El sábado noche tuve una cita lírica en Cartagena. Ella era una vieja amiga a la que hacía tiempo que no veía. Y algunos insensatos la acusan precisamente de eso, de estar mayor… Pero yo me arreglé con la ilusión de las primeras veces. Con la Ópera había quedado hace un par de semanas en Madrid. Con la Zarzuela nada de nada desde febrero. Y había ganas.
La velada fue posible gracias al entusiasmo y buen hacer de la Compañía Lírica Española y la Joven Orquesta Sinfónica de Cartagena, y tuvo lugar al aire libre, en el bellísimo
Auditorio Parque Torres, pues se enmarcaba en el programa Cartagena es Cultura, organizado por el Ayuntamiento de dicha ciudad en las noches de julio y agosto.
Obviamente, tomamos nuestras medidas de precaución: higiene de manos, mascarilla y distanciamiento social. El numeroso personal encargado de la venta de entradas, la seguridad y la circulación por el recinto estuvo muy atento para que todo transcurriera de manera fluida y controlada, por lo que los espectadores solo nos tuvimos que preocupar de disfrutar.
Eso sí. A pesar de nuestras ganas de disfrute y apasionamiento no olvidamos a todas aquellas personas que faltaron a la cita por culpa del maldito bicho. Un homenaje a todas ellas, bajo los acordes del Cant dels ocells de Pau Casals, y un sentido aplauso se impusieron al comienzo de la gala.
En el menú: la antología titulada “La Zarzuela a escena”, una sucesión de veintiún números, entre romanzas, dúos, coros y piezas instrumentales, ensartados con buen oficio por Pepe Ros en una simpática dramaturgia a pesar de las limitaciones de movimiento actoral impuestas por las circunstancias. Dichos números, aderezados con un toque de baile español, pertenecían tanto a zarzuelas populares (El Barberillo de Lavapiés, Doña Francisquita, La del manojo de rosas, El dúo de “La Africana” o La Revoltosa), como a obras menos representadas (La Generala, La linda tapada, La viejecita, La gallina ciega o El año pasado por agua), algo que los aficionados siempre agradecen.
Entre los momentos álgidos de la noche, hay que destacar la interpretación de la romanza “Bella enamorada” (R. Soutullo y J. Vert, El último romántico) a cargo del tenor Martín Armas, cantada con gallardía y elegancia. La soprano Gloria Sánchez, con gran desparpajo y presencia escénica, hizo las delicias del respetable con “La canción de Paloma” (Asenjo Barbieri, El Barberillo de Lavapiés). Igualmente deleitables fueron las escenas cómicas protagonizadas con gracejo por el tenor Adrián Quiñones y las sopranos Paula Girona y Adela García, así como el vals del “Caballero de gracia” (F. Chueca y J. Valverde, La Gran Vía), encarnado con credibilidad por el barítono Javier Rubio. Los tres bailarines, de los cuales desconozco su nombre, añadieron sabor español y arrancaron algunas de las ovaciones más sonadas de la noche.
El coro de la compañía y la Joven Orquesta Sinfónica de Cartagena, a las órdenes del director Álvaro Pintado, aportaron una gran energía y frescura al espectáculo, aunque el primero no estaba siempre empastado y el segundo ofreció una lectura poco pulida de las partituras, lo cual dio lugar a cierta descoordinación entre foso y escena.
En definitiva, mi cita lírica en Cartagena fue un éxito. El género lírico español volvió a demostrar su capacidad de convocatoria reuniendo a un público de todas las edades. Todos volvimos a casa con una sonrisa en la cara y tarareando las melodías de nuestra amiga la Zarzuela. Agradezco a todos los que la hicieron posible.
Federico Figueroa