Como cierre de temporada, el Teatro de la Zarzuela ha programado un caballo ganador: la zarzuela grande El Rey que rabió. Su argumento, los personajes y las situaciones escénicas son un divertido disparate y el buen humor campa a sus anchas durante toda la obra, que rezuma alegría y pasajes francamente desternillantes con el protocolario final feliz, acorde al estilo opereta en el que se enmarca toda la obra. Esta zarzuela se programa con más frecuencia de lo que en principio pareciera y el éxito, per se, le acompaña. Así ha sido desde su estreno, en 1891 en el Teatro de la Zarzuela, y su casi inmediata adopción en varios países del otro lado del Atlántico. En México ya se estaba presentando en 1892 y un año más tarde en Ecuador y Colombia, donde se estrenó en 1893 con una compañía, la de los Dalmau-Ughetti, cuya posterior gira pasó por Costa Rica (1894) y Cuba teniendo este título como plato fuerte de sus espectáculos. Estos datos (que agradezco al musicólogo colombiano Ronald Perilla) dan una idea de la enorme popularidad y divulgación de que gozó El Rey que rabió en el final del siglo XIX y principios del XX. “El Rey que rabió” revalida su éxito en el Teatro de la Zarzuela
En todos sus estrenos, y hasta pasada la mitad del siglo XX, el personaje de El Rey fue interpretado por una tiple grave, voz para la que el maestro Chapí compuso la música y para quien los libretistas crearon unos textos en los que se descubre a un chaval espontáneo, impetuoso y desaprensivo que quiere conocer el mundo real. A partir de la década de los 50, esta zarzuela casi ha desaparecido de las programaciones en América (entiéndase de México a Argentina) y en España se empezó a programar con un tenor como El Rey. Esto se puede tomar como una interesante innovación, como también lo fue la grabación en la que El Rey es interpretado por un barítono. Sin embargo, yo continuaré soñando, que es gratis y muy placentero, con el día en que alguna producción retome la idea original de los autores y El Rey esté interpretado por una tiple grave.
Esta nueva producción del Teatro de la Zarzuela, firmada por Bárbara Lluch, es bonita. Con una estética que me recordó un pastel de bodas antiguo, tiene la virtud de encandilar al público y sin duda de estar entre los espectáculos más recomendables para niños y jóvenes en la cartelera actual de Madrid. En la escenografía (Juan Guillermo Nova) se intuyen conexiones con pintores surrealistas (Paul Delvaux, René Magritte o Giorgio De Chirico) y se utiliza inteligentemente la compartimentación del espacio y los juegos de espejos. El vestuario (Clara Peluffo), entre estrambótico y pueril, derrocha imaginación y sirve de complemento idóneo al concepto de cuento infantil inocuo. La iluminación de Vinico Cheli no es de quitar el aliento, pero suma a esta propuesta que no molesta, no navega en los mares de la intelectualidad ni emprende caminos de tintes políticos. Y la música de Chapí aguanta todo tipo de lecturas porque es una obra deliciosa que sabe amoldarse a una dramaturgia bien construida por los libretistas, aunque debo apuntar que una poda al texto no hubiese caído mal en las condiciones actuales, en las que el descanso ha desaparecido por motivos sanitarios. A la salida del teatro, se oían comentarios que apuntaban que casi dos horas y media se hacen cuesta arriba en el último tramo. Por otro lado, me parece llamativo que la realización del vestuario y la escenografía, dos elementos importantes en producciones de esta magnitud, se hayan confiado de nuevo a las dos compañías italianas que ya se encargaron de Luisa Fernanda (dirigida escénicamente por el italiano Davide Livermore) en enero-febrero de 2021 y de Benamor (dirigida por el español Enrique Viana) en abril de 2021.
La dirección musical de Iván López Reynoso hizo justicia al bombón que es la partitura firmada por Chapí. El precioso “Nocturno”, a mitad del segundo acto, fue un derroche de sutilezas. Y a lo largo de toda la obra mostró cuidado con los solistas, adecuando tempi y el volumen de la Orquesta de la Comunidad de Madrid. El coro, con mascarilla y disminuido numéricamente, sonó un tanto apagado y escénicamente resultó estático, pero esto último es cuestión de la dirección escénica y probablemente sometida a las normativas sanitarias.
En el elenco de cantantes solistas y de actores, como es natural, hubo de todo. El tenor Enrique Ferrer interpretó con gallardía y muy buenas dotes de actor a un rotundo Rey. Llevó a su terreno vocal su parte y ofreció una atractiva amalgama de aproximación, ya desde lo lírico o desde trazas de comedia musical, en la que también tiene una solvente experiencia. Siempre seguro en sus visitas a la zona aguda y con sobrados recursos técnicos para salir avante de cualquier eventualidad. La Rosa que ofreció la soprano Rocío Ignacio fue mucho más monocorde, enrocada en hacer en una manera un personaje que tiene muchas otras facetas. Su voz ampulosa, con un vibrato amplio y sonido a la antigua, hizo aguas en la delicada arieta “Mi tío se figura” y recibió la protesta de algunos asistentes. Tampoco era para tanto. La soprano Ruth González fue ‘La Paje Ruth’ y me pareció descolada en el coro “Compañeras venid”. A esta cantante, una soprano ligera, ya la vimos como Grabrié en la reciente producción de La Tempranica. El coro conocido como “de los Pajes” dice en su letra original: “Compañeros, venid”, y es interpretado por la sección femenina en tanto que pajes de la Corte. No obstante, la presente propuesta escénica las deja como mujeres (por eso lo de “la Paje”) y resulta simpático, pero darle compases a una voz solista cuando esa voz no destaca positivamente le resta interés a la propuesta y no favorece a la artista. Estupendo el cuarteto de consejeros del Rey, en el que sobresalió el bajo Rubén Amoretti (el General) en una faceta, la de bajo bufo, que nunca le había visto. Igualmente se notó la experiencia del barítono José Julián Frontal (el Gobernador) en el buen acabado de su personaje, completando el equilibrio los tenores Carlos Cosías (el Almirante) e Ígor Peral (el Intendente). María José Suárez dotó de un gracejo especial a la labradora María, atrevida y bastante desinhibida, mientras que José Manuel Zapata construyó un Jeremías desde la comicidad. Alberto Frías hizo un Capitán histérico, gritón a nivel ininteligible y sin substancia. El perro fue una marioneta, manejada por Jofre Carabén, que jugó bien su personaje durante el aplaudido Coro de los Doctores, momento en el cual sí hubo una clara dirección de actores con los miembros del coro masculino.
Habrá funciones hasta el 20 de junio y si usted quiere pasarse un largo rato de relajación con algunas carcajadas de por medio, no dude en ir al Teatro de la Zarzuela y constatar que El Rey que rabió es una de las grandes obras del teatro lírico hispano. Y si no está en Madrid, el día 17 de junio podrá verlo en la emisión en directo en los canales (Youtube, Facebook) del propio teatro.
Federico Figueroa
Madrid. Teatro de la Zarzuela 3-VI-2021. El Rey que rabió. Música: Ruperto Chapí. Libreto: Miguel Ramos Carrión y Vital Aza. Enrique Ferrer (El Rey), Rocío Ignacio (Rosa), Rubén Amoretti (El General), José Julián Frontal (El Gobernador), Ígor Peral (El Intendente), Carlos Cosías (El Almirante) María José Suárez (María), José Manuel Zapata (Jeremías), Alberto Frías (Alberto Frías), Sandro Cordero (Juan), Pep Molina (El Alcalde), Ruth González (El Paje), Antonio Buendía (El Corneta) Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Director musical: Iván López Reynoso. Directora de escena: Bárbara Lluch. Escenógrafo: Juan Guillermo Nova. Figurinista: Clara Peluffo. Iluminación: Vinicio Cheli.