces grandes, expresivas y con un acercamiento particular al estilo belcantista, y con una carga dramática explosiva. Mientras que el segundo cast, día 9 son voces no tan voluminosas pero mucho más frescas, con más proximidad de estilo, más limpieza en la parte ornamental y una visión de los personajes más juvenil e impulsiva.
La Norma de Sondra Radvanovsky es una sacerdotisa madura en el que prima más una interpretación con más carácter y menos limpia de ornamentaciones, más vehemente y pasional, si bien su gran calidad técnica redondeó una función con grandes momentos y una línea de canto muy pulida, unos filatos impresionantes siempre acordes con el momento dramático y un volumen generoso que traspasaba efectivos corales y orquestales sin ningún problema. Tal vez el único problema fue la afinación tanto en el registro agudo como en el registro grave que afeo una actuación brillante en algunos momentos. Ekaterina Gubanova perfiló una muy cuidada Adalgisa, más preocupada por una perfección técnica que por una expresividad generosa. Su gran línea de canto, su homogeneidad de registro oscuro sólo peligró en el temible agudo que no brilló tanto como el resto de su actuación verdaderamente antológica. El tenor americano Gregory Kunde se enfrentó a su tercer papel belcantista en el Liceu con una voz pletórica, casi estertorea, con una perfección técnica apabullante, un dominio del fiato que le permitió modular la intensidad a la expresivididad y una confección del rol a nivel escénico muy creíble. Raymond Aceto fue el tercer cantante americano del reparto y que en su debut liceísta no paso de una corrección equilibrada.
El concurso Viñas que se celebró hace unas semanas ha dado a lo largo de sus diferentes ediciones grandes voces a la historia de la lírica, y una de las galardonadas hace tres ediciones fue la soprano, también americana y en una carrera ascendente, Tamara Wilson que supo conjugar en el rol titular su juventud física con una voz fresca, límpia, absolutamente perfecta en las endiabladas ornamentaciones belcantistas. Su Norma parecía más el de una joven enamoradiza que el de una madre traicionada y tal vez ahí es donde su visión del personaje debería madurar, pero seguro que el tiempo lo consigue sin perder su calidad canora más ligera que la de la Norma precedente. La italiana Annalisa Stroppa fue una Adalgisa frágil de carácter pero segura en su canto, con un timbre aterciopelado consiguió empastar a la perfección con la voz más ligera de Norma, alcanzando en sus dúos los momentos más álgidos de la representación. El tenor igualmente italiano Andrea Carè tuvo un debut liceísta un tanto frío e inseguro al comienzo creando la impresión de que no acabaría la función, sin embargo y por esos milagros inexplicables desde la platea se fue recuperando y pudimos gozar de una voz de bello timbre que nos hizo recordar al joven Alagna, con un dúo final muy digno. Simón Orfila perfiló un Oroveso de voz robusta pero de movimiento excesivamente juvenil que contrataba con un maquillaje de anciano que no le resto los plausos de quien sabe que juega en casa con el público a su favor.
En ambos repartos los comprimarios de Ana Puche y Francisco Vas fueron un privilegio para estos papeles ofreciendo juventud y profesionalidad por partes iguales.
El Coro del Liceu ofreció unas de esas noches mágicas en el que cada una de sus intervenciones fueron perfectas. Nada que reprochar a este colectivo que a pesar de pasar a nivel interno problemas de plantilla en el escenario sabe demostrar su profesionalidad y calidad canora. Supo trasformar la delicadeza susurrante del acompañamiento del “Casta diva” en la fuerza atronadora de “Guerra, guerra” para pasar al misticismo de la plegaria “Tronqui i vanni” tristemente cortada en muchas ocasiones y que en esta ocasión el canto sobrevolaba el escenario casi de una manera etérea demostrando un dominio técnico fruto de una gran trabajo de los últimos años.
El otro colectivo estable del teatro, la Orquesta Sinfónica estuvo a la par que el coro, un sonido tan moldeable y expresivo como exige el bel canto a esa orquesta que muchas veces se tilda de mero acompañamiento y que gracias a la versión del Maestro Palumbo se convirtió en protagonista por sus solos, cómo el magnífico de los celos del preludio del segundo acto, unas violas con una fuerza expresiva inusitada, unos contrabajos con unos pizzicati hirientes de fuerza dramática, unos juegos dinámicos entre las familias orquestales que levantaron ovaciones en el público al final de la representación. Una prueba más que si a estos dos colectivos estables de la casa se les ponen en manos de batutas importantes sus resultados se trasforman y multiplican en positivo.
El Maestro Renato Palumbo en su tercera visita al Liceu ha demostrado que esta ópera tiene más música y expresividad que el simple bel canto. Ver dirigir a Palumbo es un espectáculo añadido a la representación de la Norma su capacidad expresiva con las manos, su atención constante al equilibrio entre foso y cantantes, su constante concentración en los detalles y matices más peqeuños sin abandonar la línea y el dramatismo de la partitura convirtió cada una de las dos representaciones aquí relatadas en un manjar para los sentidos del oído y de la vista. Ojalá que se pudiera contar con él en otras muchas ocasiones a lo largo de las próximas temporadas ya que la concentración, seguimiento y calidad de solistas, coro y orquesta han sido admirables en estas representaciones. Un gran acierto del antiguo director artístico del coliseo barcelonés el contratar a este gran experto del repertorio italiano.
No sé puede decir lo mismo de la dirección escénica y de la propuesta del americano Kevin Newbury y su equipo. Alguien que ni aparece en el Teatro que lo contrata con la producción en la que debuta es difícil de entender, y más cuando deja la dirección de la reposición en alguien que nadie sabe quien es ya que ni aparece en el programa de mano, y cuyo trabajo ha sido bastante pobre por no decir penoso en cuanto a movimiento de masas creando situaciones subrealistas en esta producción calificada por su creador como cercana a “Juego de Tronos”. Nada más lejos de la realidad ya que en dicha serie todos los detalles, personajes y escenas de grupos están muy coreografiadas, nada de ello visto sobre el escenario del Liceu. Escenografía monótona y grandilocuente pero que no ayudaba a centrar la acción. Vestuario y pelucas de Braveheart para los hombres y de matronas romanas para las mujeres, salvando los mendigos zarapastrosos hijos de la gran sacerdotisa Norma. Un despropósito, pero no por lo moderno sino por lo equivocado del concepto o al menos de la realización última ya que es una propuesta tradicional a la americana con toques kitch que no convencen en Europa.
Las funciones se salvaron con grandes aplausos del público que llenaba el teatro a los solistas, coro, orquesta y al incombustible Renato Palumbo.
Robert Benito