Una de las curiosidades que se ofrecía en este viaje era la programación de esta ópera de
Jean-Philippe Ramea, que pocas veces se tiene la ocasión de poder ver en escena y
menos todavía si no se está en Francia. De hecho, había tenido anteriormente la
oportunidad de verla en escena en una ocasión y tuvo lugar en Marzo de 2009 en el
Capitole de Toulouse. Entonces la dirección corrió a cargo de Emmanuelle Haïm,
auténtica especialista en barroco, y con un reparto vocal formado exclusivamente por
cantantes franceses. Aquí me da la impresión de que la programación de la ópera ha tenido
que ver con los deseos del matrimonio formado por Sir Simon Rattle y Magdalena
Kozena. En cualquier caso, ha sido una destacada velada musical, aunque la producción
escénica ha tenido más de un inconveniente.
Rameau es el gran sucesor de Lully en la música francesa, aunque su primera ópera
Hippolyte et Aricie no se estrena hasta casi pasados 50 años de la muerte de Lully.
Estamos ante una obra muy importante en este período musical y muy representativa del
barroco francés, tan distinto del italiano. Si en este último imperan las grandes arias y el
virtuosismo, en el francés nos encontramos en un género con predominio del canto
declamado, presencia frecuente de la danza y ausencia en general de páginas de
lucimiento personal. En esta “batalla” entre dos estilos tan distintos el triunfo popular ha
caído indudablemente del lado italiano, en el que incluyo a Händel, no por nacionalidad,
sino por seguir este estilo hasta convertirse en el gran referente barroco. Que la balanza
no haya caído del lado francés no es motivo para ignorar un género tan importante y tan
nacional, por otro lado.
La Staatsoper de Berlín ha ofrecido una nueva producción, como no puede ser de otra
manera, que ha llevado la firma de la británica Aletta Collins, cuyo trabajo ha tenido el
gran inconveniente de poderse ver con serias dificultades para los espectadores. El
problema ha radicado en que la escenografía ofrecida por la misma Aletta Collins es
prácticamente inexistente para así poder dejar amplio espacio para el desarrollo del ballet,
tan importante en el barroco francés. Eso ha traído consigo sustituir la tal escenografía
por focos por el escenario, muchos de ellos móviles y que se dirigen contra los
espectadores, de modo que la dificultad de visión es un hecho claro para ellos. Esto es
particularmente y de forma casi literal en los dos primeros actos y también en el quinto y
último. Por lo demás la escenografía apenas existe en los actos 3 y 4 y no consiste en el
primero de ello sino en un gran espejo al fondo, donde se reflejan artistas y la propia sala
del teatro, incluyendo el foso, mientras que en el cuarto acto se añade a mitad del
escenario una tela en la que se proyectan imágenes relacionadas con el mar.
El mayor mérito de la producción, si es que se puede señalar alguno, consiste en dejar
amplios espacios para la danza, ya que incluso el coro canta desde el foso. Eso sí, sus
integrantes llevaban unos gorros metálicos, en los que se reflejaban nuevamente las luces
y también molestan a los espectadores. Otro tanto podemos decir del abuso que se hace
de las máquinas de humo, no ya solamente en el escenario, sino en todo el teatro.
Por lo demás, el vestuario se debe a Ólafur Elíasson y la ya mencionada iluminación es
obra de Olaf Freese.
Lo mejor de la representación ha estado sin duda en el foso, ya que la dirección musical
ha corrido a cargo de Sir Simon Rattle. No es normal ver a este gran director en una
ópera barroca y menos del barroco francés y estoy convencido de que su decisión de
dirigir la ópera ha tenido que ver con la presencia de Magdalena Kozena como Fedra. La
dirección del británico ha sido ejemplar y magnífica. Hoy hay grandes maestros
especializados en música barroca, algunos de ellos con sus propias orquestas. No es éste
el caso de Sir Simon Rattle, que no es lo que podemos llamar un especialista en barroco,
pero no cabe duda de que estamos ante un grandísimo director en cualquiera que sea el
tipo de música que aborde desde el foso. He podido disfrutar de una extraordinaria lectura
musical por parte de un maestro excepcional. A sus órdenes ha estado una estupenda
Freiburger Barockorchester, además del excelente Coro de la Staatsoper.
La parte de Aricie fue cubierta por la soprano Anna Prohaska, muy habitual en los
repartos de la Staatsoper de Berlín y que tuvo una notable actuación, cantando siempre
con gusto y con voz atractiva.
Hippolyte era el tenor belga Reinoud Van Mechelen, que ofreció una voz de tenor muy
ligero, cantando siempre con gusto y expresividad, moviéndose bien en escena.
Muy bien también la mezzo soprano Magdalena Kozena como Phèdre, especialmente
destacada en su gran escena del tercer acto.
La parte de Diane fue cubierta con brillantez por la soprano Elsa Dreisig, voz muy
atractiva y bien manejada.
El barítono Gyula Orendt lo hizo de manera perfectamente adecuada en el personaje de
Thésée, brillando especialmente en los actos segundo y tercero.
El resto de personajes tienen menos importancia, pero todos ellos fueron cubiertos de
manera notable. Eran Adriane Queiroz como Oenone, el bajo Peter Rose como Pluton,
el tenor Michael Smallwood como Mercure y David Oštrek en la parte de Tisiphone. El
trío de Parcas fue cubierto por Linard Vrielink, Arttu Kataja y Jan Martiník.
Finalmente, el Grumete era Sarah Aristidou, la Cazadora era Slávka Zámečníková y la
Pastora fue interpretada por Serena Sáenz Molinero.
Gyula Orendt y Peter Rose.
La Staatsoper había agotado sus localidades. El público se mostró cálido en los saludos
finales, con ovaciones y bravos para los protagonistas y, por supuesto, para Sir Simon
Rattle.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 3 horas y 9 minutos,
incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 30 minutos. Ocho minutos de
aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 95 euros, habiendo butacas de platea desde 65
euros. La localidad más barata con visibilidad costaba 35 euros.
José M. Irurzun