Povera opera! el ocaso de la ópera por los caprichos escénicos

Povera opera
Escena del Parsifal de Castellucci

Había tenido ocasión de acceder a la versión de la ópera La traviata dada en Dresde en 2009. Ahora operaworld.es me ha permitido leer la espléndida nota crítica de José M. Irurzun sobre la representación recientemente ofrecida en la misma ciudad. El título lo dice todo: “Una Traviata en Dresde supeditada a los abusos escénicos de Andreas Homoki”.

Quienes hemos estudiado La traviata de Verdi, no podemos menos que sentir dolor ante lo que se ha vuelto a hacer con esta ópera. Soy abogado y he conversado extensamente con otros colegas especializados en propiedad intelectual. Tengo la convicción de que llegará “Paco con la rebaja” y pondrá fin a las atrocidades que nos toca conocer. “Sic pondeo, sic iuro”.

La traviata es una obra maestra de Verdi, estrenada el 6 de marzo de 1853 en La Fenice de Venecia. Desde entonces se la ha representado en los teatros a lo largo de todo el mundo.Se ha dicho que es la versión en ópera de “La dama de las camelias” de Dumas. Quizás sea más correcto expresar que el libreto tomó como base a aquella obra. Una cosa es tomar literalmente un texto literario o teatral. Otra es basarse en una obra con completa libertad. Así lo hizo Francesco Maria Piave. Ahora resulta que han descubierto, no hace mucho, antecedentes sobre los personajes de Verdi. Entre otros, que el doctor Grenvil que aparece en La traviata, era un médico que atendía a sifilíticos y a prostitutas. También y, hay que decirlo con más pena, que la casa de Violetta era un burdel.

En “La dama de las camelias” su protagonista muere a los veintitrés años. En otra nota en operaworld.es mencioné el papel de las cortesanas en la sociedad de París en otros tiempos. Aunque suene extraño en nuestros días, una cortesana era una dama muy relacionada y con influencias en los ambientes políticos y culturales. Violetta Valèrey, una mujer de gran belleza, también lo fue. El “trencito” cantando el brindis produce escozor.

Lamentablemente la versión de La traviata de Dresde, ha vuelto a caer en lo ridículo y en el absurdo. Basta observar el final de la ópera, cuando el médico llega vestido de tonto de circo. ¿Podría recibir así el agradecimiento de Violetta moribunda?

La traviata no es una ópera para reunir a doscientas en el escenario. Si buscamos la partitura y leemos las indicaciones, comprobaremos que son pocas las que llegan a casa de Violetta o mejor dicho a su piso de París, en el primer acto. En Argentina, “piso” es una vivienda grande y que se contrapone a “departamento”. El de Violetta es un piso pequeño porque son pocos los invitados que ella invita. En el primer acto, cuando van a tomar asiento alrededor de una mesa, se indica a Violetta, a Alfredo, a Gastón, a Flora, al Marqués d’Obigny y al Barón Douphol. Los otros convidados se ubican “a piacere”. No se nos dice cuántos son, pero tendrían que unos pocos.

El primer acto de La traviata es una obra de arte. Me duele conocer que en la versión de Dresde se haya insistido nuevamente en versionar todo. Sin embargo, no comprenderé nunca cómo unos cantantes han tenido la osadía de aceptar participar en el reparto para esa la puesta.

En el segundo acto de La traviata Violetta recibe en su casa de campo al padre de Alfredo y ante su pregunta de: “il passato, perché v’accusa?” recibe una respuesta definitoria. Violetta expresa: “Più non esiste. Or amo Alfredo e Dio lo cancelló col pentimento mio”.

Momentos antes, Flora ha enviado una invitación a Violetta para que vaya a bailar a su casa esa misma noche. No era evidentemente una fiesta especial porque el convite sería en  el día. Tampoco ahora se debe insistir en una muchedumbre sobre el escenario. “Molte signore mascherate da zingare” y “Gastone ed altri mascheratai di mattadori e piccadori spagnuoli”, parecerían ser los participantes de una celebración amistosa y tranquila.

Dejo expresamente aparte el final del tercer acto para ubicarme en el último. Violetta atacada por la tuberculosis se acerca a la muerte. Ella vive todavía con la esperanza del regreso de Alfredo. Giorgio Germont se lo había prometido. Por eso, cuando envía a Annina, su servidora, a distribuir unas limosnas entre los pobres, le pide también que pase por la estafeta postal para ver si no había cartas para ella. Es la esperanza. La esperanza está unida a un sentimiento religioso: “Soffre il mio corpo/ ma tranqujilla ho l’alma/Mi confortó ier será un pio ministro/Ah, religione è sollievo ai sofferenti”.

Me he sublevado cuando ví al Dr.Grenvil y a Germont acercándose por el patio de butacas hasta el escenario.  Bueno, mi sublevación es figurada porque estoy a miles de kilómetros de Dresde. En fin. Povera opera!

Roberto Sebastián Cava