Las paredes escuchan. Macbeth en el Liceu con Luca Salsi y Tatiana Serjan

Primer acto de Macbeth en el Liceu. Tatiana Serjan y Luca Salsi
Primer acto de Macbeth en el Liceu. Tatiana Serjan y Luca Salsi

El Liceu abre su temporada 2016-2017 con la propuesta del director escénico Christof Loy para este Macbeth de Verdi. La historia se nos presenta ubicada en un único lugar, un lugar central, equidistante a los hechos, dentro del cual y desde el cual reverbera la historia de Macbeth, señor de Cawdor: el gran salón de su castillo. La ópera es así una regresión suscitada por estas salas, prácticamente la visión de lo que han vivido esos muros. Loy trabaja la reelaboración francesa con ballet de 1865 pero con el desenlace de la primera versión de Verdi de 1847, un culmen agarrotado en torno a Macbeth en lugar de la posterior versión triunfal al son de los movimientos nacionalistas de unificación que ya vimos reflejados la temporada pasada en Simon Boccanegra o I Capuleti e i Montecchi

El coro de brujas es un atajo de seres travestidos, rostros femeninos con impecables bigotes, sobrenaturales por no ser ni hombres ni mujeres pero cuya confusión no nace de la pureza del andrógino sino del desquiciamiento grotesco de los esquemas sexuales del propio Macbeth, que les pregunta al respecto y se hostiga a sí mismo recurrentemente. En el primer acto desabotona la camisa de uno de ellos para descubrir unos pechos y en el tercero el cuerpo desvestido de otro es un varón desnudo en el escenario. Son el orden, la orden, del destino si bien se comportan con el desorden de un revoltijo jocoso, se carcajean mientras suena la orquesta. En cierto sentido, usurpan la libertad de Macbeth llamándolo a usurpar el trono de Escocia, puesto que sus reparos morales crecerán hasta una insoportable culpa y luego locura e indefensión. Luca Salsi interpreta un Macbeth venido a más en esa etapa febril del personaje hacia las escenas finales, donde consigue varias ovaciones. Su mujer, Lady Macbeth, es la verdadera artífice y si cabe, protagonista de la historia, puesto que suyo es el verdadero poder; la seducción para satisfacer sus ambiciones. Es su marido quien hunde la daga en el rey pero es ella la que guía el golpe. La interpretación inicial de Tatiana Serjan no nos muestra a la Lady implacable, despiadada e imponente que se trasluce del libreto, aunque es justo afirmar que su voz logra que el público concluya su primer aria a golpe de aplauso. Al igual que Salsi, su interpretación se robustece a partir del segundo acto, acabando con un gran dueto y concertante, y un soberbio final para el personaje con un “Una macchia è qui tuttora” que avivó la más calurosa ovación de la noche.

El maestro Giampaolo Bisanti hace avanzar la orquesta con un paso perfectamente ejecutado pero con una huella que no ahonda en el dramatismo o el ardor a los que se presta la partitura.

Además de la comentada hueste de brujas y los opulentos concertantes que cierran los actos primero y segundo, el coro de Conxita García caló como pueblo subyugado en el aplaudido “Patria opressa”. También aplaudida la subsiguiente aria “O figli, o figli miei”, con la que el Macduff de Teodor Ilincai llora el asesinato de su familia por el rey opresor.

Preludio del primer acto (Foto: A. Bofill) y entrada de Lady Macbeth (Foto: GTG - Monika Rittershaus).
Preludio del primer acto (Foto: A. Bofill) y entrada de Lady Macbeth (Foto: GTG – Monika Rittershaus).

Para este Macbeth en el Liceu, Christof Loy es capaz de reforzar las distintas capas de narrativa entre sí en una propuesta cruda y hermosa. Y lo hace otorgando una calculada ambigüedad y un valor metafórico a elementos propios de esta arquitectura interior: Dos inmensos visillos (que serán la bruma de las brujas, o incluso en palabras de Macbeth “el velo del futuro”) dividen la caja escénica en un salón flanqueado por dos amplias embocaduras que pueden ser chimeneas o salidas hacia piezas anexas, y detrás un rellano elevado del que arranca y se desdobla una escalera imperial. Sobre las paredes se proyecta la tenue sombra del arbolado colindante (que se hará nítido cuando la profecía de las brujas haga avanzar al bosque de Birnam). Una butaca y la alargada mesa de banquete completan una escenografía que permite discurrir con naturalidad del realismo a la metáfora según se desarrolla la historia en una sensible sincronía entre libreto, música, dramaturgia (Thomas Wilhelm), vestuario (Ursula Renzenbrink), escenografía (Jonas Dahlberg) e iluminación (Bernd Purkrabek).

Banquete y bosque a través del ventanal de la boca del escenario.
Banquete y bosque a través del ventanal de la boca del escenario.

La concepción del conjunto de la historia como un eco que reverbera de los muros del castillo obliga a que el hilo argumental desarrolle distintos lugares sobre los mismos elementos escénicos. Este aparente lastre se transforma sin embargo en un recurso que da alas a ciertos hallazgos, por ejemplo, los tres cuadros en los que se divide el segundo acto que se suceden en el salón amueblado para el banquete final: la gran mesa vestida, con su vajilla y sus asientos está presente desde que Macbeth decide oponerse a la premonición de las brujas por la que el hijo de su amigo Banquo dará origen a una estirpe de reyes, y ordena el asesinato de ambos. Padre e hijo pasean y Banquo, acalorado por la preocupación se quita la chaqueta, la deja en la espalda de una silla y entona su aria “Come dal ciel precipita”, que Alessandro Guerzoni hace pasar poco menos que inadvertida, justo antes de que lo asesinen y su hijo escape. A continuación, un salón repleto celebra el banquete de coronación de Macbeth hasta que el rey se sobresalta aterrorizado al ser consciente de que su amigo muerto está asistiendo al banquete, lo sabe porque ve su chaqueta en el respaldo de la silla donde habría de sentarse. Al tomarla con sus manos evidencia sus delirios delante de todos los asistentes; nadie cuerdo puede verla a excepción, por supuesto, de un público que participa de la esquizofrenia del rey. Finalmente su mujer se la arrebata, la dobla y la deja en el centro del proscenio, justo en el lugar donde, durante el acto anterior, Macbeth había buscado y encontrado la daga con la que asesinar al rey, debatiéndose igualmente sobre su presencia, sobre si en ella se materializaba un deseo o un miedo. Lady Macbeth, al tomar la chaqueta para controlar la situación reconoce y hace suyo el tormento, que empieza así a socavar al personaje y a llevarla hacia su desmoronamiento.

Félix de la Fuente