Llega a su culminación el Anillo del Nibelungo que iniciara Christian Thielemann en la Semperoper hace 2 años. Esta temporada además se podrá ver la Tetralogía completa en los meses de Enero y Febrero en uno de los espectáculos con mayor demanda de los últimos tiempos. Bastará decir que hace más de un año que compré mis entradas.
Este Ocaso de los Dioses ha sido tan brillante como cabía esperar, especialmente, en la parte musical, mientras que la escénica resulta mucho más discutible y el reparto vocal ha sido brillante en los dos protagonistas indiscutibles de la ópera.
La producción que nos ha ofrecido Dresde es, como todo el resto de la Tetralogía, la que se hizo en coproducción con el Teatro Real de Madrid, donde se pudo ver entre Mayo de 2002 y Marzo de 2004. La producción lleva la firma de Willy Decker y muchos aficionados la recordarán como la de las butacas, ya que muchas escenas se desarrollan justamente en un patio de butacas de un teatro. La verdad es que entonces la producción no me gustó y sigue sin hacerlo, aunque tengo que decir que donde Willy Decker usa menos las butacas es precisamente en esta última ópera del Anillo.
Como en las entregas anteriores, la escenografía es obra de Wolfgang Gussmann, debiéndose el vestuario al propio Wolfgang Gussmann y a Fraude Schernau. Aunque no lo menciona ahora el programa, supongo que la iluminación sigue siendo obra del berlinés Jan Seeger. Vista en su conjunto, la primera sensación que uno tiene es que ésta es la puesta en escena mejor conseguida de la tetralogía, aunque Willy Decker, fiel a su idea original, no deja de mostrarnos en las escenas primera y última las butacas de teatro que parecen obsesionarle. Está bien conseguida la escena de las Nornas, así como las tres escenas en la Roca de Brünnhilde. Moderno y atractivo el palacio de los Gibichungos y vuelta a la idea del teatro dentro del teatro en todo el último acto.
Me ha parecido que hay aportaciones nuevas o, al menos yo no las recordaba. Me refiero especialmente al hecho de hacer aparecer en escena en la muerte de Siegfried a Wotan con su lanza rota, mostrando su pesar. Es un momento emocionante, que se vuelve a repetir durante la Inmolación de Brünnhilde.
Indudablemente, el foco de atención de esta ópera, como ocurrirá nuevamente en unos meses, no era sino la presencia de Christian Thielemann al frente de la dirección musical. Aunque nadie pone en duda la afinidad musical de Thielemann con esta magna obra wagneriana, lo cierto es que no se ha prodigado en ella excesivamente durante los últimos años. Que yo recuerde han pasado 6 años desde la última vez que dirigió el Anillo en escena y fue en la Staatsoper de Viena. No creo que sea para nadie una sorpresa que yo diga que su dirección ha sido brillante como pocas y ha respondido a las muy altas expectativas que existían de antemano. Para mi gusto su lectura fue irreprochable y emocionante en los actos que abren y cierran la ópera, y no tanto en el segundo acto. En cualquier caso, una dirección espectacular con momentos extraordinarios, entre los que destacaría el Funeral de Siegfried, la escena del encuentro de Waltraute y Brünnhilde y la Inmolación final con el tema final de la Redención. La Staatkapelle Dresden demostró que es una de las mejores orquestas del mundo con una prestación de altísimo nivel, más allá de algunos fallos en la entrada desafinada de alguna trompa. Irreprochable también la prestación del Staasopernchor de Dresde.
Me van a permitir que haga una pequeña reflexión sobre las actuales figuras wagnerianas en la dirección de orquesta y, particularmente, en foso. En mi opinión existen dos figuras máximas, comparables a las grandes de la historia, en estos momentos y son en mi opinión Kirill Petrenko y Christian Thielemann. El primero quizá más profundo en su concepción de la obra y el segundo posiblemente más brillante. También hay que decir que Thielemann cuenta con una orquesta de más calidad que la que tiene el ruso a su disposición en Munich. Ora cosa será cuando esté definitivamente al frente de la Filarmónica de Berlín. Muchas veces me pregunto quién es mejor de los dos y no soy capaz de responder a la pregunta. Así que, si me lo permiten, expresaré lo que realmente siento: ¿Petrenko? ¿Thielemann? ¡Los dos!
La protagonista principal de esta última entrega es Brünnhilde, que ha sido interpretada por nada menos que Nina Stemme, posiblemente la mejor intérprete de la actualidad, Lamentablemente, no repetirá como la hija de Wotan, cuando Dresde ofrezca la Tetralogía completa en unos meses, porque estará en Munich como Brünnhilde bajo la dirección de Kirill Petrenko. Confieso que en su primera escena con Siegfried quedé un tanto decepcionado, ya que su voz no corría como otras veces, pero parece que aquello no fue sino precauciones que tomó ella, ya que a partir de la escena con Waltraute pudimos disfrutar de nuevo de la voz y el bien hacer de la soprano sueca, que hizo finalmente, una Inmolación magnífica.
Si antes me refería a los excepcionales directores de óperas wagnerianas de la actualidad, voy a comenzar haciendo lo mismo con los Sigfridos de la actualidad. En mi opinión hay 3 que destacan de modo considerable sobre los demás y me estoy refiriendo al americano Stephen Gould, al alemán Stefan Vinke y al austriaco Andreas Schager. Contar con 3 adecuados Sigfridos es un lujo, que no permite aplicar aquí aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Ha sido Siegfried en Dresde el último de los citados, Andreas Schager, como lo fuera también con Daniel Barenboim el año pasado. El tenor austriaco demostró que es un excelente Siegfried, con voz poderosa y brillante, fácil por arriba y resolviendo todas las dificultades del personajes, que son muchas. Entre ellas destacaré el relato final sobre el Pájaro del Bosque, donde tantos tenores pasan enormes dificultades, y no fue así en su caso. La buena noticia es que en Enero volverá a estar presente en Dresde para el Anillo completo.
Hagen fue interpretado por Falk Struckmann y su actuación no me resultó particularmente convincente en términos vocales. Mi impresión es la misma que tuve en Berlín bajo la dirección de Barenboim. De la misma manera que un tenor no se convierte en barítono al perder los agudos (no hará falta poner ejemplos) lo mismo ocurre con un barítono, que no se convierte en bajo por el mismo hecho. Falk Struckmann no es el bajo que requiere el personaje y eché en falta una voz más negra. Me acordé mucho de Hans Peter Koenig, a quien hace mucho tiempo no vemos en escena.
El barítono británico Iain Paterson volvió ofrecer su atractiva voz en la parte de Gunther, con el inconveniente habitual de que la emisión no funciona bien y la voz no sale del escenario. En cualquier caso, lo prefiero en este personaje que en los Wotan que le escuché en Berlín el año pasado.
Lo hizo bien la soprano Edith Haller en la parte de Gutrune, ofreciendo una convincente actuación tanto vocal como escénicamente. El mayor problema de esta soprano radica en las notas altas, que aquí no son prácticamente solicitadas.
Hay que destacar la actuación de la mezzo-soprano Christa Mayer como Waltrute, que ofreció junto a Nina Stemme una notable escena del encuentro de las dos hijas de Wotan.
La 3 Nornas fueron bien cubiertas por Okka von Der Damerau, Simone Schröder y Christiane Kohl. Finalmente, las Hijas del Rhin lo hicieron de modo intachable, siendo sus intérpretes Christiane Kohl (Woglinde), Sabrina Kögel (Wellgunde) y Simone Schröder (Flosshilde).
La Semperoper había agotado sus localidades y el público dedicó una entusiasta acogida a los artistas en los saludos finales, especialmente a Christian Thielemann, la Staatskapelle, Nina Stemme y Andreas Schager.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 5 horas y 30 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 4 horas y 18 minutos. Esto es 10 minutos más rápida que la de Runnicles hace unos meses en Berlín, 5 minutos más rápida que la de Barenboim el año pasado, y 11minutos más lenta que la de Kirill Petrenko en Munich. Diez minutos de intensos aplausos finales.
El precio de la localidad más cara era de 120 euros, habiendo butacas de platea desde 74 euros. La localidad más barata costaba 28 euros.
José M. Irurzun