Crítica: «Alcina» en Les Arts con Marc Minkowski al frente de Les Musiciens du Louvre

Crítica: «Alcina» Les Arts Minkowski  Por Pedro Valbuena

Alcina, un sortilegio musical

Esta tarde, y provenientes de Madrid, han llegado hasta el Palau de Les Arts un par de llamativos autobuses rojos cargados de músicos de primer nivel. Eran Marc Minkowski y sus Musiciens du Louvre, que traían en sus atriles nada menos que la exquisita Alcina de Händel. Compuesta en 1735 y estrenada como presentación del maestro al frente del Covent Garden, constituye, junto al formidable Ariodante y la menos conocida Orlando, un triángulo alrededor del poema de Ariosti. Enmarcadas las tres en un estrambótico ambiente que mezcla sin remilgos Las Cruzadas con fabulaciones  pobladas de hechiceras e hipogrifos. El argumento es sencillamente un lío insoluble, de los que tanto gustaba en el ámbito de la ópera seria tardobarroca, incluyendo engaños, retorcimientos de la trama y personajes travestidos, que para más inri, cambian de nombre de un acto a otro. Tampoco ayudaron demasiado al seguimiento del hilo argumental los fallos de sincronía del sistema de subtítulos ni los fragmentos que quedaron sin traducción. Pero podemos considerar todo ello como secundario, habida cuenta de la excelente sinopsis que suele ofrecer el programa de mano. Crítica: «Alcina» Les Arts Minkowski

Magdalena Kožená y Marc Minkowski en un momento de "Alcina" / Foto: © Mikel Ponce
Magdalena Kožená y Marc Minkowski en un momento de «Alcina» / Foto: © Mikel Ponce

Fuera de toda cuestión está la prodigiosa música de Händel. Además, en esta obra el maestro de Halle redobló sus esfuerzos, porque era consciente de que su música sonaba hegemónicamente desde hacia ya bastante tiempo, y el veleidoso público londinense comenzaba a dar señales de hartazgo. De la fértil imaginación de Hänndel surgió una obra de dimensiones gigantescas en todos los sentidos, y el número de arias que podríamos considerar fuera de serie sobrepasa con creces la media de sus propias óperas. Sin embargo la Alcina cosechó, en términos generales, un éxito discreto, lo que hacia presagiar el desastre que pocos años más tarde llevó a Haendel a virar bruscamente en su carrera, alejándose definitivamente de la ópera. Crítica: «Alcina» Les Arts Minkowski

Son razonables los motivos por los cuales Marc Minkowski ha decidido montar y llevar de gira esta Alcina, y todos ellos tienen relación con la calidad de la partitura, no obstante, para una versión de concierto, es decir no escenificada, esta obra ofrece algunos peros. El principal tiene que ver con la duración, el espectáculo rondó las cuatro horas, pero también es importante señalar que en esta ópera hay muchos números dedicados al ballet, cuya factura, aun siendo correcta, no ofrece mayor interés sin el concurso de la danza. Minkowski colocó sobre el escenario un nutridísimo grupo de cuerda, al que se sumaba una sección doblada de vientos y una musculosa masa para el bajo continuo, incluyendo dos claves y tiorba, y como guinda a este pastel sonoro, dos trompas. La disposición era la tradicional en un teatro de la época y se prestó una atención exquisita a este aspecto. Los contrabajos colocados a ambos lados se alternaron en los tutti, produciendo efectos variados y sorprendentes. La orquesta, a pesar de su número inusitado de ejecutantes (ya le hubiera gustado a Händel contar con esos recursos) sonó perfectamente empastada, y obviando algún que otro  resbalón en el continuo, estuvo en términos generales, muy  brillante. Me fascinó la empatía que todos demostraron frente a las dificultades de la voz, convirtiéndose en un acompañamiento liviano y envolvente, que facilitaba mucho el trabajo de los solistas. Es justo reseñar aquí que tanto el concertino como el violonchelo primero, acompañaron con su parte obligada de forma tan admirable que llegaron a eclipsar a las propias voces. Más aun me sorprendieron la pareja de flautas de pico que tocaron con una elegancia indescriptible. Menos ajustado resultó el conjunto en la trepidante aria da caccia, «Sta nell’Ircana«, en la que los desajustes fueron mas evidentes. Minkowski inteligentemente salió del apuro inyectando una dosis extra de euforia y brillantez. A estas alturas del concierto percibí claramente que los instrumentistas de viento estaban rondando la hipotermia, y se empezaban a cubrir como podían, frotándose las manos que parecían tener entumecidas. Al otro lado del auditorio, en la platea, los asistentes nos estábamos cociendo al vapor, y yo decidí atribuir este efecto a algún hechizo descontrolado.

Marc Minkowski y Erin Morley en un momento de "Alcina" / Foto: © Mikel Ponce
Marc Minkowski y Erin Morley en un momento de «Alcina» / Foto: © Mikel Ponce

El elenco vocal fue de primera categoría. Algunas voces muy jóvenes y otras ya consolidadas, pero todas a un nivel extraordinario. Por encima de todos yo destacaría el Ruggiero que cantó Anna Bonitatibus. Su fraseo estilizado y comedido se unió a una capacidad inaudita  para afrontar las agilidades, y tan sólo le puedo reprochar que apianase demasiado para poder asumir el interminable torrente de semicorcheas. Las crónicas de la época describen a Carestini, el Ruggiero del estreno, de forma que podría asimilarse a la técnica de la Bonitatibus. No se me ocurre mayor elogio. Sencillamente me encantó. El papel protagonista fue cantado por Magdalena Kožená que brilló especialmente en «Ah, mio cor!», un aria cargada de emoción y extraordinariamente larga, a la que es muy difícil dar la dimensión justa. Estuvo afinada e intensa, dos parámetros que no suelen coincidir. Morgana fue Erin Marley que posee un timbre muy limpio y una tesitura homogénea. Su técnica le permitió lucirse en «Tornami a vagheggiar» sobreelevándose hasta un re, es decir una tercera por encima de lo que Haendel prescribió, eso no me pareció mal, pero las variaciones que realizó no me convencieron del todo, quizá porque desdibujó las frases que originalmente eran simétricas, haciéndolas prácticamente irreconocibles. Sabemos que este tipo de alteraciones era muy habitual en aquel tiempo, cuando se repetía la primera parte de las arias, pero aun así creo que hay qe conservar la esencia melódica del compositor. El tenor Valerio Contaldo encarnó a Oronte y defendió sus pentagramas con fiereza, incluidos los caprichosos tresillos de «Un momento di contento». Elisabeth DeShong se hizo cargo de Bradamante, el personaje más vengativo del reparto. Consiguió hacerlo creíble a través de su timbre oscuro y su fraseo potente. El barítono Alex Rosen cantó la parte más breve del reparto que corresponde a Melisso. Una pena no poder disfrutar más tiempo de su hermoso timbre y su fraseo claro. Por último destacar, al igual que han hecho la mayoría de mis colegas, el curioso timbre del contratenor Alois Mühlbacher que encarno al joven Oberto, con un papel muy reducido pero muy bien interpretado, tanto técnica como dramáticamente. Es cierto que es una vocalidad peculiar, pero también es cierto que cantó muy afinado y seguro, y el público se lo agradeció. A todos ellos les reconozco una cosa especialmente meritoria, la capacidad de cantar los recitativos con el ritmo adecuado, haciéndolos dinámicos y útiles al desarrollo del argumento. 

A pesar de que la sala no superaba los tres cuartos del aforo, el público disfrutó mucho de este largo recital, y premió a todos los intérpretes con una sonora ovación. Previamente ya se habían aplaudido la práctica totalidad de las arias. Una vez finalizada la actuación tuve la curiosidad de ver cómo desalojaba el escenario esta orquesta, y pude comprobar como el señor Minkowski saludaba afectuosamente a todos y cada uno de sus músicos, cosa que me conmovió. Crítica: «Alcina» Les Arts Minkowski


Valencia, 19 de febrero de 2023. Palau de les Arts Alcina de G. F. Händel. Dirección musical, Marc Minkowski. Solistas: Magdalena Kozená, Anna Bonitatibus, Erin Morley, Valerio Contaldo, Elisabeth DeShong, Alex Rosen, Alois Mühlbacher. Les Musiciens du Louvre.

OW