María José Montiel canta a José Padilla: emotivo homenaje

María José Montiel. Foto: Fernando Vázquez Morago
María José Montiel. Foto: Fernando Vázquez Morago

Germán García Tomás

José Padilla cosechó una envidiable fama en su época y fue protagonista de múltiples y curiosísimas anécdotas. El propio Charles Chaplin llegó a ser demandado por el compositor almeriense por utilizar sin su autorización en la película Luces de la ciudadla emblemática melodía de su canción La violetera, que había popularizado la inigualable Raquel Meller. En un viaje en barco desde Argentina que compartían Padilla y Tito Schipa, el afamado tenor italiano descubrió improvisadamente Princesitaa sus privilegiados pasajeros, una declaración de amor masculina que Padilla insertaría en su zarzuelaLa corte del amoraunque la letra y su música original presumiblemente pertenecieran a un tal Manuel Fernández Palomero. Pese a todo ello, el compositor almeriense sólo es conocido en la historia de la música lírica española por un pequeño puñado de memorables canciones y por una hermosísima zarzuela, La bien amada, de cuyo coro de hilanderas y marineros extrajo el material musical para el celebérrimo pasodoble Valencia.

Es a este autor bastante desconocido, bajo el título de “Descubriendo a Padilla”, a quien ha querido rendir un merecido tributo de homenaje la mezzosoprano María José Montiel en este recital en el Teatro de la Zarzuela secundada por el piano de Rubén Fernández Aguirre. Ya desde la primera canción de la primera parte (Les nuits de L’Alhambra), conformada por estilizadas canciones francesas pertenecientes a diversas comedias musicales, operetas y temas de películas del almeriense, se intuía que el clima de la velada iba a ser especialmente emotivo. Cada una de las 16 canciones del programa fue recibida con auténtico entusiasmo y aclamación por un público que, lamentablemente, no abarrotaba el teatro en una tarde de lunes, quizá motivado por la previa cancelación que tuvo el recital en abril. Esa emoción se incrementó más si cabe cuando la mezzo madrileña dirigió al respetable su alegato en favor de la zarzuela, la música española y contemporánea, en su manifiesta defensa del Teatro y de todo su personal, complacida y emocionada de cantar ante supúblico.

 

Montiel sigue demostrando ser una de las más grandes cantantes españolas de su cuerda de la actualidad, pese a no verla más de lo que se debería en los escenarios españoles. Exhibió durante toda la noche una voz en plenitud de facultades canoras, con una entera homogeneidad en todo su registro y una sorprendente capacidad para apianar y utilizar el fiato, alargando en ocasiones las notas finales para producir un gran efecto, a lo que unió su carismática personalidad musical en el escenario, un genuino glamourque encantó y conectó al instante con los espectadores. Con una irreprochable dicción francesa, la sensacional intérprete de Carmenimprimió una especial emoción a canciones como Fado tristey al estreno mundial absoluto de la noche: Ah… Crie, mon coeur, de la opereta póstuma Mam’zellede 1960, repetida en bis.

 

La segunda parte comenzó con canciones italianas de una especial extroversión, y que la cantante madrileña tradujo encantadoramente, como Bruna gitana, Leila di Padillao ese homenaje a las madres como es Mammina bella. Llegaron a continuación las canciones más populares en español (la castiza Bajo el cielo de Madrid, la entregada Plegaria a la Virgen), para coronar la velada con las tres emblemáticas piezas del compositor almeriense: Princesita, pese a su original tesitura para tenor; una versión personalísima de El relicario, por ser cantada con una mayor parsimonia y profusión de detalles teatrales de lo acostumbrado; y La violetera, en la que la mezzo, cual Raquel Meller, apareció por el pasillo del patio de butacas repartiendo violetas entre los espectadores. El triunfo fue monumental y absoluto, numerosísimas las salidas a escena de cantante y pianista, el sutil y refinado acompañante al que Montiel, en un gesto de enorme generosidad, hizo saludar constantemente para compartir las clamorosas ovaciones. La emoción palpitaba en el ambiente en todo momento, con una mezzo plenamente entregada y concentrada que no perdía ni un ápice de su pasión de consumada intérprete, saliendo a beber agua en incontables ocasiones, tal fue el nivel de extenuación alcanzado. Una lástima que, ya puestos, el pasodoble Valenciano coronase una velada que será difícil de olvidar para el público madrileño y que hizo verdadera justicia a una pequeña parte de nuestro valiosísimo y preciado patrimonio musical.