Una deliciosa tarde con Wagner es la que ofrecen Young y Waltz, la primera desde el foso dirigiendo a la orquesta Staatskapelle Berlín y la segunda desde la regie, la coreografía y la escena. Dos grandes artistas de primer nivel que presentan una obra redonda en su totalidad, un Wagner en estado puro, desde la primera a la última nota.
La puesta en escena es de una belleza extrema, llena de sutilezas. Dinámica y a la vez estática, acorde siempre con el momento escénico y el desarrollo musical que está teniendo lugar. La obra de Wagner está perfectamente digerida por Walz, que propone diferentes paisajes con nexos comunes y reconocibles. Cada acto parte de un cuadro distinto. Brillantes son también los momentos de conjunto, desde las entradas del coro desde distintos laterales, hasta su estaticidad cuando el ballet está en movimiento -casi continuo-. Esta doble sensación que tiene lugar en el mismo momento permite la total atención del espectador en los movimientos escénicos y en la música, porque todo es uno. Así, parece que Wagner escribió la obra para cada movimiento, que todo pasa cuando tiene que pasar. Tal es el punto de comunión entre lo que viene del foso y lo que se puede observar en el escenario.
La Staatskapelle brilla también de forma completa. La batuta de Simone Young, decidida y delicada a la vez, va creando los colores y las melodías, y sabe jugar con los timbres para traslucir la música del compositor romántico. Su buen hacer llega al público, y es muy aplaudida en cada intermedio y ovacionada al final. La sección de metal es impecable, ya desde el comienzo. Todas las entradas delicadas de las trompas están en su sitio y se inmiscuyen en el resto de la formación de forma totalmente orgánica. También destacable el papel del viento madera, así como el de la cuerda, que pone la base a las melodías para que todo fluya. Grandísimo el trabajo de la orquesta en conjunto, pues. Y también de primerísimo nivel el coro Staatsopernchor. Buena impostación, empaque y variedad de colores y dinámicas que permiten conectar con las emociones que Wagner probablemente buscaba al escribir las partes. El coro masculino, que tiene un papel más relevante en algunos de los conjuntos, goza de voces frescas y timbradas.
Ya en la obertura, impecablemente interpretada por la orquesta, aparece el Monte de Venus repleto de bailarines que representan la voluptuosidad, y hasta la animalidad de Venus y su mundo. A medida que avanza la música los cuerpos espasmódicos forman una especie de orgía que se mueve al ritmo de la música. Marina Prudenskaya, con un color único de mezzo-soprano muy timbrado y con un squillo que pasa la orquesta sin problemas, es una Venus elegante y muy creíble. Algo parecido se puede decir de la voz del protagonista de la ópera, Burkhard Fritz, que en el acto I mostró una voz muy llena de armónicos y una potencia y timbres de tenor wagneriano. Lástima que unos problemas de afonía que tuvo en el acto II le dejaron sin voz durante unos compases. Aun así, y tras una disculpa al principio del acto II, pudo seguir, con menor volumen pero con el mismo timbre redondo y brillante. Ya no se le volvió a romper la línea vocal, y pudo defender un Tannhäuser viril a la vez que tierno.
La Elisabeth de Anne Schwanewilms es muy liederística en el mejor sentido del término. La voz es ligera, maleable, llena de matices que aportan colores diferentes. No es una voz alla italiana, sino alemana, con excelente dicción y un matiz para cada palabra. Pasa la orquesta wagneriana sin problemas y aporta muchos momentos de belleza embelesadora. De alto nivel también, como siempre, el Landgraf Hermann de René Pape. Sereno y técnicamente perfecto en todo el registro, vuelve donde debutó en 1988. Wolfgang Koch, como Wolfram von Eschenbach, es otra apuesta segura del elenco; barítono wagneriano con mucha carrera y mucha profesión, defiende el papel con seguridad y corrección.
Del resto de personajes masculinos sorprende positivamente el Walther von der Vogelweide del tenor Jun-San Han. Este joven de voz única y buena presencia física y vocal, ya ha trabajado bajo la batuta de Young en la Staatsoper de Hamburgo. Y por último, con un papel corto pero no menos importante, Sónia Grané le viene como anillo al dedo el rol de Ein Hirt. La joven portuguesa, que ya estuvo en el Opernstudio de la Staatsoper y que es ahora artista residente del teatro desde 2015, tiene un timbre ligero y cristalino perfecto para el rol. También le luce el personaje, jovial e inocente a la vez que decidido. Su aportación es, pues, lucida.
La première de esta misma producción tuvo lugar en abril de 2014, en esa ocasión con Daniel Barenboim en la dirección musical. Las críticas fueron unánimemente buenas, y el público del pasado 26 también agradeció con efusividad la interpretación que han hecho estas dos grandes artistas de la obra del compositor alemán. Young y Walz, Walz y Young, unidas ya para siempre después de este trabajo excelso.
Violeta Kamp