El Ocaso de los Dioses. Wagner. Sevilla

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Teatro de la Maestranza, sábado 14 de junio de 2014.

 

La tercera y última jornada de El anillo del Nibelungo llegó por fin a la Maestranza de Sevilla. Tras haber contemplado con deleite y sorpresa el prólogo y las dos jornadas antecedentes en las pasadas temporadas, en junio de 2014 hemos podido vivir el destino final del Walhall y sus héroes. Se cierra así también el ciclo ideado por La fura dels Baus para la tetralogía, que en una coproducción de la Maestranza con el Palau de les Arts “Reina Sofía” de Valencia y el Maggio Musicale Fiorentino ha hecho las delicias de devotos y aficionados al wagnerianismo.

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Una obra de tan amplia envergadura artística debe ser considerada en todas sus dimensiones, tal y como lo habría querido su autor; no en vano, para Wagner esta ópera cerraba un ciclo que consideraba como una obra de arte total, pues su intervención en el texto y la escenografía eran para él una extensión de proceso creativo musical. En este sentido, aunque no podremos nunca saber qué habría pensado Wagner de la puesta en escena ideada por La fura dels Baus y Carlus Padrissa, podemos estar seguros de que no le habría resultado indiferente. 

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Verdaderamente, la concepción escénica de los lugares míticos, ideados a partir de unas estructuras modulares  en las que van proyectándose las imágenes diseñadas por Franc Aleu, es muy efectiva, y responde a una lógica transmisión del video y la infografía al universo operístico. Sin embargo, los aciertos escenográficos van más allá de esta circunstancia. En primer lugar, se ha rendido culto al carácter icónico que desde siempre han tenido los personajes de la tetralogía. Las nornas, suspendidas en cables que  ascendían o descendían en función del protagonismo de cada una, las peceras en las que entonan su canto las hijas del Rin, o el guiño al arte pop en la caracterización de los gibichungos contribuyen a crear un bestiario wagneriano muy a propósito para la historia que se narra. Por otra parte, se ha buscado una unidad y coherencia en toda la saga; así, la roca de las valquirias, ideada como una inmensa plataforma circular inclinada, se convierte en un elemento recurrente y fácilmente identificable por el espectador. También el Walhall, representado desde el prólogo de la tetralogía con estructuras humanas flotantes, reaparece al final de esta última jornada envuelto en las llamas de un motorizado dios Loge. En este sentido, los figurantes merecen una mención especial, ya que su uso acrobático y dinámico de la expresión corporal han constituido una parte viva en muchos pasajes de la obra. El uso de la luz, concebida como espacio y como tiempo a la vez, completa la eficaz y sorprendente puesta en escena. Si bien para los que han acudido a las cuatro óperas que forman la tetralogía podría parecerles menos sorpresiva la puesta en escena de El ocaso de los dioses, hay que reconocer como un gran acierto haber concebido toda la saga como un universo a caballo entre lo onírico y lo mitológico en el que el público ha podido identificar fácilmente cada personaje y cada escenario. 

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Pero el verdadero valor de esta producción se encuentra en sus cantantes, ya que se ha contado con un magnífico elenco de voces muy propias para las exigencias y tipologías de las últimas óperas de Wagner, que más que velocistas requiere para sus personajes potentes corredores de fondo. Maravillosa ha estado en esta última jornada la soprano Linda Watson en su papel de Brunilda, con una potencia vocal y una fuerza expresiva dignas del mejor Bayreuth; la claridad de sus exclamaciones en el agudo se iguala a la rotundidad de sus graves, señalándola como una cantante muy idónea para una Brunilda portadora del destino, que permanece en escena gran parte de la obra. Junto a ella, otra gran voz fue la del tenor Stefan Vinke como Sigfrido, que mantuvo con bravura discursos de hasta veinte minutos de duración sin flaquear en expresividad y templanza del sonido, aunque por momentos resultase demasiada descarnada su emisión. En las voces agudas merece una mención especial la mezzosoprano Elena Zhidkova, que como Waltraute, la hermana de Brunilda, realiza una aparición breve en el primer acto, pero cargada de emoción y con momentos musicales destacables; la perfecta emisión de Zhidkova y su bello timbre cargado de armónicos la  hizo brillar en escena de manera singular.

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Las voces graves tienen en esta ópera un papel relevante, ya que salvo Sigfrido, todos los personajes masculinos pertenecen a estas tesituras. Se requiere un barítono con un amplio registro y fuerza vocal para el papel de Gunther, que muy dignamente interpretó Martin Gantner. Así mismo, el malvado Hagen es confiado a una tesitura de bajo con registros graves difíciles de interpretar dentro de la densa textura orquestal que suele acompañar sus intervenciones; Christian Hübner, un cantante especializado en los papeles wagnerianos, encarnó con corrección este papel, siendo muy del agrado del público. Completa el elenco Peter Sidhom, que encarnó aceptablemente al espíritu de Alberich en su breve aparición del segundo acto.

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Es necesario destacar la mayor presencia de números corales y camerísticos en El ocaso de los dioses frente a las demás partes de la tetralogía. Desde el coro de las ocho valquirias de la primera jornada (La Valquiria)no aparecía un tratamiento grupal de la voz como el de esta ópera. En concreto, buena parte del segundo acto está consagrado a un coro de voces graves que encarna a los vasallos gibichungos. El Coro de la  Maestranza, dirigido por Íñigo Sampil, desarrolló un magnífico papel, superando una compleja partitura con desenvoltura y una correcta dicción, pese a la relativa pobreza de su puesta en escena. Igualmente, el trío de las nornas al comienzo de la ópera resultó impactante, no sólo por su concepción escénica y el tratamiento melódico ideado por Wagner, sino por la perfección en el empaste y el balance de las tres cantantes: la ya mencionada Elena Zhidkova, la soprano Sandra Trattnigg (que también interpreta una muy creíble Gutrune) y la mezzosoprano Elena Zaremba; juntas, estas tres voces crean el clima perfecto para poder comprender y disfrutar mejor esta última jornada de la tetralogía.

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Cerrando el balance de lo visto y escuchado, hay que mencionar a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, cuya labor es primordial en una obra como ésta. La orquesta sonó como nunca, transmitiendo una necesaria expansión sonora de base a las voces, y deleitando con un empaste y equilibrio reseñables en los pasajes instrumentales. Como viene siendo recurrente en el repertorio wagneriano, hay que destacar el papel de los vientos, y muy particularmente de las trompas, omnipresentes como elemento característico tanto de Sigfrido como de Brunilda. La labor desempeñada por el director Pedro Halffter estuvo a la altura deseada para tan espectacular producción, y el público se lo reconoció con un prolongado aplauso y gritos de enhorabuena. Podría pensarse que el público de la Maestranza es muy agradecido y de fácil exaltación, mas en esta ocasión fue merecida la ovación tanto por su trabajo esa noche en el foso como por el reconocimiento a una labor continuada que el mundo de la ópera en Sevilla debía agradecer.

 

Ficha técnica

Götterdämmerung (El ocaso de los dioses), ópera en un prólogo y tres actos

Música y texto: Richard Wagner.

Dirección Musical: Pedro Halffter. Dirección de escena: La fura dels Baus y Carlus Padrissa. Escenografía: Roland Olbeter. Coproducción: Palau de Les Arts “Reina Sofía” de Valencia y Maggio Musicale Fiorentino. Director del coro: Íñigo Sampil. Director de la reposición de la puesta en escena: Alejandro Stadler. 

Intérpretes: Stefan Vinke (Sigfrido), Linda Watson (Brunilda), Elena Zhidkova (Waltraute/Segunda Norna), Martin Gantner (Gunther), Christian Hübner (Hagen), Sandra Trattnigg (Gutrune/Tercera Norna), Peter Sidhom (Alberich), Elena Zaremba (Primera Norna), Mercedes Arcusi (Woglinde), Alexandra Rivas (Wellgunde) y Anja Schlosser (Flosshilde). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. 

 

Gonzalo Roldán Herencia