Crítica de Lalla Roukh de F. David. Washington

 

 

LALLA ROUKH (F. DAVID)

Kennedy Center, Washington. 26 de enero de 2013

 

Exhumar un título no representado en más de un siglo tiene sus riesgos. Lalla Roukh, ópera cómica francesa de Félicien David (1810-1876), gustó en su época por lo exótico de su orientalismo, pero hoy los leves guiños de su música a los sones del subcontinente indio y la ingenuidad del libreto de Michel Carré e Hippolyte Lucas hablan más de un momento eurocéntrico, a pesar de transcurrir la acción en las estribaciones del Himalaya, que del encuentro de culturas propio del paladar de nuestra generación.

El reto de salvar ese abismo lo ha resuelto con gran acierto la Opera Lafayette, la compañía estadounidense, con sede en Washington, dedicada a cultivar el repertorio de la ópera francesa del siglo XVIII y sus derivaciones.  A la ópera estrenada en París en 1862, Ryan Brown y Bernard Deletré, directores musical y escénico, respectivamente, de la nueva producción (Brown es además director artístico de Opera Lafayette), le han dado el valor de la autenticidad. Así, la obertura escrita por David se ve precedida por música real del folclore indio, que acompaña ejecuciones de la compañía india Kalanidhi Dance. Las bailarinas del grupo protagonizan esa introducción y también los momentos de danza prescritos en la propia obra. El resultado es una apuesta por una manifestación cultural étnica de gran calidad con valor en si misma y que al mismo tiempo corrige la simplista mirada europea hacia el vasto Oriente durante el colonialismo.

En el estreno de Lalla Roukh en el Kennedy Center de Washington a esas razones de estructura se unieron un buen elenco de voces y la clave interpretación del personaje cuya comicidad da el carácter jocoso a la obra. Baskir es el guardián que conduce a la princesa india Lalla desde Deli a Samarcanda (en lo que hoy es Uzbekistán), donde el rey local la espera para casarse con ella. Durante el viaje, un trovador llamado Noureddin seduce a Lalla y esta, con la complicidad de su dama Mirza, maquina renunciar al matrimonio con el rey de Samarcanda. Los esfuerzos del guardián Baskir no podrán impedir que la princesa llegue a su destino decidida a romper su compromiso. La sorpresa final es que Noureddin es en realidad el rey. El argumento se basa en parte de un poema del irlandés Thomas Moore, de gustos románticos como su contemporáneo y amigo Lord Byron.

Además de director escénico, el barítono Bernard Deletré personificó a Baskir, con coloraturas que abarcaron bien el espectro que iba de la imagen inicial de fiero guardián a la de entrañable bufón engañado al final por todos. La soprano Marianne Fiset interpretó con claridad las bellas arias de Lalla. Por su parte, el tenor Emiliano González Toro, de familia chilena, encarnó un Noureddin que en el segundo acto superó la actuación menos convincente que tuvo en el primero.  El papel de la dama de honor Mirza corrió a cargo de Nathalie Paulin. Ryan Brown dirigió la orquesta con la delicadeza y convicción de un especialista en la música francesa de la época.

Emili J. Blasco