1853, el año decisivo

Música en 1853
Música en 1853

No resulta muy habitual que un año en particular sea el protagonista de un ensayo musical. Hugh Macdonald, profesor emérito de la Universidad Washington de San Luis, en Misuri, realiza en Música en 1853. La biografía de un año un recorrido a lo largo y ancho de esa fecha tan decisiva para el devenir y en la propia historia del arte de los sonidos, y lo hace centrándose en concreto en cinco figuras fundamentales del Romanticismo musical: Hector Berlioz, Franz Liszt, Richard Wagner, Robert Schumann y Johannes Brahms. En una traducción de Francisco López Martín y Vicent Minguet, la editorial Acantilado nos ofrece este libro de recomendada lectura dentro de su extensa y referencial colección de publicaciones musicales. Se trata de un complemento ideal de otras obras traducidas al español que versan sobre estos autores, como las Memorias o Las tertulias de la orquesta de Berlioz en Akal, o Armonías y suaves cantos de Anna Beer, Aspectos de Wagner de Bryan Magee o El anillo de la verdad de Roger Scruton, publicadas igualmente en Acantilado.

Como detalle histórico, Macdonald resalta a lo largo de su relato biográfico la importancia de la correspondencia epistolar pero sobre todo del desarrollo de las redes ferroviarias en Europa central (especialmente Alemania) a mediados del siglo XIX, que permitieron que estos compositores y sus músicas viajaran de unos países a otros, o se movieran dentro de sus respectivos países de origen con una gran flexibilidad y mayor rapidez que en décadas anteriores. De esta forma, mediante un estilo narrativo de una viveza y una amenidad desbordantes, así como un riguroso manejo de los datos históricos, el lector asiste, como si lo estuviera viviendo delante de sus propios ojos, a la gran cantidad de giras por las principales plazas europeas de la época que los cinco compositores protagonistas del libro realizan por doquier en 1853, y tiene la oportunidad de conocer una parte de sus vidas personales.

La narración comienza con la salida del domicilio familiar en Hamburgo por parte de un jovencísimo y reservado Brahms de apenas 20 años para probar fortuna como pianista y compositor junto al violinista Ede Reményi (personaje poco menos que anecdótico en los capítulos dedicados a Brahms) en Hannover y otras ciudades alemanas. Conocemos con detalle su incipiente amistad con el violinista y compositor Joseph Joachim, compañero infatigable que le seguirá en gran parte de sus giras por Alemania, y que le llevará asimismo a conocer a Liszt, Berlioz y Schumann. Joachim es a su vez un personaje fundamental, el gran secundario del relato, pues descubrimos su admiración por el Liszt afincado en Weimar (y la de éste por Joachim), retratado el húngaro como una personalidad enormemente atractiva en lo artístico por sus sensacionales dotes como pianista y su genialidad como compositor, además de verse reflejado su magnánimo carácter como mecenas de sus colegas y alumnos, amén de su habilidad y eficacia organizativa del Festival de Karlsruhe en octubre del año que nos ocupa. Asimismo, conocemos su famoso y polémico romance extramarital con la princesa Carolina Sayn-Wittgenstein.

El binomio Liszt-Wagner está asimismo muy resaltado en el libro como representantes de la vanguardia musical de la época, a la que también se adscribe el bastante independiente Berlioz, del cual conocemos su disposición, tras ser alentado a ello, a enfrascarse en la composición de la ópera Los troyanos y comprobamos de primera mano la aceptación de sus obras por el público inglés durante sus giras londinenses, que atestiguan el hecho a su vez de que el francés nunca fue profeta en su tierra. Frente a ellos se sitúa el Romanticismo moderado, el de la herencia clásica, de Schumann y Brahms, respaldados por la militancia activa de Joachim. Pero no nos engañemos. Frente a lo que podría imaginarse, en ningún momento Macdonald evidencia la supuesta hostilidad de una facción artística hacia otra, sino que la impresión general es la de admiración entre sí de todos estos grandes compositores románticos. De Wagner se repasan sus años como exiliado en Zurich como consecuencia de sus ideales revolucionarios además de su inclinación amorosa hacia Mathilde Wesendonck (mencionada sin ahondar en demasiados detalles) y su magnífico “talento” para pedir dinero a sus protectores a la hora de poder concebir el proyecto de la Tetralogía que pospone continuamente, y cuyo primer borrador, el de El oro del Rin, redacta a finales de 1853. Del compositor de Leipzig Hugh Macdonald nos revela la especial reserva de los Schumann hacia su persona artística, máxime en la opinión personal de Clara, de la que se nos muestra su insigne talento como pianista y embajadora de las obras de su marido, un Robert Schumann del que en el último capítulo (aparte de reseñarse con sumo detalle la afortunada gira del matrimonio por Países Bajos y Hannover) se nos presentan sus postreros momentos vitales por el agravamiento de sus problemas mentales y por su precedente fracaso como director en Düsseldorf, ciudad donde residían. Un año que dulcificó por otro lado la amistad de Brahms, cuando éste acude a casa del matrimonio a presentarles sus primeras obras tras lo que Robert elogiará su prodigioso talento públicamente, erigiéndolo como el nuevo paladín de la música alemana. Y es que, dejando aparte la experiencia del resto de compositores, el relato parece conferir a Brahms la aureola prometedora de todo ese año, pues asistimos a cómo el bisoño compositor hamburgués va ganando amistades para fraguar su futura y portentosa reputación.

El profesor estadounidense llega a establecer paralelos temporales y relaciones de proximidad geográfica entre los cinco compositores, lo que demuestra un hábil manejo de los meses y días concretos, llegando a ofrecer múltiples detalles de conciertos específicos a los que asistieron estos compositores en los que se interpretaban o no sus propias obras. La crónica exhaustiva del año 1853 se consigue a través de un detallismo no sólo histórico sino geográfico, situando multitud de localizaciones y emplazamientos: asombrosa es por ejemplo la descripción paisajística y urbana del viaje que emprendió Brahms en solitario por el Rin antes de su encuentro con Schumann o la estancia de Wagner en los balnearios de St. Moritz y La Spezia para mitigar sus eternos problemas de salud. El lector se verá introducido en villas y poblaciones alemanas como si transitara él mismo por ellas.

Macdonald contextualiza con una encomiable capacidad de síntesis algunos acontecimientos históricos o sociales, sobre todo en lo que atañe a aniversarios de monarcas o nobles, conmemoraciones que eran pretexto para organizar conciertos públicos de los que eran partícipes y activos protagonistas nuestros compositores. La galería de personas que desfilan por la narración es innumerable, y junto a los cinco autores hallamos un completísimo catálogo de compositores e intérpretes que atravesaron sus vidas. En definitiva, Música en 1853 es más que la biografía de un año, es una minicrónica plena y prolijamente documentada de cinco grandes genios de la música en un año sumamente dinámico a nivel artístico. Una obra ineludible para todo aficionado o neófito que se sitúa a medio camino entre un fascinante ensayo novelado y un minucioso libro de consulta.

Germán García Tomás