El Teatro Mariinsky ofrece todos los años un Anillo del Nibelungo en un espacio de tiempo reducido y con la dirección de Valery Gergiev. Este año he decidido hacer el viaje, que casi coincide con las representaciones de la Tetralogía en Munich, con lo que las comparaciones pueden ser inevitables.
Las representaciones tienen lugar en el nuevo teatro, el llamado Mariinsky II, que se encuentra justo al lado del tradicional Teatro Mariinsky. Este nuevo teatro se inauguró hace dos años y es un amplísimo espacio con muchas posibilidades escénicas y que cuenta con una buena acústica, llamando la atención la profusión de madera en el auditorio. Para los menos conocedores les diré que, además de estos dos teatros Mariinsky, que funcionan a la vez (ayer en el antiguo se representaba Don Quichotte, de Massenet), todavía existe un tercer teatro, conocido como Concert Hall, que también forma parte de la compañía del Mariinsky, y donde todos los días hay conciertos o representaciones de ópera. Está claro que para el aficionado a la ópera San Petersburgo es una visita obligada.
Las producciones escénicas de este Anillo se deben al equipo formado por el propio Valery Gergiev y George Tsypin. En lo que a esta primera entrega se refiere se nos ofrece un escenario desnudo, en el que como elementos casi permanentes hay unas grandes figuras, casi megalíticas, que cuelgan de la parte de arriba del escenario, y otra serie de figuras reducidas y más o menos humanas esparcidas por el escenario. Supongo que el significado es que las primeras representan a los dioses y las últimas a los nibelungos. Por lo demás, hay algunos elementos de atrezzo para la escena del Rhin y una gran bola dorada, representando el Oro. La mencionada escenografía se debe a George Tsypin. El vestuario de Tatiana Noginova es funcional, con túnicas blancas para Wotan y Fricka, túnicas de colores para dioses y semidioses, mientras que los gigantes se mueven en unos grandes bloques, quedando a la vista la cabeza. La iluminación de Gleb Filshtinsky tiene una gran importancia en algunos momentos, especialmente en la escena de las transformaciones de Alberich.
La dirección escénica la ha llevado adelante Marina Mishuk y su trabajo no es especialmente convincente. La dirección de actores no está bien conseguida, con los dioses excesivamente estáticos. Al final, es una producción que resulta eficaz, aunque me temo que esas grandes figuras pueden convertirse en algo muy repetitivo a lo largo de las 4 jornadas.
La ciudad de San Petersburgo le debe mucho a Valery Gergiev, ya que su calidad como director y su infatigable actividad han conseguido que el Mariinsky sea muy conocido y reconocido en occidente, ya que sus giras son muy frecuentes, como la que va a tener lugar este mismo mes, en que visitarán distintas ciudades españolas. Dudo que sin la presencia de Valery Gergiev el Mariinsky hubiera podido llegar tan alto. La calidad de Gergiev como director está fuera de cualquier discusión, como se ha podido constatar tantas veces y en tantos teatros. El mayor problema suele residir en que su incesante actividad puede traer consigo que las representaciones no lleguen siempre con la preparación debida. En esta ocasión ha sido Marina Mishuk quien se ha encargado también de la preparación musical.
La dirección de Valery Gergiev ha tenido dos partes bastante distintas. Tanto en la escena del Rhin como en la primera de los dioses su dirección me pareció por debajo de lo esperado y de lo que otras veces hemos disfrutado con él. A partir de la bajada al Mibelheim las cosas cambiaron a mejor y hemos podido asistir a una versión musical más brillante, quizá no todo lo que se podía esperar, pero notable en cualquier caso. La Orquesta del Mariinsky fue el grupo brillante que hemos escuchado tantas veces.
El reparto vocal estaba formado por miembros de la compañía, algunos de los cuales han hecho carrera destacada en el circuito de ópera internacional.
Yevgeny Nikitin dio vida a Wotan y ofreció una voz poderosa, atractiva y bien timbrada, perfectamente atinada para al personaje. Fue un Wotan muy adecuado en el que eché en falta una interpretación escénica más convincente.
El barítono Edem Umerov me resultó un decepcionante Alberich en la escena de Rhin, donde no me convenció ni vocal ni escénicamente, muy estático y con la voz un tanto atrás. Las cosas mejoraron a continuación, pero no lo suficiente.
Buena la actuación de Ekaterina Gubanova en la parte de Fricka. Esta mezzo soprano tiene una voz atractiva y sabe usarla bien, aunque siempre me resulta un tanto impersonal.
El tenor Mikhail Vekua fue un buen intérprete de Loge tanto vocal como escénicamente. La voz es más heroica que lo habitual en el personaje.
Los gigantes estuvieron cubiertos de manera muy adecuada por Edward Tsanga (Fasolt) y Mikhail Petrenko (Fafner), cuyos timbres era muy similares.
Anastasia Kalagina ofreció una voz brillante en el personaje de Freia, que, lamentablemente en este caso, no tiene mucho que cantar. Andrei Popov fue un estupendo Mime, que me hace pensar que disfrutaremos con él en Siegfried. Zlata Bulycheva lo hizo francamente bien como Erda. Yevgeny Ulanov me resultó un Donner sonoro y un tanto basto, mientras que Alexander Timchenko fue un Froh más bien modesto. Hay que destacar el trío de Hijas del Rhin, en el que lo más interesante era la estupenda Flosshilde de Yekaterina Sergeyeva. Sus hermanas eran Yulia Matochkina (Wellgunde) y Zhanna Dombrovskaya (Woglinde), esta última un tanto tirante por arriba.
El teatro ofrecía un lleno absoluto. El público se mostró cálido con los artistas, aunque no hubo grandes muestras de entusiasmo.
La representación comenzó con nada menos que 11 minutos de retraso y tuvo una duración de 2 horas y 39 minutos, notablemente más larga que la de Kirill Petrenko en Munich hace unos días. Seis minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 3.200 rublos, equivalentes a poco más de 50 euros. La entrada más barata, sentado y con visibilidad, era de 450 rublos, escasamente 8 euros. Y no estamos en época de rebajas.
José M. Irurzun