«La cenerentola» de Rossini en la producción de las óperas de Queensland y New Zealand, puesta en escena en el teatro Real de Estocolmo, alcanzó un considerable éxito, bajo la dirección musical del maestro Ramón Tebar y un reparto asimismo muy joven de cantantes, muchos de ellos miembros del teatro de la capital sueca. La reconocida e innovadora directora teatral Lindy Hume, que presentó hace poco en Queensland, un progresista «Rigoletto», planteó la ópera de Rossini con un criterio clásico, pero con el uso de efectos audiovisuales y un muy variado atrezzo a lo Disney, que concedió diversidad y plasticidad a la obra que, en su humanidad realista, carece de los efectos mágicos del cuento de Perrault. Hay que alabar también la conducción de los personajes que actuaron con un rigor escénico de grandes actores, concediéndole a la obra su divertido punto de parodia sin caer en la bufonada.
Dara Savinova fue una Angelina de excelentes medios vocales, un centro amplio, aterciopelado y un agudo refulgente y con fáciles agilidades, que contrastaba con unos graves rotundos. La mezzo letona asumió con una gran veracidad escénica el personaje y sobre todo cantó con la diversificación que requiere el difícil cometido de la partitura, desde su melancólica aria («Una volta c’era un re») del segundo acto, hasta el arriesgado rondó del perdón («Nacqui all’affanno ») con las temerarias escalas que resolvió con unas arpegiaturas tan brillantes como fáciles en el agudo. Sin duda, incluso por su belleza, era la Cenicienta ideal ofreciendo una versión, sentida, sincera y refinada, a la altura de las grandes que han caracterizado el personaje.
John Erik Eleby fue un elogiable Don Magnífico, curtido en la vis escénica, con puntos de oportuno histrionismo, y una comicidad palmaria que dejaba entrever la codicia del personaje. Una voz amplia de bajo que le permitió, no hace mucho, brillar como Vitelio Scarpia y una manifiesta facilidad en el fraseo, lograron que el padrastro de Cenerentola fuera, por la riqueza de matices de su canto, el personaje más aplaudido en la comparecencia final de la obra tras de la protagonista.
El tenor Michele Angelini, es un tenor de registro muy fácil y solvente arriba, lo que pese a que su voz no es amplia, le permite abordar mejor los papeles de lirico puro que los de ligero, tesitura a la que pertenece el personaje del príncipe. Con todo, y pese a la falta de liviandad en muchas de las agilidades que demanda el texto pautado, resolvió a Ramiro.
Marianne Odencrats y Francisne Vis fueron dos hermanastras jocosas y presumidas en su acción teatral que musicalmente bien sus intervenciones en los grupos concertantes (ninguna tiene un aria personal) y prestaron entidad sincera y cómica a sus extravagantes personajes. El barítono Teens Person, de voz amplia y generosa, supo modelarla para recrear al personaje de Dandini, que tiene una multiplicidad de actitudes en sus intervenciones que el público no debe ignorar. Muy digna la cavatina con coro («Come un’ape nei giorni d’aprile») donde lució su excelente coloratura. Marcus Schwartz de voz asimismo amplia, dio nobleza al personaje mas digno y noble de toda la obra en su papel, sin magia, de «hada madrina».
Muy profesional, afinado, solvente en sus exposiciones de complicado solfeo el coro titular, haciendo gala de un matiz y unos contrastes muy significativos en lo que es el belcantismo coral. La orquesta excelente desde el primer compás de la obertura, se supo adaptar al criterio del director en cuando a flexibilidad, ligereza, contrastes y exquisitez del fraseo, permitiendo cantar sin jamás aturdir a las voces, siguiendo sus ornamentos, con particularizada precisión, color hermoso, atenta siempre a la precisión de una batuta tan precisa como inspirada. Precisamente gran parte del éxito de la producción se lo llevó el director Ramón Tebar que ofreció una versión pletórica de contrastes, dinámica y melancólica cuando el texto lo precisa, con una claridad en el tiempo y una soltura ágil que es privativa en el repertorio rossiniano. A destacar la precisión en los numerosos concertantes, quintetos y sextetos, de tan complejos contratiempos, que encontraron la oportuna indicación de sus manos que asimismo se cuidaron de prodigar una infinita generosidad de matices. El maestro valenciano cuidó la sonoridad siempre, manteniendo una elegancia y un refinamiento muy primorosos. Preciso en el gesto, supo generar una química muy precisa entre el foso y la escena, siendo siempre el impecable camarada de las voces. Se notó claramente que Tebar se encontraba muy a gusto con la que es la orquesta mas antigua de Europa (y una de las más prestigiosas) y que era correspondido por sus componentes.
Adolf Oland
Trad. del inglés Máximo Ramos.