Cavalleria y Pagliacci en el Liceu (1º reparto)

Cavalleria en el Liceu. Foto: R. Bofill
Cavalleria en el Liceu. Foto: R. Bofill

Vuelve a subir al escenario del Liceu el programa doble operístico por excelencia, es decir el formado por Cavalleria Rusticana y Pagliacci. Se pudieron ver ambas óperas en Abril de 2011 y entonces fueron 15 las funciones ofrecidas con tres repartos distintos. Ahora son 12 las representaciones y hay dos repartos, a los que se puede añadir un tercero para las dos últimas funciones.

Estas notas corresponden al primero de los repartos y el resultado ha sido bueno, no extraordinario, destacando la figura de Roberto Alagna como Turiddu.

La producción escénica ofrecida lleva la firma del italiano Damiano Michieletto y procede del Covent Garden de Londres, donde se estrenó en diciembre de 2015, siendo coproductores también La Monnaie de Bruselas, la Ópera de Australia en Sydney y la Ópera de Göteborg.

Damiano Michieletto ofrece las dos óperas como continuación una de otra en el tiempo, haciendo que Pagliacci tenga lugar también el día de Pascua. La producción de Cavalleria Rusticana funciona bien, definiendo muy bien a los personajes, desarrollándose la acción en la plaza del pueblo, donde el centro es la Panadería de Mamma Lucía, donde trabaja también el que luego será Silvio, que se encuentra y enamora en el intermedio musical de la ópera a Nedda, ya que la troupe de Canio está en el pueblo pegando carteles. La ópera comienza en el preludio con Turiddu yaciendo en el suelo, que es como terminará también. Está bien hecha la escena de la procesión con una Madonna que toma vida y señala con ira a la excomulgada Santuzza. La acción se traslada a los años 70, con un vestuario adecuado de Carla Teti. La escenografía de Paolo Fantin ofrece un escenario giratorio, con la plaza en un lado y la panadería en el otro. Lo que menos me convence es el ambiente oscuro de la producción, ya que no tiene sentido que salgan de misa y siga todo oscuro. La iluminación de Alessandro Carletti funciona bien.

La dirección musical ha estado encomendada al director húngaro Henrik Nánási, que vuelve a Barcelona tras su buena actuación en La Flauta Mágica que cerró la temporada 2015-2016. Se trata de un director muy solvente, aunque en esta ocasión me ha convencido menos que en otras anteriores. Mi impresión es que no es el verismo el género en el que mejor se encuentra. Su dirección ha sido correcta, pero por debajo de lo que esperaba. Eché en falta más pasión. Correcta la prestación de la Orquesta Sinfónica del Liceu, así como la del Coro del Liceu.

Santuzza fue interpretada por la soprano rusa Elena Pankratova, cuya actuación no me resultó convincente. Para mi gusto el personaje de Santuzza va mejor con una mezzo soprano y no con una soprano dramática como es la rusa. Eché en falta una mayor pasión por su parte. La prefiero en otro tipo de óperas.

Como en la Deutsche Oper de Berlín en el pasado mes de septiembre, fue Roberto Alagna el encargado de dar vida a Turiddu y su actuación puede considerarse como intachable y la mejor del reparto, indudablemente. Le he encontrado en un notable estado vocal, corriendo la voz perfectamente y manteniendo el brillo de siempre. Destacó en su interpretación del Brindis y en el Addio a la Mamma.

Alfio fue interpretado por el barítono italiano Gabriele Viviani. Cumplió bien, con voz adecuada al personaje.

Buena impresión la dejada por Mercedes Gancedo en la parte de Lola. Mamma Lucia fue interpretada adecuadamente por la veterana Elena Zilio.

El Liceu ofrecía una ocupación próxima al 95 % de su aforo. El público se mostró cálido con los artistas, siendo los mayores aplausos para Roberto Alagna.

La representación comenzó con un retraso de 6 minutos, lo que es muy poco habitual en el Liceu. La duración de la ópera fue de 1 hora y 10 minutos, sin intermedios. Tres minutos de aplausos, que no son tan escasos como puede parecer, ya que no hubo saludos sino de los solistas.

Pagliacci en el Liceu. Foto: R. Bofill

Como segunda parte del programa doble se ofrece la ópera de Ruggero Leoncavallo, también en la producción de Damiano Michieletto. En esta ocasión su trabajo me ha resultado menos convincente, ya que el escenario giratorio (Paolo Fantin) ofrece el teatrillo por un lado y camerinos por otro, siendo todo interior, lo que no ayuda a la exposición de la primera parte de la ópera. La pantomima resulta bastante confusa con dobles de los protagonistas, que no ayudan nada. En el intermedio salen a escena Mamma Lucia y Santuzza, ésta última confesándose con el cura, mientras que Mamma Lucia abraza a Santuzza y muestra su alegría ante el embarazo de la joven. Obviamente, como en Cavalleria Rusticana, estamos en los años 70 y lo payasos no llevan máscaras ni pintura en la cara. El vestuario es también de Carla Teti y la iluminación de Alessandro Carletti.

La dirección musical volvió a estar en manos de Henrik Nánási y la impresión es buena, pero por debajo de lo esperado. Como en Cavalleria Rusticana, eché en falta más pasión saliendo del foso. Apoyó bien a los cantantes. Correctas las prestaciones del la Orquesta Sinfónica y del Coro del Liceu.

Roberto Alagna fue Canio y su actuación fue francamente buena. Su estado vocal no deja nada que desear y su interpretación funciona de manera adecuada. Cantó brillantemente la siempre esperada aria Vesti la giubba, en la que recibió una gran ovación del público, no faltando algunas voces pidiendo un bis, que no se dio.

Buena también la actuación de Aleksandra Kurzak en la parte de Nedda, que lo hizo de modo intachable tanto vocal como escénicamente. Es admirable cómo esta soprano se ha ido acomodando al repertorio de Roberto Alagna, su marido, y la verdad es que lo está haciendo de manera digna de ser destacada.

Gabriele Viviani era Tonio y el intérprete del Prólogo. Aquí no pasó de cumplir, echándose en falta mayor brillantez por su parte. En la ópera propiamente dicha lo hizo bien.

La parte de Silvio fue interpretada por el barítono Duncan Rock, de voz agradable, pero más bien reducida y con problemas de emisión en la zona alta.

Buena impresión la dejada por el tenor Vincenç Esteve como Beppe y Arlechino en la Pantomima.

El público se mostró cálido con los artistas en los saludos finales, especialmente con Roberto Alagna.

La representación tuvo una duración de 1 hora y 17 minutos, sin intermedios. Cinco minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 290 euros, habiendo butacas de platea entre 173 y 258 euros. La localidad más barata con visibilidad plena costaba 72 euros.

José M. Irurzun